Cada uno de los siete planos o niveles de poder de nuestro organismo contiene una única verdad sagrada. Esta verdad late sin cesar en nuestro interior, ordenándonos vivir conforme al uso correcto de su poder. Nacemos con un conocimiento innato de esas siete verdades que están presentes, entretejidas, en nuestro sistema energético. Profanar esas verdades, no respetarlas, debilita el espíritu y el cuerpo físico, mientras que honrarlas aumenta la fuerza del espíritu y del cuerpo físico.
La energía es poder; el cuerpo necesita energía y, por lo tanto, necesita poder. Los chakras, las sefirot y los sacramentos nos hablan del poder que ejercemos al actuar y relacionarnos mutuamente, y del hecho de controlar ese poder mediante procesos cada vez más intensos. En el primer nivel, por ejemplo, aprendemos a manejarnos con una identidad de grupo y con el poder que nos viene de la familia; en fases posteriores nos individualizamos ymanejamos el poder como adultos. Poco a poco aprendemos a controlar la mente, los pensamientos y el espíritu. Cada decisión que tomamos, ya sea motivada por la fe o por el miedo, dirige nuestro espíritu. Si el espíritu de una persona está impulsado por el miedo, ese miedo regresa a su campo energético y a su cuerpo. Si, en cambio, su espíritu está dirigido por la fe, la gracia regresa a su campo energético y su organismo biológico se desarrolla bien y prospera.
Estas tres tradiciones sostienen que dejar suelto el espíritu en el mundo físico por miedo o negatividad es un acto desleal, que antepone la voluntad personal a la voluntad del cielo. Según la expresión espiritual oriental, todo acto crea karma. Los actos realizados según la conciencia crea karma bueno; los actos de temor o negatividad crean karma malo, en cuyo caso uno necesita «rescatar» su espíritu de ese miedo que motivó el acto negativo. En la tradición cristiana, el sacramento de la confesión es el acto de hacer volver el espíritu de los lugares negativos, con el fin de entrar «completos» en el cielo. En el lenguaje del judaísmo, un miedo que tenga tal poder sobre un ser humano es un «falso dios». Según las palabras de Rachel, mi maestra atapasca, uno hace volver a su espíritu del mal camino para poder caminar recto.
Somos materia y espíritu al mismo tiempo. Para comprendernos y estar sanos en cuerpo y espíritu, hemos de entender cómo se relacionan la materia y el espíritu, qué nos quita el espíritu, o fuerza vital, del cuerpo, y cómo podemos rescatarlo de los falsos dioses del miedo, la rabia y la tendencia a aferramos al pasado. La acción de aferrarse a algo por temor ordena a un circuito de nuestro espíritu que abandone el campo energético y, como dice la frase bíblica, «derrame la simiente de vida en la tierra», una tierra que nos cuesta la salud. Lo que agota el espíritu agota el cuerpo. Lo que alimenta el espíritu alimenta el cuerpo. La energía que da vida al cuerpo, la mente y el corazón no se origina en el ADN, sino que tiene sus raíces en la propia Divinidad. La verdad es así de sencilla y eterna.
Hay tres verdades comunes a estas tradiciones espirituales y a los principios de la intuición médica:
1. Orientar mal el poder del espíritu personal genera consecuencias para el cuerpo y la vida.
2. Todo ser humano se encuentra con una serie de dificultades que ponen a prueba su lealtad para con el cielo. Estas pruebas se presentan en forma de desintegración de su base de poder físico: la inevitable pérdida de riqueza, familia, salud o poder mundano. La pérdida activa una crisis de fe, que obligará a preguntarse: «¿En qué o en quién tengo fe?» O: «¿En qué manos he encomendado mi espíritu? Aparte de esas pérdidas importantes, lo que desencadena la búsqueda de sentido más profundo y la «ascensión» espiritual suele ser un trastorno físico que produce un cataclismo personal o profesional. Todos tendemos a mirar hacia arriba cuando sentimos que nos falta el suelo bajo los pies.
3. Para sanar de esa mala dirección de su espíritu, la persona ha de estar dispuesta a actuar para dejar atrás el pasado, limpiar su espíritu y volver al momento presente. «Cree como si fuese cierto ahora» es la instrucción del Libro de Daniel para hacer visualizaciones u orar en el momento presente.
En estas tres tradiciones espirituales, el mundo físico proporciona el aprendizaje a nuestro espíritu, y las «pruebas» que en él encontramos siguen una pauta bien ordenada.
En el sistema de chakras (véase fig. 5), cada centro de energía almacena determinado poder. Estos poderes ascienden desde el poder físico más denso hacia el poder más etéreo o espiritual. Es extraordinario cómo las dificultades o los retos con que nos enfrentamos en la vida siguen también esta pauta. Los chakras uno, dos y tres están calibrados para los asuntos o problemas que nos exigen poder físico o exterior. Los chakras cuatro, cinco, seis y siete están calibrados para el poder no físico o interior. Si los emparejamos con los sacramentos y las sefirot, no sólo disponemos de un programa para el desarrollo de nuestra conciencia sino también de un lenguaje espiritual de curación, a modo de mapa simbólico vital de los inevitables desafíos que encontramos en el proceso de curación.