Somos tan dos y tan uno
la noche no puede ser tan celeste
el cielo no puede ser tan soleado
yo soy, a través de ti, tan yo.
Edward Estlin Cummings
El individuo que funciona plenamente como persona reconoce que necesita a sus semejantes, y no por esta necesidad de amor e intimidad se siente inferior, sino más bien la ve como un medio para reflejar su vasto potencial y compartirlo con los demás. El amor y la intimidad no lo hacen sentirse restringido, sino que los ve como una oportunidad especial para crecer. Comprende que nunca poseerá a la otra persona y no desea ser poseído. Sabe que la intimidad une a las personas, pero es responsabilidad de cada una de ellas mantener su autonomía; cada una debe crecer en forma separada para poder seguir creciendo con los demás. Las diferencias entre ellas constituyen un desafío para el amor y la intimidad, no una amenaza. Las personas que funcionan plenamente como tales saben que cuando dos individuos separados deciden establecer una relación íntima, están uniendo dos mundos diferentes y por eso, no solamente están aportando a su unión los aspectos que tienen en común, sino también sus diferencias. Y son las diferencias las que seguirán estimulando su crecimiento mutuo. Por lo general la profundidad de nuestro amor puede medirse por el grado en el que estamos dispuestos a compartirnos nosotros mismos con los demás. Empezamos con yos separados. Establecemos un espacio común para los dos yos y lo llamamos nosotros.
Es en este espacio donde crece la intimidad. Mientras mayor sea la experiencia compartida, mayor el área de nosotros.
El amor y la intimidad tienen muchas etapas y cambian constantemente. La intimidad del primer encuentro no será la intimidad de la luna de miel, pero habrá muchas lunas de miel: la luna de miel del departamento amueblado de una sola recámara de nuestros comienzos; la luna de miel del primer hijo; la luna de miel del primer pago de una casa; la luna de miel de la primera promoción importante; la luna de miel del crecimiento con la familia, viendo a los hijos formar su propia familia, la luna de miel de envejecer juntos.
Cada luna de miel será nueva y creará niveles más profundos de intimidad. Por eso es imperativo que la persona que funciona plenamente esté siempre consciente y abierta al cambio. La persona que tenemos hoy en los brazos, no es la misma que tendremos mañana, ni siquiera que la que tendremos la próxima hora. El amor no se alimenta ni se mejora viendo hacia atrás, siempre vive en el ahora.
La intimidad y el amor maduros no están basados en las esperanzas.
Ya que nadie, ni siquiera un santo, puede conocer y satisfacer todas nuestras esperanzas. Esperar de los demás es fomentar el dolor y la desilusión. I a única esperanza válida en el amor radica en la esperanza de que aquellos que cunamos sean ellos mismos, y conforme nosotros hacemos lo mismo. El amor que se da por un sentido de deber u obligación es el mayor insulto y, por lo tanto, no es amor en absoluto.
El verdadero amor y la verdadera intimidad crecen mejor en la espontaneidad y ofrecen una abundancia de oportunidades para experimentar la alegría, la belleza y la risa. Todos hemos experimentado la maravillosa sensación de compartir una experiencia cumbre con otra persona, ya sea de alegría o de dolor. Por un momento, una experiencia así afecta a dos personas fundiéndolas en una sola. Estos momentos de profunda intimidad continuarán renovando y rejuveneciendo el amor y haciéndolo más emocionante.
La intimidad madura, como sugerí anteriormente, también abarca al aspecto físico. Un aspecto integral de ella parece ser una necesidad sensual de estar cerca de la persona amada, de hacer contacto físico con ella, de abrazarla y «de tenerla cerca. Por eso se necesita que la persona que funciona plenamente se reconcilie con su propia sexualidad. Debemos sentimos cómodos con nuestro yo sexual antes de poder arriesgarnos a revelar nuestra sexualidad libre y honestamente a otra persona. Esto no quiere decir que deseemos ser abiertamente sexuales con todos aquellos con quienes estamos creciendo en amor. En un sentido más amplio, esto se refiere a la gratificación sexual que nos puede hacer sentir satisfechos por el simple hecho de estar en el mismo espacio con otra persona, de abrazar a nuestro hijo o de departir con un buen amigo.
Quizá no hay acción más natural, ni más satisfactoria que pueda realizar el ser humano que la de lá intimidad sexual madura. En ella radica, en su forma más sublime, el deseo profundo de fundirse totalmente con la otra persona. Es la más alta expresión de amor que combina todas estas manifestaciones positivas: cuidar, dar, compartir, fomentar, confirmar, aceptar, ceder y asumir. La sexualidad, cuando es expresión de un verdadero amor puede ser la unidad humana fundamental.
El amor y la intimidad requieren de cierta expresión verbal. Con mucha frecuencia suponemos que la otra persona o personas saben lo que estamos pensando o sintiendo. A menudo nos sorprendemos cuando descubrimos que esto no es verdad. Es responsabilidad del amante tratar de llegar al corazón de la persona amada: una palabra, una nota, una flor, un poema sencillo, pueden llevar el tan necesitado mensaje de confirmación. Uno nunca se cansa de las expresiones de amor.
El amor y la intimidad requieren compasión. Si no podemos sentir con el otro, somos incapaces de amar. Esto no significa que podamos sentir una completa empatía hacia los sentimientos y conductas de otras personas. Para mí es doloroso escuchar: “Sé exactamente lo que sientes”. ¡No es verdad! ¡Uno no puede! En el mejor de los casos podemos comprender solamente lo que ya hemos experimentado realmente, y cada experiencia es siempre muy personal. Pero cuando tenemos un conocimiento de nuestros propios conflictos y sentimientos personales basados en la experiencia humana en general, podemos empezar a comprender cómo se sienten los demás. Es en este punto donde empieza la compasión.
El amor y la intimidad no dan lugar a la explotación. Existe un dicho antiguo, pero que aún tiene validez: “usa las cosas, ama a las personas”. Es alarmante cuántas personas hacen exactamente lo contrario en nombre del amor: padres que usan a sus hijos, esposos que usan a sus mujeres, educadores que usan a sus estudiantes, radicales que usan a su sociedad. Usan la vida de los demás para afirmar su propio ser y valor. Por eso, básicamente, es por lo que el amor se ha convertido en un concepto tan aterrador y cuestionable. Se usa tan a menudo para violar y no para estimular. La explotación, en una relación, no importa cuánto racionalicemos sobre ella, ¡no puede ser amor!
El amor humano perfecto es difícil de encontrar. Parece que tenemos pocos modelos que nos sirvan de ejemplo. Sin embargo, las conductas que parecen acrecentar el amor son consistentes, observables y susceptibles de estudio. La persona que funciona plenamente sabe que el amor lo tiene que aprender por sí misma, y que se logra mejor siendo sencillamente vulnerable a él y viviéndolo cada día de nuestra vida como amante dedicado.