En la orilla de un lago vivía una rana muy amable que ayudaba a todos los animales que no sabían nadar a cruzar el estanque.
Cargaba a su espalda a pequeños ratones, orugas, escarabajos… y todo tipo de insectos.
Pero cierto día, un escorpión que se había perdido le pidió que le ayudara a cruzar.
—Rana, necesito cruzar el lago, pero mi cuerpo no tiene la capacidad de nadar, ¿podrías ayudarme?
La rana, que conocía la fama de los escorpiones, sabía que no podía fiarse.
—¿Que te lleve sobre mi espalda?, de ninguna manera. No te conozco y en cualquier momento podrías clavarme tu aguijón y me matarías.
—Pero ¿cómo voy a picarte? Si así lo hiciera moriríamos los dos, pues yo no sé nadar.
Aun así la rana no estaba del todo convencida. En realidad el escorpión tenía razón, si le picaba él también se ahogaría en el agua.
—Por favor, rana… necesito pasar al otro lado.
Ante tanta súplica, la rana aceptó, y el escorpión, con cuidado, se subió a su espalda.
Y así comenzaron a cruzar el lago.
En un principio todo iba bien y la rana, poco a poco, fue perdiendo el miedo. Pero cuando ya estaban llegando a la otra orilla, realizó un movimiento brusco para esquivar unas ramas y, en ese momento, el escorpión le picó en la espalda.
La rana sintió un profundo dolor y fue notando cómo el veneno le entraba en el cuerpo paralizándole los músculos.
—Pero ¿qué has hecho?, ¿por qué me has picado? ¡Prometiste no hacerlo! Ahora vamos a ahogarnos los dos.
—No he podido evitarlo, es mi naturaleza —contestó el escorpión.
La rana, apoyándose en unas ramas, aún consiguió salir a la superficie y así salvar su vida. Pero el escorpión se quedó a unos pocos metros de la orilla, intentando no hundirse.
Una mujer que paseaba alrededor del lago observó al escorpión intentando alcanzar la orilla. Sin pensarlo, se acercó, alargó su brazo y lo cogió. Pero, en ese mismo instante, le picó en la mano. Como reacción lo soltó y el animal cayó de nuevo al agua.
Tras unos segundos, la mujer vio cómo el escorpión intentaba de nuevo llegar a la orilla. Se acercó, alargó el brazo y volvió a cogerlo. Y este le picó de nuevo en la mano, cayendo otra vez al agua.
Por el sendero se acercó un campesino que había estado observado toda la escena:
—¿Por qué intentas salvar a ese escorpión? ¿No ves que está en su naturaleza picarte?
La mujer no le hizo caso y buscó alrededor algo con lo que sacarlo. Encontró un palo, se lo acercó y finalmente pudo dejarlo en tierra.
—Y en mi naturaleza está salvarlo —contestó.