El papel de la muerte

El que no está ocupado en nacer, está ocupado en morir.

Bob Dylan

Es posible que el hecho que mejor nos conduce a vivir la vida plenamente como personas humanas, es la aceptación honesta de la muerte.

La muerte no tiene secretos. Si estamos dispuestos a mirar, la muerte se nos hace presente constantemente. Está en todas partes, inclusive en el primer signo de vida.

Los niños parecen tener cierta fantasía personal de la muerte tan pronto como empiezan a comprender conceptos, aunque hasta los nueve años parecen expresar verbalmente su verdadera naturaleza y aceptar su irrevocabilidad. Pero la muerte está envuelta en su propio misterio. Nadie puede saber con anticipación cómo o cuándo llegará.

No importa lo preparados que estemos, siempre nos toma por sorpresa. Aunque estemos sobre aviso, somos incapaces de soportar su impacto, o de aceptarla sin experimentar profundos sentimientos de temor, superstición, ansiedad y aislamiento. Siempre es la otra persona la que muere. A los nuestros ni siquiera se les permite permanecer muertos, se les revive con demasiada frecuencia mediante el sentido de culpabilidad de los vivos.

Cuando se funciona plenamente como persona, la muerte no es ni amenaza ni horror. Sino que sirve como el mejor aliado de la vida. La muerte nos recuerda que debemos vivir ahora, en el momento, Ya que el mañana es una ilusión que nunca llegará. Nos dice que no es la cantidad de nuestros días, horas o años lo importante, sino la calidad del tiempo gastado.

Es posible que el hecho que mejor nos conduce a vivir la vida plenamente como personas humanas, es la aceptación honesta de la muerte.

Cada día es nuevo, cada momento es fresco. El tiempo no tiene significado en sí mismo, a menos que nosotros se lo demos. Los momentos pasan veloces o como eternidades, dependiendo de nuestro estado de ánimo, o, más bien, de qué tan dispuestos estemos a suspender nuestra mente. A menudo se dice que hay quien puede experimentar más en un momento de lo que otro en una vida. El tiempo es relativo. Es nuestro, se nos da gratuitamente para pasarlo sabiamente o para malgastarlo inútilmente, pero nunca para atesorarlo. El tiempo pasado ya se fue y por más que lo lamentemos, nunca regresará. Quizá la frase más irresponsable del idioma es “debería haber • • •”. La mayor importancia del pasado es simplemente como fuente de aprendizaje a través de la experiencia, pero inclusive ese aprendizaje es, en el mejor de los casos, un aprendizaje general.

Como cada experiencia tiene una importancia nueva y diferente, el pasado solamente se puede utilizar en un sentido vago y general cuando se aplica al futuro. Mas el futuro, también, es ilusión, una especie de sueño que en la mayoría de los casos nunca llegará a suceder como se soñó. Gran parte de nuestro dolor se da por la desilusión de que la realidad no concuerda con lo que hemos soñado.

La muerte también nos enseña la temporalidad de todas las cosas.

Todo cambia. Todo muere. Esto es una verdad de la naturaleza que también se aplica a la vida humana. Hasta las montañas de granito se desintegran y se convierten en polvo, al igual que de los más hermosos reinos del pasado sólo quedan piedras silenciosas como testigos de su misterio. Aferrarse a las cosas y a las personas, a sabiendas de que ambas van a desaparecer, solamente acarrea desesperación, ya que a la larga lo único que nos queda es un puñado de polvo o un débil recuerdo. La vida que está libre de ataduras vive el momento y no exige que el momento dure. El interés de la vida no está en el futuro, sino en el presente. Esperar para vivir es querer esperar, nada más. La vida implica que la muerte trae cambios consigo y que la única realidad es vivir tanto el pasado como el futuro en el presente, aceptándolo con la alegría del momento y dejándolo ir cuando llegue el momento, abrazándolo con todas nuestras energías antes de que se vaya, pero sin esperanza de que permanezca. Como ya se hizo notar anteriormente, los budistas enseñan la futilidad del apoyo de cualquier clase y lo consideran la raíz de todo sufrimiento. Dicen que mientras nos aferremos a las cosas, viviremos en la desesperación. Hablan de tres tipos de personas: la apegada, la despegada y la: no apegada y relatan un hermoso cuento que ilustra su significado: Nos piden que imaginemos que vivimos en un lugar aislado donde el agua potable se tiene que traer desde muy lejos (una situación común en muchas aldeas y monasterios de Asia), por lo tanto el agua se considera un bien precioso. Se coloca en un cántaro grande, se usa sin desperdicio y se resguarda a la sombra de los árboles.

Después de trabajar muy duro todo el día bajo el rayo del sol, esperamos con ansia ese descanso refrescante para beber agua. Levantamos la tapa del cántaro con cuidado, tomamos el cucharón y lo hundimos en el preciado líquido. Cuando estamos a punto de beber vemos que de alguna manera una hormiga se introdujo a nuestro cántaro. ¡Nos ponemos furiosos! ¿Cómo se atreve la hormiga a profanar nuestra isla, nuestra sombra, nuestro cántaro? E inmediatamente la aplastamos con el pulgar.

Apegado.

O nos podríamos detener un momento a considerar que es un día caluroso, inclusive para las hormigas; que la hormiga ha obrado por instinto, que solamente se refugió en el lugar más fresco que pudo encontrar. Vemos que en realidad la hormiga no daña nuestra agua, nuestro árbol, nuestro cucharon o nuestro cántaro. Después de esta profunda consideración moral, bebemos y tapamos de nuevo con cuidado nuestro cántaro.

Despegado.

O, cuando vemos a la hormiga en nuestro cántaro, no nos detenemos a considerar qué es de la hormiga y qué es nuestro, ni lo que es moral o inmoral. Reaccionamos por encima de la moralidad y con naturalidad ¡le acercamos, además, un terrón de azúcar!

No apegado.

La muerte nos enseña que nada nos pertenece a largo plazo. Inclusive si deseamos formar vínculos o posesiones permanentes, en realidad no podemos. Las cosas se romperán a pesar nuestro. Las personas partirán cuando llegue su hora, sin importar nuestras protestas. Las hormigas invadirán nuestros cántaros, no importa las barreras que les pongamos. La conciencia de la muerte puede damos un sentimiento profundo de libertad, libertad del apego a nosotros mismos como del apego a los demás. Mientras menos tengamos a qué aferramos menos tendremos de qué preocupamos.

Las últimas palabras que me dirigió mi madre fueron muy sabias. Mientras estaba yo a su lado llorando quedamente, tomó mi mano amorosamente y me dijo: “Felice, ¿a qué te aferras tú?”Entonces la dejé ir, y esa actitud hizo el momento muy diferente para los dos. En ocasiones inclusive culpamos a los muertos por ¡dejarnos!

A la muerte, con mucha frecuencia se le amordaza y disimula. A los niños no se les deja asistir a los funerales y se dan respuestas evasivas a sus preguntas respecto a ella. A la muerte se le mantiene como un misterio oscuro, atemorizante y a menudo totalmente abrumador, como si fuera un intruso al que hay que excluir a toda costa.

Recuerdo el tremendo impacto y horror que sentí cuando llegué a Benarés, por primera vez. Ahí, ante mí, sin máscara alguna, estaba el dolor, el hambre y la flagrante muerte. Un desfile de cadáveres expuestos avanzaba calle abajo entre la multitud, hacia el sagrado río Ganges. Todo el mundo miraba la cremación pública de los cuerpos en una ceremonia llena de colorido. Las calles estaban abarrotadas de mendigos, leprosos y tullidos.

Cuando podamos aceptar la muerte como cualquier otro aspecto del ciclo de la vida, apreciaremos y valoraremos cada encuentro con la vida sabiendo que nunca más va a ocurrir.

Cuando me recobré de mi primera impresión de horror, empecé a ver madres con ojos brillantes que amamantaban a sus sonrientes hijos, sonrisas deslumbrantes en la cara de los ancianos, alegría desbordante en niños y niñas que correteaban por la calle y una sensación espiritual de paz y aceptación en los rostros como nunca antes había yo visto.

Lo que veía era el panorama de la vida, todo de una vez, sin nada oculto. Me di cuenta de lo sobreprotegido que había yo estado en mis años anteriores. En nuestro estilo de vida occidental, la mayoría de las personas pasan casi toda su existencia detrás de sus ventanas y puertas cerradas. Lloramos solos, nos enfermamos solos, nacemos solos y la mayoría morimos en algún cuarto de hospital esterilizado, solos. ¿Cómo podemos conocer y aceptar el ciclo natural de la vida cuando éste ha estado oculto para nosotros? ¿Cómo podemos aprender? ¿Cómo podemos aceptar?

Cuando podamos aceptar la muerte como cualquier otro aspecto del ciclo de la vida, apreciaremos y valoraremos cada encuentro con la vida, sabiendo que nunca más va a ocurrir. Y cada uno de esos momentos se convertirá en fuente de conocimiento de vida.

La muerte es el más grande maestro de la vida. Solamente el ignorante y aquél que teme vivir, son los que le tienen miedo. El sabio acepta la Muerte como su amiga íntima y su mejor maestra. Para ser plenamente activos como personas humanas, debemos hacer de la muerte un amigo de toda la vida.