Un famoso erudito estaba realizando un viaje de investigación y, para continuar con el mismo, debía llegar a una remota isla. Para ello contrató a un barquero de la zona.
Este era un hombre sin estudios, de hecho apenas sabía leer o escribir.
—Buenos días.
—Buenos días, barquero. Necesitaría viajar a la isla Mayopeki.
—Está bien, pero debemos zarpar cuanto antes, pues se viene tormenta.
—En realidad —contestó el erudito— la expresión correcta sería se avecina tormenta, ¿acaso usted no ha estudiado gramática?
—No, la verdad es que no. Nunca pude ir al colegio, me dediqué a trabajar desde pequeño.
—Vaya, pues ha perdido usted una gran parte de su vida.
El erudito subió a la barca junto a un avergonzado barquero. Estuvieron navegando durante un buen rato bordeando la costa.
—Dígame, ¿aquellos árboles de allí son alguna variedad de pino?
—Pues en realidad no sabría decirle —contestó el barquero.
—Vaya, pues debería saberlo, la botánica es muy importante.
Creo que ha perdido usted otra gran parte de su vida.
Continuaron el trayecto en silencio durante un rato hasta que el erudito habló de nuevo.
—Y de cuentas, ¿cómo anda usted?
—¿A qué se refiere?
—Pues al pago de los viajes, saber qué día de la semana gana más dinero, si tiene pérdidas, ganancias… la contabilidad básica.
El barquero se quedó callado.
—No me irá usted a decir que tampoco sabe nada de contabilidad…
—No —contestó avergonzado.
—Pues sepa usted que ha perdido mucho el tiempo y otra gran parte de su vida.
De pronto el barquero miró a lo lejos con rostro de preocupación.
—Creo que ya nos ha alcanzado la tormenta.
—¿Cómo lo sabe, ha consultado las presiones o la velocidad del viento?
—No, simplemente lo sé.
—Perdone, pero yo he estudiado varios años meteorología y ahora mismo no se dan todas las circunstancias para que…
—Mire, usted dirá lo que quiera, pero lo mejor es que vayamos hacia la costa y mañana retomemos el viaje a la isla, es más seguro.
—De ninguna manera, no es necesario…
En ese momento un rayo cayó sobre la balsa y le hizo un agujero. Esta comenzó a llenarse rápidamente de agua.
—¿Sabe usted nadar? —preguntó el barquero mientras saltaba al agua.
—¡No, no, no…! —contestó el erudito asustado.
—Pues entonces ha perdido usted su vida.