Un caballo y un pequeño burro regresaban del mercado junto al dueño y su hijo. La compra aquella mañana había sido abundante y los animales iban muy cargados. Ambos comenzaron a andar sabiendo que les quedaba un largo camino.
Cuando ya llevaban dos horas bajo el sol, el burro se acercó al caballo y le susurró al oído:
—¿Podrías ayudarme con el peso, soy pequeño y me han puesto prácticamente la misma carga que a ti?
El caballo miró hacia otro lado y se adelantó unos metros como si no hubiera escuchado nada.
Ambos animales continuaron caminando.
Una hora más tarde el burro apenas podía tenerse en pie y su ritmo era cada vez más lento. Hizo un último esfuerzo para alcanzar de nuevo al caballo y pedirle ayuda.
—Amigo, si en algo valoras mi vida, por favor, ayúdame con la carga.
El caballo miró hacia otro lado como si aquellas palabras no fueran dirigidas a él.
En apenas unos minutos se escuchó el crujir de un hueso y el burro se desplomó en el suelo.
Padre e hijo, al ver al burro herido, se apresuraron a recoger toda la carga y a ponerla sobre el caballo. Una vez fijada correctamente para que no cayera, cogieron al burro y también lo subieron a lomos del caballo.
Aún quedaban varias horas de viaje.