Quinto Chakra: Entre la cabeza y el corazón

Dado que el centro de la voluntad está situado entre las energías del corazón y las de la mente, necesitamos aprender a equilibrar nuestras reacciones a sus impulsos. Por lo gene­ral, cuando somos niños se nos dirige hacia una de estas dos energías gobernantes: normalmente, se dirige a los niños pa­ra que utilicen la energía mental, y a las niñas para que se de­jen llevar por el corazón.

La energía mental potencia el mundo externo, mientras que la energía del corazón potencia nuestro ámbito personal. Durante siglos, nuestra cultura ha creído que la energía emo­cional debilita la capacidad de tomar con rapidez las decisio­nes mentales necesarias, y que la energía mental es práctica­mente inútil en el ámbito emocional. Hasta los años sesenta, esta separación se consideraba aceptable. En esa década, en la que el corazón se encontró con la mente, se redefinió este concepto: una persona equilibrada es aquella que actúa con el corazón y la mente al unísono.

Si la mente y el corazón no se comunican con claridad entre sí, uno dominará al otro. Cuando nos dirige la mente, sufrimos emocionalmente porque convertimos en enemiga la información emocional; queremos dominar todas las si­tuaciones y relaciones, y mantener la autoridad sobre las emociones. Si nos dirige el corazón, tendemos a mantener la ilusión de que todo marcha bien. Dirija la mente o el corazón, la voluntad no estará motivada por la sensación de seguridad interior, sino por el miedo y el inútil objetivo de controlar. Este desequilibrio entre la cabeza y el corazón convierte a la persona en adicta. Desde el punto de vista energético, cual­quier comportamiento motivado por el miedo al crecimiento interior equivale a una adicción. Incluso comportamientos que normalmente son sanos, como el ejercicio y la medita­ción, por ejemplo, pueden ser adicciones si se emplean para evitar el dolor, el conocimiento o la intuición personal. Cualquier disciplina se puede convertir en un tenaz obstáculo entre la conciencia y el inconsciente, que dice: «Quiero orientación, pero no me des ninguna mala noticia.» Incluso tratamos de controlar la propia orientación que estamos bus­cando. Acabamos por vivir en un ciclo, aparentemente in­finito, de desear el cambio temiendo al mismo tiempo ese cambio.

La única manera de abrirnos paso a través de ese obs­táculo es tomar decisiones en las que intervenga el poder uni­do de la mente y el corazón. Es fácil continuar con un hábi­to que nos obstaculiza, alegando que no sabemos qué hacer a continuación. Pero eso rara vez es cierto. Cuando estamos atrapados por un hábito, se debe a que sabemos exactamen­te lo que deberíamos hacer a continuación, pero nos aterra hacerlo. Para romper la repetición de los ciclos de nuestra vi­da sólo hace falta tomar una firme decisión que apunte ha­cia el mañana, no hacia el ayer. Las decisiones que dicen «Se acabó, no continuaré aceptando este tipo de trato», o «No puedo seguir aquí ni un solo día más; debo marcharme», con­tienen el tipo de poder que une las energías de la mente y del corazón, y la vida comienza a cambiar casi instantáneamente a consecuencia de la autoridad presente en ese intenso gra­do de elección. De acuerdo que asusta dejar los contenidos de la vida que conocemos, aun cuando esa vida sea terrible­mente triste. Pero es que el cambio asusta, y esperar a tener esa sensación de seguridad antes de hacer un cambio sólo produce más tormento interior, porque la única manera de obtener esa sensación de seguridad es entrar en el remoli­no del cambio y salir por el otro lado sintiéndose vivo de nuevo.

Elleen Caddy, fundadora junto con otras dos personas de la comunidad espiritual de Findhorn, en el norte de Es­cocia, ha tenido una interesante vida de cambios y desafíos mientras aprendía a confiar en la orientación divina y a ren­dirse a sus directrices. Recibió la orientación, que ella atribuye a la vozde «Cristo», de dejar a su primer marido y sus cinco hijos e iniciar una relación con un hombre llamado Peter Caddy. Aunque siguió esta orientación, los años si­guientes fueron muy tumultuosos, debido en parte a que en aquella época Peter estaba casado. Finalmente Peter dejó a su esposa, se casó con Elleen y se hizo cargo de la adminis­tración de un hotel en decadencia de la ciudad de Forrest, al norte de Escocia. Tuvieron tres hijos y, siguiendo la orienta­ción de Elleen, muy pronto Peter convirtió ese hotel mo­desto en uno de cuatro estrellas. Durante esos años el con­tacto de Elleen con sus otros cinco hijos fue mínimo, pero su guía le dijo que acabaría reconciliándose con ellos, lo que resultó cierto. Como los dos llegaron a comprender, la guía de Elleen provenía de un lugar espiritual profundo.

Cuando el hotel estaba en el apogeo de su éxito, Peter fue despedido, ante la sorpresa de todo el mundo. Esto fue una conmoción para él y para Elleen, ya que jamás había su­puesto que el trabajo de Peter sería recompensado con el des­pido. Pero entonces su guía le dijo a Elleen que alquilaran una caravana en un parque para caravanas de la localidad lla­mado Findhorn. Allí se les ordenó hacer un jardín, sugeren­cia aparentemente absurda, dado el clima, la situación geo­gráfica y el mínimo de luz solar. De todos modos, ellos hicieron lo que se les ordenaba, y muy pronto se les unió una mujer llamada Dorothy McLean.

Al igual que Elleen, Dorothy era una intermediaria, pe­ro su orientación provenía de «energías naturales» que le in­dicaron la forma de colaborar con ellos de modos cocreadores. Las energías naturales prometieron que exagerarían el crecimiento de las plantas durante siete años exactos, para demostrar lo que se puede realizar cuando las fuerzas espi­rituales, humanas y naturales de la vida funcionan unidas.

El jardín prosperó exactamente como les habían pro­metido. Las plantas alcanzaron proporciones inauditas. Muy pronto, los rumores sobre la existencia de este jardín Dios. Aunque seguía la orientación que recibía, en realidad no deseaba hacerlo y, por lo tanto, la mayor parte del tiem­po estaba en conflicto. Necesitaba aprender a tener fe y con­fianza en la «conciencia de Cristo», como llama ella a su guía. Esa era su misión espiritual personal.

Ahora dice que la fuerza de Dios es una realidad interior que la dirige siempre. Está consagrada a un camino de servi­cio y piensa que sus recompensas han sido numerosas: «Tengo una familia en el sentido arquetípico. Estoy rodeada por una comunidad que es mi familia. Tengo un hermoso ho­gar, una relación amorosa con todos mis hijos y una relación íntima con Dios. Me siento profundamente bendecida.»

El vínculo de Elleen con la energía de «Cristo» refleja un camino místico contemporáneo. Su vida ha abarcado los ca­minos espirituales antiguo y nuevo: el antiguo, en el que el dirigente espiritual aceptaba las penurias y la contemplación solitaria en calidad de intermediario entre los demás y Dios; y el nuevo, en el que la persona vive dentro de la comunidad espiritual.

Elleen vive con las pruebas, bendiciones y recompensas de la orientación divina. Su vida está llena de milagros y de frecuentes sincronismos.

Entregar la propia voluntad a la orientación divina pue­de ser causa de experiencias difíciles a la vez que de un gran conocimiento e intuición. La persona puede experimentar el doloroso final de muchas fases de su vida, entre ellas matri­monios y ocupaciones. Pero aún no he conocido a nadie que piense que el resultado final de unirse con la autoridad divi­na no haya valido la pena. Ninguna historia capta mejor es­ta experiencia que la lección original de rendición, la histo­ria de Job.

Job era un hombre que tenía una enorme fe en Dios y grandes riquezas, y que se enorgullecía de ambas cosas. Sa­tán te pidió permiso a Dios para poner a prueba a Job, asegurando que él era capaz de hacerle perder la fe. Dios aceptó. Lo primero que hizo Satán fue hacerle perder sus pose­siones y a sus hijos, pero Job continuó fiel a Dios, creyendo que si ésa era su voluntad, debía aceptarla. Después Satán le envió una enfermedad, y su esposa le recomendó que «re­prendiera a Dios» por aumentar sus desgracias. Job conti­nuó siendo fiel a Dios. Su esposa murió.

Sus amigos Elifaz, Bildad y Sofar fueron a visitarlo para manifestarle su compasión, y discutieron sobre la naturale­za de la justicia divina. Ellos creían que Dios jamás castiga­ría a un «hombre justo»; por lo tanto, Job tenía que haber hecho algo que constituía una ofensa para los cielos. Job ale­gó su inocencia y les dijo que sus sufrimientos formaban par­te de la experiencia universal de la injusticia.

Cuando Job comenzó a pensar que, después de todo, tal vez Dios era injusto al hacerlo sufrir, intervino un joven lla­mado Elihú y reprendió a Job y sus amigos por creerse ca­paces de conocer la «mente de Dios» y por pensar que Dios les debía una explicación por sus decisiones.

Finalmente, Dios le habló a Job y lo instruyó sobre la di­ferencia entre voluntad humana y voluntad divina. Le pre­guntó: « ¿Dónde estabas tú cuando yo creé la Tierra? [...] ¿Acaso has dado tú órdenes a la mañana y enseñado su lugar a la aurora?»

Job comprendió que desafiar la voluntad de Dios era una locura y se arrepintió. Informó a sus amigos sobre la verdad que había aprendido: que ningún mortal puede conocer ja­más la mente de Dios, que el único acto verdadero de fe es aceptar todo lo que Dios nos pide y que Dios no le debe a ningún mortal una explicación de sus decisiones. Entonces puso su voluntad en las manos de Dios diciendo: «Una vez hablé; no volveré a hablar.» Dios le dio otra familia y dupli­có sus posesiones terrenas.

Una y otra vez, los problemas a los que nos enfrentamos nos inducen a preguntar: ¿Cuál es la voluntad de Dios para mí? Con frecuencia pensamos que la voluntad de Dios para nosotros es una tarea, un trabajo, un medio de acumular poder para nosotros. Pero la verdad es que la voluntad divina nos llevará primero y principalmente a aprender acerca de la natu­raleza del espíritu y de Dios.

El acto más importante de voluntad al que podemos con­sagrar nuestro espíritu es elegir vivir según estas normas:

1. No hacer ningún juicio.

2. No tener ninguna expectativa.

3. Renunciar a la necesidad de saber por qué las cosas ocurren como ocurren.

4. Confiar en que los acontecimientos no programados son una forma de dirección espiritual.

5. Tener el valor de tomar las decisiones que necesitamos to­mar, aceptar lo que no podemos cambiar y tener la sabi­duría para ver la diferencia entre ambas cosas.