Un día Norm me llamó para que hiciera la evaluación de una mujer que sufría de depresión y de dolores en el cuello y la parte inferior de la espalda. También quería saber si la beneficiarían diversos tratamientos electromagnéticos. «De ninguna manera —contesté yo—. No tiene el poder suficiente en su organismo para que esos aparatos le resulten beneficiosos.»
Esa era la primera vez que yo hacía un comentario sobre el poder de una persona para sanar. Norm me pidió que se lo explicara más, y sólo entonces caí en la cuenta de lo que acababa de decir. De pronto tuve una percepción totalmente distinta del sistema energético humano como expresión del poder personal.
Le expliqué que las actitudes de esa mujer habían sido la causa de que perdiera poder en su vida. Se sentía incapaz, siempre buscaba aprobación, y tenía un enorme miedo de estar sola. Su estima propia se basaba solamente en su capacidad para dominar a los demás, principalmente a sus hijos. Sus temores y su incapacidad eran como un agujero negro, hacia el cual atraía a todas las personas, sobre todo a sus hijos, para finalmente aplastarlos. Continuamente los criticaba con el fin de que continuaran dependiendo de ella, ya que a los hijos débiles les resulta difícil abandonar el nido. Encontraba defectos en todo lo que hacían, ya fueran cosas relacionadas con los estudios o con los deportes, porque no podía arriesgarse a capacitarlos con apoyo emocional. Dado que dominar a los demás le consumía una enorme cantidad de energía yque jamás se sentía al mando, vivía agotada. Su dolor crónico también era consecuencia de su incapacidad para dominar a otros. Cuando llegó a la consulta de Norm parecía derrotada.
Esa mujer no podía aceptar el hecho inevitable de que sus hijos se fueran del hogar, pero afirmaba que actuaba así por el bien de ellos. Según ella, era una madre sustentadora porque les proporcionaba una casa limpia, alimentos sanos y ropa buena. Sin embargo, se esforzaba sistemáticamente en minarles el desarrollo emocional, hecho que ella se negaba a admitir.
Puesto que los tratamientos médicos usuales no le habían servido de nada, Norm estaba pensando en un método alternativo, que combinara psicoterapia, estimulación craneal mediante un aparato eléctrico y terapia de color y luz. Me di cuenta de que con esas técnicas ella podría mejorar durante una semana o tal vez un mes, pero que no sanaría totalmente mientras no renunciara a su lucha patológica por dominar.
Esa tarde comprendí que para que una terapia alternativa tenga éxito es necesario que el paciente tenga un concepto «interno» del poder, una capacidad para generar energía interna yrecursos emocionales, como por ejemplo creer en su autosuficiencia. Esa mujer sólo tenía un concepto «externo» del poder, el que extraía de una fuente externa, sus hijos. Lógicamente, esa paciente podía ir a sesiones de psicoterapia, pero mientras no afrontara la verdad acerca de sí misma, lo único que haría sería hablar de sus quejas durante una hora a la semana. No habría ninguna curación real. Como observa M. Scott Peck en sus libros People of the Lie y The RoadLess Traveled,para sanar es esencial ver y reconocer la verdad acerca de nosotros mismos, acerca de nuestra participación en la creación de nuestros problemas y acerca de cómo nos relacionamos con los demás.
La evaluación de esa mujer me hizo ver con más profundidad el papel que desempeña el poder en nuestra vida y nuestro sistema energético. El poder está en la raíz de la experiencia humana. Nuestras actitudes y creencias, sean positivas o negativas, son prolongaciones de la forma en que definimos, utilizamos o no utilizamos el poder. Nadie está libre de problemas con el poder. Por ejemplo, es posible que tratemos de superar sentimientos de incapacidad o impotencia, o de mantener el dominio sobre otras personas o situaciones que creemos que nos dan poder, o de conservar la sensación de seguridad (sinónimo de poder) en nuestras relaciones personales. Muchas personas desarrollan una enfermedad cuando pierden algo que para ellas representa poder, como dinero, un trabajo o un partido de fútbol, o cuando pierden a alguien a quien han investido de poder o de su identidad, como el cónyuge, un amante, un progenitor o un hijo. Nuestra relación con el poder está en el núcleo de nuestra salud.
Consideremos juntos el primer principio (que la biografía se convierte en biología) y este segundo principio (que el poder personal es necesario para la salud). El poder media entre nuestros mundos interno y externo, y al hacerlo se comunica en un lenguaje de mito y símbolos. Piense, por ejemplo, en el símbolo más común del poder: el dinero. Cuando una persona interioriza el dinero como símbolo de poder, su adquisición y control se convierten en símbolo de su salud: cuando adquiere dinero, su sistema biológico recibe el mensaje de que está entrando poder en su cuerpo. Su mente transmite el mensaje inconsciente: «Tengo dinero, por lo tanto estoy a salvo, estoy segura. Tengo poder y todo está bien.» Este mensaje positivo transmitido al sistema biológico genera salud.
Ciertamente, ganar mucho dinero no garantiza la salud, pero es innegable que la pobreza, la impotencia y la enfermedad están ligadas. Ganar dinero con dificultad o perderlo repentinamente puede debilitar el sistema biológico. Recuerdo a un hombre que a mediados de los años ochenta se hallaba en la cima del éxito. Su empresa era cada vez más próspera y él tenía la energía de diez personas. Trabajaba hasta muy tarde, hacía vida social hasta altas horas de la madrugada, y a la mañana siguiente era el primero en llegar al trabajo, siempre alerta, alegre, pendiente de todo. En octubre de 1987 se produjo una crisis en el mercado bursátil y su empresa fue una de las que cayeron. La salud de este hombre se deterioró en meses. Empezó a sufrir de migrañas, después de dolor de espalda y finalmente de un trastorno intestinal bastante grave, yano podía soportar trabajar hasta tarde ni su vida social, y se retiró de todas las actividades que no consistieran en hacer sobrevivir su imperio financiero.
Ese hombre no sabía que había «calibrado» su salud para hacer dinero. Pero cuando cayó enfermo vio de inmediato la conexión. Comprendió que para él el dinero representaba la libertad y la capacidad para llevar el estilo de vida con que siempre había soñado. Cuando perdió su fortuna, perdió su poder y en cuestión de semanas también se arruinó su biología. Ciertamente, el estrés de reactivar una empresa puede debilitar a cualquiera. Este hombre había soportado mucho estrés cuando su empresa estaba en la cumbre, pero aquel tipo de estrés le daba poder.
Cada uno tenemos numerosos símbolos de poder, y cada uno de esos símbolos tiene su equivalente biológico. El dentista que desarrolló un cáncer de páncreas tenía un símbolo de poder: su trabajo; pero como había llegado a despreciarlo, iba perdiendo poder día a día. La falta de poder desencadenó una reacción biológica que acabó generando una enfermedad terminal.
Nuestra vida está estructurada en torno a símbolos de poder: dinero, autoridad, títulos, belleza, seguridad. Las personas que llenan nuestra vida y las decisiones que tomamos en cada momento son expresiones y símbolos de nuestro poder personal. Solemos vacilar a la hora de desafiar a una persona a la que creemos más poderosa que nosotros, y con frecuencia accedemos a hacer cosas porque creemos que no tenemos el poder para negarnos. En incontables situaciones y relaciones, la dinámica que funciona por debajo es la negociación del poder: quien lo tiene y cómo podemos mantener nuestra participación en él.
Aprender el lenguaje simbólico de la energía significa aprender a evaluar la dinámica del poder en nosotros mismos y los demás. La información energética es siempre veraz. Aunque una persona acepte verbalmente algo en público, su energía dirá cómo se siente en realidad, y sus verdaderos sentimientos encontrarán la manera de expresarse mediante una declaración simbólica. Nuestros sistemas biológico y espiritual siempre intentan expresar la verdad, y siempre encuentran la manera de hacerlo.
Es necesario tomar conciencia de lo que nos da poder. La curación de cualquier enfermedad se facilita identificando nuestros símbolos de poder y nuestra relación simbólica y física con esos símbolos, y escuchando los mensajes que el cuerpo y las intuiciones nos envían acerca de ellos.