Un anciano comenzó a buscar algo por el jardín que había fuera del monasterio.
Cuando llevaba ya más de una hora, se le acercó un monje.
—Buen hombre, ¿qué está usted buscando?
—Las llaves del monasterio, no las encuentro por ningún sitio, llevo aquí ya un buen rato y no hay forma.
—No se preocupe, yo le ayudo.
Ambos continuaron buscando por todo el jardín.
Al rato se acercó otro monje y les hizo la misma pregunta. Y al momento comenzó a buscar también él las llaves.
Se acercaron hasta seis monjes para ayudar al maestro a buscar las llaves que había perdido.
Cuando ya llevaban más de una hora, uno de ellos preguntó:
—Este trozo de jardín es pequeño, y somos diez personas buscando unas llaves que, además, son bastante grandes. Perdone mi atrevimiento, ¿pero está usted seguro de que las perdió aquí?
—Aquí… ah, no, no… en realidad las perdí en el sótano de la cocina, ahí adentro —respondió sin inmutarse mientras continuaba buscando.
En ese momento todos pararon de buscar.
—Pero, entonces… ¿por qué las está buscando aquí afuera?
—Bueno, porque aquí hay más luz y la compañía es, sin duda, mucho mejor.