Trata esta historia de un padre, su hijo y un burro que regresaban a casa tras un duro día de trabajo en el campo. El hijo iba sentado en el burro mientras el padre los acompañaba a pie.
Al pasar por una pequeña aldea, escucharon como una mujer le decía a otra:
—¡Lo que hay que ver! Que un hijo tan joven y tan fuerte haga caminar a su padre mientras él va subido a lomos del burro. ¡Qué poca vergüenza!
El hijo, al escuchar el comentario, trató de convencer a su padre para que se cambiaran la posición durante el resto del camino.
Así pues, el padre se sentó a lomos del burro y el hijo continuó a pie.
Apenas habían salido de la aldea cuando se cruzaron con un peregrino que, al verlos, no pudo evitar comentar en voz alta:
—¡Mira esos dos! El padre a lomos del burro mientras el pobre hijo tiene que ir caminando… ¡Vergüenza tendría que darle! ¡Vaya padre!
Al escuchar el comentario, el padre pensó que quizás aquel hombre tenía razón y que pudiendo ir los dos en el burro por qué no hacerlo. Así pues, ambos se subieron a lomos del animal.
Cuando ya les quedaba poco para llegar a su pueblo se encontraron a un cura que les hizo detenerse:
—¿No os da vergüenza? ¡Pobre animal! Hay que ser muy vago y muy cruel para hacer algo así… Vosotros ahí arriba, bien cómodos, mientras el burro ya no puede ni con su alma.
—Pero… —Intentó justificarse el padre.
—¡Ni pero ni nada! —contestó el cura—, bajad ahora mismo antes de que matéis a este pobre animal.
Padre e hijo se bajaron y continuaron el camino que les quedaba a pie, junto al burro.
Y así llegaron por fin a su pueblo…
En cuanto entraron en la Plaza Mayor se dieron cuenta de que un grupo de personas les señalaban mientras se reían a carcajadas.
¡Mirad a esos! No se puede ser más tonto, tienen un burro y van los dos caminando… ¡Y el burro tan tranquilo!