Cada momento de luz y de oscuridad es un milagro.
Walt Witman
La persona que se desempeña plenamente como tal, acepta el dolor emocional como una realidad inevitable d e la vida. De hecho, lo toma como na estáñalo indispensable para cambiar. Esto no quiere decir que pida de dolor ni que se queda pasiva esperando ser lastimada, sino comprende que ese dolor significa no solamente incomodidad, pero también se puede utilizar como una fuerza positiva para crecer en nuestro aspecto humano. Una vida sin ¿olor, si fuera posible una vida así, no sería más que una vida en parte, porque el dolor y la alegría están interrelacionados, a veces dependientes uno d e l otro y, en ciertas circunstancias, uno crece a partir del otro.
La persona que funciona plenamente está consciente de que el dolor emocional en gran parte es provocado por uno mismo. No surge, como muchas veces suponemos, de las acciones ajenas, de una situación negativa o de un hecho desgraciado. Es nuestra reacción personal a estas cosas. No son los demás los que ocasionan nuestra infelicidad, somos nosotros mismos. En un sentido muy real, nosotros somos directamente responsables de nuestro dolor. O bien podemos atormentamos por nuestra condición humana y maldecir a nuestros amigos, familia, sociedad y a Dios, a quienes hacemos responsables de ello, o bien la aceptamos y hacemos algo constructivo y personal para mejorada. La primera decisión continuará creándonos dolor inútil, la otra nos dará soluciones. Puede ser que experimentemos una depresión irremediable con la idea de nuestra inevitable ancianidad y muerte, depresión que nos priva de las posibilidades presentes para vivir; o podemos ver la existencia de estos fenómenos como un incentivo para mejorar la calidad de nuestra vida ahora. Un rechazo personal se puede tomar como una barrera infranqueable y como razón para mirar nuestro comportamiento más de cerca y con más carácter crítico y, así, corregirlo y ocasionar el cambio del comportamiento de los demás hacia nosotros. La decisión es nuestra. Como sugirió Nikos Kazantzakas con valentía: “Tenemos pintura y pinceles, pintemos el paraíso y entremos en él”. Pero, si también lo deseamos, podemos crear un infierno para nosotros. Sin embargo, si elegimos crear el infierno percatémonos que es nuestra propia decisión y, por lo tanto, no podemos culpar a nuestros padres, amigos, familia, sociedad a Dios por entrar en él. Nada ni nadie puede deprimimos o causamos dolor si decidimos que no sea así.
Aun así hay mucho que aprender del dolor, y como la mayoría de nosotros no somos lo suficientemente fuertes para rechazarlo sanamente, lo podemos seguir usando para nuestros objetivos.
La mayoría de las personas detestan la sola idea del dolor y lo ven como un aspecto totalmente negativo de la existencia. Buscan evadirlo por cualquier medio. Realizan toda clase de gimnasia mental, se tragan prácticamente toneladas de píldoras al día o se ciegan con fuentes momentáneas de alivio como es el alcohol, los tranquilizantes y las drogas. Algunos, en la desesperación, eligen inclusive la psicosis, un escape total de los aspectos dolorosos de la realidad. No se dan cuenta que el dolor puede ser una fuerza dinámica para ayudamos a cobrar conciencia. De hecho, estoy seguro que el crecimiento continuo depende de cierto grado de incomodidades, y que el grado del cambio está positivamente relacionado con el grado de dolor. El dolor es una forma muy humana de exigir cambio.
Cuando nos aferramos al dolor terminamos castigándonos a nosotros mismos.
Si no fuera por el dolor físico, no sabríamos cuándo estamos enfermos y en peligro fisiológico, y pronto moriríamos. El dolor físico, aunque ciertamente desagradable, nos pone en alerta sobre el hecho de que hay una falla en el sistema que requiere atención inmediata. Si atendemos enseguida un dolor de muelas, podemos salvar de la extracción, a la pieza. Si tratamos de pasar por alto el dolor, puede ser que momentáneamente cese, pero la pieza dental se seguirá deteriorando y a la larga morirá.
Ese es el caso del sufrimiento mental. Si cada vez que lo experimentamos lo acogemos con interés y le damos nuestra inmediata atención haciéndonos la pregunta: “¿De qué se trata este dolor? ¿Qué hay en él que yo pueda aprender? ¿Cuáles son mis alternativas además de sufrirlo?”. Entonces, quizá, podamos descubrir la verdadera razón del dolor y llegar a conductas alternas creativas para ayudarnos a superarlo. Cuando intentamos culpar a nuestro dolor, negarlo o sublimarlo, es muy probable que descubramos que éste se repite y se repite, y como resultado terminamos experimentando el mismo dolor una y otra vez. Tengo una amiga, por ejemplo, una adorable aunque solitaria señora, que se ha casado cinco veces con el mismo hombre, variando la forma. A pesar de que cada matrimonio le ha producido la misma desesperación, no ha aprendido nada de cada uno de ellos y, así, es muy probable que repita su error por sexta vez. Aun cuando, por lo menos, tiene un factor positivo que la alienta, no se da por vencida.
Hay personas que corren todavía mucho más peligro porque al experimentar el dolor, crean inmediatamente estrategias protectoras para el futuro. Se entregan a la apatía, se acobardan y paralizan ante el temor, o se inhiben ante cualquier interacción. Una vez que han 139
identificado una situación dolorosa específica, nunca más volverán a intentar, voluntariamente, pasar por otra situación similar. Están seguros de que los resultados siempre serán los mismos. Si en alguna ocasión los rechazaron en una relación amorosa es muy probable que desconfíen del amor, se vuelvan cautelosos ante la ternura y sospechen de los amantes. Es posible que escojan el aislamiento aunque su soledad sea más dolorosa que el rechazo original.
También hay personas que se aferran al dolor como a un amante, pero en igual sentido de que al tratar de retener a un amante cautivo, el precio es muy alto. El aferrarse al dolor hace que se consuman grandes cantidades de energía psicológica y destruye la creatividad que se podrá utilizar en una vida activa. Muchas personas vienen arrastrando sufrimientos inútiles durante toda su vida, a los cuales no se han enfrentado o resuelto y que a través de los años han acumulado fuertes sentimientos de amargura, temor, odio y venganza, esto, inclusive, hasta cuando el dolor o su causa han sido olvidados. Solamente les sirvió para sospechar de todo, para convertirse en seres cautelosos duros y escépticos. Cuando nos aferramos al dolor terminamos castigándonos a nosotros mismos.
La persona que funciona plenamente saca valentía y fortaleza de su desesperación. La ve como un sistema positivo de alerta que le advierte que debe actuar y cambiar y, por lo tanto, la ve como parte integral del crecimiento. Sabe que el dolor no puede eliminarse de la existencia, que es real y que debe estar dispuesta a conocerlo como algo propio. Después de hacer esto y habiendo aprendido de él, está liberada para perdonar y dejarlo ir para siempre.