Ningún hombre es una isla. Cada uno es una pieza del continente, una parte de lo esencial.
John Donne
Así como la persona que funciona plenamente escribe el guion de su propia vida, también respeta el lazo que la une a todas las cosas a lo largo del camino. Se percata de que el yo solamente es yo porque existe un mundo, una estructura de la cual forma parte, parte de ella, aunque independiente. Constituimos una comunidad de personas y un mundo de cosas. Somos lo que somos porque existen los pájaros, porque las plantas crecen, porque las abejas polinizan, porque el viento sopla, porque la marea sube y baja, porque la lluvia cae y porque los accidentes suceden. No hay nada que ocurra en el mundo que no nos afecte a todos de alguna manera. Inclusive el acto más insignificante que realizamos tiene algún efecto sobre el mundo.
Los filósofos hablan de que todos vamos en la misma corriente de la vida. Todos tenemos nuestro origen en la misma fuente, pero no somos la fuente. Surgimos como una calidad especial de la fuente y volvemos a penetrar en ella, mientras la verdadera fuente permanece.
Recorreremos nuestro camino único, pasaremos sobre los rápidos, por los estanques tranquilos, a veces furiosamente, en calma otras. Nos uniremos a otras corrientes y ríos a lo largo de nuestro camino, ganando fuerza y a veces impulso, o caeremos momentáneamente a un lado en algún charco lodoso y estancado. Sin embargo, no importa lo rápida, lenta o apasionadamente que avancemos, a la larga todos llegamos al mismo fin en el mismo mar. Regresamos a la fuente de la cual surgimos. Por eso, en un momento u otro, somos el principio, el fin y el camino, pero nunca somos ninguno de ellos permanentemente.
Somos parte importante del proceso dinámico, pero nosotros, como todo lo demás, solamente vamos de paso. Cada uno es una persona singular, pero también es una persona universal. Ambas son igualmente importantes. Nacemos provincianos, egocéntricos, limitados. Mientras más lleguemos a ser,más universales como personas seremos. Finalmente, nos damos cuenta de que la mayoría de los conflictos humanos surgen de nuestro criterio estrecho, del interés por nuestros problemas personales, de nuestros intereses egoístas, de nuestros propios conflictos.
La mayoría de nosotros decimos que tuvimos un buen día cuando las cosas salen a nuestra manera. Creemos que una buena vida es aquella en la que realizamos nuestros sueños personales. No nos interesa que cada noche miles de personas se van a dormir con hambre y desesperación, siempre y cuando no las veamos y nos dejen en paz. No es asunto nuestro que a los niños del mundo se les golpee y no reciban una educación adecuada. Nuestros hijos ya han crecido y les va bien, y no tenemos responsabilidad de los hijos de los demás. Solamente cuando alguno de esos niños hambrientos nos ataca o nos aterroriza en nuestro hogar, nos damos cuenta de la relación entre todas las cosas. No existe lugar dónde esconderse. Nadie es culpable. Todos somos inocentes en la corriente siempre cambiante de la que cada uno es responsable. Es una fantasía creer que la paz llega sin que todos nos movamos juntos dentro de la corriente en unidad, alegría, amor y sorpresa. Un poeta inglés, Francis Thompson, escribió una vez que no podía cortar una flor sin afectar a una estrella.
Un arbusto crece. El arrasante viento, los pájaros en su vuelo y los insectos que zumban, recogen el polen para sembrarlo de nuevo a muchos kilómetros de la flor original.
Pasamos cerca, sin sospechar nada, en nuestro paseo matutino y también nosotros recogemos el polen con nuestra ropa y sin sospecharlo extendemos la belleza de la planta a nuevas áreas desconocidas. La flor nace de la misma fuente, recorre el mismo sendero y, momentáneamente, nos utiliza para continuar su camino.
Sin nosotros se perdería en el olvido y negaríamos a todos los que siguen el consuelo y la sabiduría de las flores.
De alguna manera, por insignificante u oculta, dependemos unos de otros. La persona que funciona plenamente reconoce esta fuerza y sabe que surge de la fuente que es capaz de producir la luz y la oscuridad. Una palabra, un acto, un sentimiento expresado, pueden reverberar formando amplios círculos en el estanque, alcanzando a viajeros insospechados. Nuestro humor al principio del día puede afectar a todos aquellos con los que entremos en contacto. El río sigue su curso. No podemos dejar de avanzar unidos y de afectar a todo lo que encontremos en nuestro camino. La realización colectiva del viaje se ve en peligro, aunque sea por el no ser de una sola persona.