Un maestro se desplazó, junto a un grupo de monjes, a una gran ciudad para participar en unas jornadas sobre la meditación y el desapego de lo material.
Habló sobre lo fácil que es vivir con poco, sin lujos, sin las necesidades impuestas por el consumismo desmedido. Contó que él apenas tenía muebles o ropas y era muy feliz.
Tras acabar las jornadas, el maestro y sus alumnos se fueron al aeropuerto para coger el avión de regreso. Como tenían dos horas libres decidieron entrar en un centro comercial, pues la mayoría de ellos nunca había estado en ninguno.
Pasearon por los pasillos observando todos los productos que les rodeaban, y cuando ya había transcurrido más de una hora decidieron que era momento de irse, pero no encontraban al maestro por ningún lado.
Finalmente lo descubrieron yendo por los pasillos, tocando la mayoría de objetos, examinándolos, interesándose por ellos… incluso llegó a preguntar a algún vendedor por el precio o utilidad de los mismos.
Asombrados por aquel comportamiento, ninguno se atrevió a decir nada y, lentamente, se dirigieron a la salida para esperarlo allí.
Cuando ya apenas faltaban unos minutos para embarcar observaron que el maestro salía tranquilamente del centro comercial y se dirigía hacia ellos.
—Bien, hermanos, se ha hecho un poco tarde, creo que ya es hora de marchar hacia casa —les dijo.
Todos se quedaron en silencio. En realidad ninguno de los alumnos se atrevía a decir nada, pero no entendían que justamente él hubiera caído en la redes del consumismo.
Finalmente, uno de ellos, el más joven, se atrevió a hablar.
—Maestro, ¿puedo hacerle una pregunta?
—Claro, adelante.
—Cómo es que usted, que cultiva la austeridad, ha estado tanto tiempo observando todo lo que había allí dentro.
—Es que me he quedado maravillado de todas las cosas que existen y no necesito.