Cuarto Chakra: Trascender el lenguaje de las heridas

En esta cultura del cuarto chakra, el lenguaje de la intimi­dad se apoya en las heridas. Antes de los años sesenta, una con­versación aceptable consistía principalmente en el intercam­bio de datos relativos a los tres primeros chakras: nombre, lugar de origen, trabajo y aficiones. Rara vez alguna persona revelaba detalles sobre sus deseos sexuales o las profundida­des de sus tormentos psíquicos o afectivos. Nuestra cultura aún no se sentía cómoda con ese tipo de conversaciones, y ca­recíamos del vocabulario para ellas.

Pero desde que se convirtió en cultura del cuarto chakra, hemos adquirido una especie de fluidez terapéutica y, al mis­mo tiempo, creado un nuevo lenguaje para la intimidad que yo llamo «heridología». Ahora hacemos de la revelación y el intercambio de heridas la sustancia de nuestra conversación; en realidad, los utilizamos como si fuera pegamento para for­talecer la relación. En efecto, hemos adquirido tal dominio en esto que hemos convertido nuestras heridas en una espe­cie de «moneda relacional» y la empleamos para dominar si­tuaciones y a personas. Los incontables grupos de apoyo cre­ados para ayudar a las personas a trabajar en sus historiales de abuso sexual, incesto, adicción y malos tratos, por nom­brar unos pocos, sólo sirven para asentar más la heridología como el idioma contemporáneo de la intimidad. En el seno de estos grupos de apoyo bien intencionados, se recibe, a ve­ces por primera vez, la necesaria validación de los daños que se han soportado. La compasión de los solícitos miembros del grupo se percibe como un largo trago de agua fresca en un día caluroso y seco.

Caí en la cuenta del predominio de este lenguaje de la heridología un día en que había quedado para comer con una amiga. La esperaba tomando café con dos hombres. Cuan­do llegó Mary, se la presenté a Ian y Tom, y en ese momen­to se acercó otro hombre para preguntarle a ella si estaba li­bre el 8 de junio, porque ese día su comunidad esperaba a un invitado especial y necesitaban a alguien que lo acompañara por el campus. Lo único que le preguntó era si estaba libre el 8 de junio, es decir, que bastaba con responder sí o no. Pe­ro Mary contestó:

— ¿El 8 de junio? ¿Has dicho el 8 de junio? De ninguna manera; cualquier otro día sí, pero el 8 de junio no. El 8 de Junio es nuestra reunión de supervivientes de incesto y ja­más nos dejamos plantadas. Nos hemos comprometido a apoyarnos mutuamente y, pase lo que pase, allí estamos. Ese día de ninguna manera. Tendrás que buscarte a otra perso­na, porque yo no voy a faltar a mi compromiso con este gru­po. Todas tenemos un historial de compromisos no cumpli­dos y estamos consagradas a no tratarnos con la misma desconsideración.

—De acuerdo, muy bien, gracias —se limitó a decir Wayne, el que le había hecho la pregunta, y se marchó.

Pero yo me quedé pasmada, igual que Ian y Tom. Mary y yo nos fuimos a comer, y cuando estuvimos solas le pre­gunté:

—Mary, quisiera saber por qué has dado tantas explica­ciones a Wayne. Lo único que te ha preguntado es si estás li­bre el 8 de junio. No hacía ni diez segundos que conocías a Ian y Tom, y por lo visto era importantísimo para ti que se enteraran de que de pequeña fuiste víctima de incesto y que todavía estás furiosa por eso. Querías a toda costa que esos hombres lo supieran. Desde mi punto de vista, es evidente que querías que tu historial emocional dominara la conver­sación en la mesa. Querías que esos dos hombres se andu­vieran con cuidado contigo y te reconocieran como una per­sona herida. Has dado toda esa información cuando lo único que Wayne te había preguntado era si estabas libre el 8 de ju­nio. Lo único que tenías que hacer era decir que no. ¿Por qué has tenido que explicar delante de unos extraños que eres una superviviente de incesto?

—Porque eso es lo que soy —contestó, mirándome co­mo si la hubiera traicionado—, una superviviente de in­cesto.

—Eso ya lo sé, Mary. Lo que te pregunto es por qué te­nías que decirlo.

Me dijo que era evidente que yo no sabía nada sobre el apoyo emocional, particularmente para las supervivientes de incesto. Le expliqué que comprendía que había soportado una infancia muy dolorosa, pero que sanar significa superar el dolor, no «comercializarlo». Como amiga, me sentía en la necesidad de decirle que se estaba dejando dominar seria­mente por la autoridad de sus heridas, que es lo contrario a sanarlas realmente. Ella repuso que tendríamos que recon­siderar nuestra amistad, y cuando nos despedimos al salir del restaurante también nos despedimos de nuestra amistad.

Pero yo continué impresionada por lo que acababa de presenciar. En ningún momento había contestado a mi pre­gunta. Estaba absolutamente atrincherada en sus heridas, tanto que las había convenido en una especie de moneda so­cial. Pensaba que se le debían ciertos privilegios debido a su penosa infancia: el privilegio de poder llamar al trabajo di­ciendo que estaba enferma cada vez que necesitaba «proce­sar» algún recuerdo; ayuda económica de su padre por lo que le había hecho, e infinito apoyo emocional por parte de sus amigas y amigos. Los verdaderos amigos, según Mary, eran las personas quecomprendían su crisis y asumían sus res­ponsabilidades cuando estas le resultaban demasiado pesa­das a ella.

Curiosamente, al día siguiente yo tenía que dar una bre­ve charla en esa comunidad. Llegué temprano y me senté al lado de una mujer que había ido a escuchar mi charla.

—Hola —le dije—. ¿Cómo te llamas?

Sin volverse a mirarme me contestó:

—Tengo cincuenta y seis años y soy superviviente de in­cesto. Claro que eso ya lo he superado porque formo parte de un grupo de supervivientes de incesto y somos nuestro sistema de apoyo mutuo. Mi vida está llena gracias a esas per­sonas.

Me quedé anonadada, no sólo porque esa conversación era una repetición de la que había mantenido con Mary, si­no también porque sólo le había preguntado el nombre.

Las heridas, como lenguaje de la intimidad, han encon­trado su campo de expresión dentro de las relaciones, ade­más de en los grupos de apoyo para curación. De hecho, no es exagerado afirmar que nuestros ritos para la vinculación romántica casi necesitan una herida para «despegar». Un tí­pico rito de vinculación se desarrolla más o menos del mo­do siguiente: Dos personas se encuentran por primera vez; se dicen sus respectivos nombres, ciudad natal y posible­mente algunos datos relativos a sus orígenes étnicos o reli­giosos (datos del primer chakra). A continuación la conver­sación pasa a temas del segundo chakra: trabajo, historias relacionales, entre ellas matrimonios, divorcios e hijos, y tal vez situación económica. Después vienen los temas del ter­cer chakra, generalmente referencias a las preferencias en comidas, programas de ejercicios, actividades durante el tiem­po ubre y posiblemente programas de crecimiento personal. Si desean establecer una relación más íntima, pasan al cuar­to chakra. Una persona revela una herida que está «proce­sando». Si la otra persona quiere responder de un modo «vinculante», le revelará una herida que haga juego, que sea de la misma magnitud. Si las heridas hacen pareja, las perso­nas se convierten en «compañeras de herida». En su unión entrarán las siguientes condiciones tácitas del convenio:

1. Nos acompañaremos para apoyarnos mutua y totalmen­te en cualquier recuerdo difícil relacionado con esta he­rida.

2. Este apoyo supondrá reorganizar cualquier parte de nues­tra vida social, o incluso laboral, en torno a las necesida­des de nuestra pareja herida.

3. Si hace falta, asumiremos las responsabilidades de nuestra pareja para demostrarle la sinceridad de nuestro apoyo.

4. Siempre animaremos a nuestra pareja a procesar sus he­ridas con nosotros y a tomarse todo el tiempo que haga falta para su recuperación.

5. Aceptaremos, con el mínimo roce, todas las debilidades y defectos que tienen su raíz en la herida, ya que la acep­tación es esencial para la curación.

En resumen, un vínculo basado en la intimidad herida es una garantía implícita de que los miembros debilitados de la pareja se necesitarán siempre el uno al otro y siempre tendrán un paso abierto hacia el corazón del otro. En lo que se refie­re a la comunicación, estos vínculos representan una dimen­sión totalmente nueva del amor, una dimensión orientada hacia el apoyo terapéutico y el cuidado de los compromisos mutuos hacia la curación. En cuanto al poder, las parejas ja­más habían tenido un acceso mutuo tan fácil a la vulnerabili­dad del otro, ni tanta aceptación franca del uso de las heridas para ordenar y dominar las relaciones íntimas. La heridología ha redefinido totalmente los parámetros de la intimidad.

La intimidad herida ha encontrado muchísimo apoyo en la comunidad de curación holística, particularmente en la li­teratura sobre las conexiones entre dolor emocional y enfermedad, y entre la curación de traumas emocionales y la recuperación de la salud. Se han creado grupos de apoyo en torno a todos los tipos posibles de traumas emocionales, des­de incesto hasta abusos durante la infancia, violencia do­méstica y aflicción por tener un familiar en la cárcel. Los pro­gramas de entrevistas en televisión adquieren popularidad haciendo públicos los detalles de las heridas de las personas. (Actualmente no sólo vivimos dentro de nuestras heridas, si­no que además nos divierten con las heridas de otras perso­nas.) El sistema jurídico ha aprendido a convertir las heridas en poder económico: en Estados Unidos los anuncios tele­visivos animan a la gente a entablar demandas judiciales co­mo forma de hacer frente a sus lesiones y agravios.

Antes de los años sesenta, madurez y fuerza significaban guardarse para sí los dolores y la vulnerabilidad. Ahora, en cambio, las definimos como la capacidad de la persona para mostrar a otra sus debilidades interiores. Si bien la intención original de estos grupos de apoyo era ofrecer una experien­cia de actitud sustentadora y compasiva a la persona que es­taba atravesando una crisis, nadie esperaba que esto conti­nuara hasta que la persona se hubiera recuperado de la crisis. Simplemente pretendían ser como un bote salvavidas para atravesar un río de transición.

Pero muy pocos miembros de estos grupos han querido bajarse del bote cuando han llegado a la otra orilla. En su lu­gar, han convertido una fase de transición en un estilo de vi­da a jornada completa. Una vez que han aprendido a hablar el lenguaje de la heridología, se les hace dificilísimo renun­ciar a los privilegios que acompañan al estar herido en nues­tra cultura del cuarto chakra.

Sin un programa establecido para la curación, corremos el peligro de hacernos adictos a lo que consideramos apoyo y compasión; comenzamos a creer que necesitamos más y más tiempo para «procesar» las heridas. Dado que se ve el vencimiento del plazo para este apoyo, los miembros de es­tos grupos suelen aferrarse a él con una desesperación que más o menos quiere decir: «Jamás me iré de aquí porque es el único lugar donde he encontrado apoyo. En mi mundo ordinario no cuento con ningún apoyo; por lo tanto seguiré viviendo "en proceso" y entre personas que comprenden lo que he sufrido.»

El problema de estos sistemas de apoyo es la dificultad para decirle a una persona que ya ha recibido suficiente apoyo y que necesita continuar con el asunto de vivir. En muchos sentidos este problema refleja nuestra comprensión tergi­versada de la compasión. La compasión, emoción del cuar­to chakra y una de las energías espirituales contenidas en la sefirá de Tiféret, es la fuerza para respetar el sufrimiento de otra persona a la vez que se devuelve el poder a la propia vi­da. Dado que durante mucho tiempo nuestra cultura no ha dado tiempo para sanar el corazón, y ni siquiera reconocía la necesidad de darlo, ahora compensamos excesivamente ese fallo no fijando ningún límite de tiempo en torno a esa curación. Nos hace falta crear un modelo de relación íntima sa­na, que sea poderosa y esté capacitada pero continúe siendo vulnerable. En estos momentos definimos «sano» o «sana­do» como lo contrario de «necesitado»; por lo tanto, estar sano o sanado significa ser totalmente auto suficiente, siem­pre positivo, siempre feliz, siempre seguro de sí mismo, y no necesitar jamás a nadie. Con razón son pocas las personas que se consideran «sanadas».