Un hombre acumuló todos sus ahorros y se compró una gran pieza de oro que enterró bajo uno de los árboles de su jardín.
Todos los días iba y lo desenterraba para ver si el oro seguía allí. Tras contemplarlo, lo volvía a enterrar de nuevo.
Uno de sus vecinos observó sus frecuentes visitas al jardín y, una noche, se acercó al mismo lugar, encontró el oro y se lo robó.
Al día siguiente, en cuanto el hombre lo descubrió se puso a gritar, a lamentarse. Un amigo suyo, al enterarse del motivo de sus lamentos le dijo:
—No te preocupes que el asunto no es tan grave, busca una piedra y colócala en el hueco. Imagínate que es oro y ya está, total, nunca ibas a hacer uso de él.