Había un hombre del que se decía que podía adivinar cualquier cosa. De hecho, eran muchos los que se acercaban cada día a él para preguntarle por los más diversos temas.
Una mañana, el hijo del rey, sintiendo envidia de aquel hombre quiso dejarle en evidencia delante de todos.
Su idea era coger un pequeño pájaro, esconderlo entre sus manos y preguntarle qué traía. Si adivinaba que era un pájaro, entonces le preguntaría si estaba vivo o muerto. Si decía que estaba muerto, lo dejaría volar; y si decía que estaba vivo, entonces le apretaría el cuello con sus manos y lo mataría.
—¡Sabio! —le gritó delante de todo el mundo—, se dice que eres capaz de adivinar cualquier cosa, veamos si puedes averiguar lo que tengo entre mi manos.
Se hizo el silencio y el sabio, sin dudar, dijo:
—Entre tus manos tienes un pájaro.
—Muy bien, pero ¿ese pájaro está muerto o está vivo?
Se hizo de nuevo el silencio.
—Príncipe, el destino de ese pájaro está en tus manos.
Todos aplaudieron al sabio, pues se dieron cuenta de la trampa que le había intentado tender el príncipe. Este se fue de allí totalmente avergonzado y con la intención de contarle a su padre lo sucedido.
El rey, al conocer que el sabio había puesto en ridículo a su hijo, lo mandó encerrar.
Tenía intención de ejecutarlo, pero sus consejeros le dijeron que eso podía generar una revolución, pues la gente no lo entendería, a no ser que demostrara que el sabio, en realidad, era un impostor.
Por eso le tendieron una trampa: pensaron en darle a elegir entre dos papeles. Si sacaba el de inocente se salvaría, pero si sacaba el de culpable se demostraría que era un embustero y merecía morir.
El truco estaba en que en ambos papeles ponía lo mismo: culpable.
Llegó el día y, ante todo su pueblo, el rey dijo:
—Sabio, voy a darte a elegir entre dos papeles, en uno pone inocente y en el otro culpable, si realmente eres un adivino, sabrás cuál coger para salvar tu vida.
El rey dejó los dos papeles sobre una mesa y el sabio estuvo pensando durante unos minutos. Pero, de pronto, cogió uno de ellos, se lo metió a la boca y se lo tragó.
Ante el asombro de todos, el rey gritó:
—¡Pero qué has hecho, estúpido! Ahora no sabremos qué papel habías elegido.
—Sí, claro que sí, simplemente mirad lo que pone en el que aún está sobre la mesa y sabréis cuál he elegido.