Al principio el infante,
Lloriqueando y vomitando en brazos de la nodriza.Después el escolar lloroso con su cartapacio al brazo,
con su relumbrante carita matutina,
arrastrándose como caracol sin querer ir a la escuela.Después el amante, resoplando como hornillo encendido,
cantando una balada lastimera a las pestañas de su amada.Después el soldado, lleno de extraños juramentos,
y barbado como el bardo, celoso de su honor, pronto a la pelea
buscando una fugaz reputación
hasta en la boca del cañón.Y después Injusticia, en su barriga redonda de buen pollo llena
con mirada severa y barba bien recortada,
llena de sabios proverbios y ejemplos modernos.
Y así, él representa su papel.A la sexta edad regresa al aprendizaje
y a los pantalones que se caen,
con espejuelos sobre la nariz y zurrón al costado.Su media de juventud ya le queda floja
porque se ha mermado su pierna
y su voz varonil otra vez tiembla y silba como de niño.La última escena de todas,
que da fin a esta extraña y memorable historia,
es la segunda infancia y el simple olvido,
sin dientes, sin vista, sin gusto, sin todo.Shakespeare
Como gustéis
El punto de vista de Jacques sobre la obra de Shakespeare, “Como gustéis”,en la cual el autor pone en escena la vida misma, es bastante venenoso y malicioso, pero va muy de acuerdo con su encantador mal carácter. Desde luego, tenemos que admitir que hay mucho de verdad en lo que dice. Sin embargo, hay otras maneras de contemplar las etapas de la vida humana. El fisiólogo las puede estudiar en términos de madurez y crecimiento físicos, el psicólogo de acuerdo con el desarrollo de la personalidad y el neurólogo según el funcionamiento motor, etcétera.
En este capítulo, nos ocuparemos de las etapas que intervienen en el crecimiento y potencialidad para lograr la plenitud en nuestra calidad de seres humanos. Diremos que el crecimiento hacia la plena humanidad abarca cinco etapas bastante consistentes y bien definidas.
Estas etapas son jerárquicas en su naturaleza, o sea, una sigue a la otra en una secuencia definida, desde el punto de vista del desarrollo. No obstante, es verdad que también podemos considerar que cada etapa es autónoma, completa y distintiva en sí misma, así como independiente de la que le sigue o precede. Cada etapa tiene su propia posibilidad de realización, sin embargo, uno no necesita realizar plenamente una etapa para pasar a
la siguiente. Por ejemplo, no necesariamente se requiere una infancia plena para llegar a ser una persona plenamente activa en la edad madura. Cada etapa se caracteriza por reacciones y comportamientos que parecen más o menos consistentes en todos los seres humanos y que sirven para cumplir ciertas funciones específicas dirigidas a la realización de esa etapa específica. Además, estas reacciones y conductas facilitan el paso a la siguiente etapa.
En otras palabras, cada etapa tiene su propio programa natural para un crecimiento continuo. Cuando alcanzamos un cierto nivel de desarrollo en determinado período de nuestra vida, empezamos a experimentar relámpagos de luz que iluminan ciertos estados de conciencia los cuales, una vez percibidos, nos sirven para impulsamos hacia un nivel más alto. En esta nueva altura podemos percibir un mundo renovado, y no descubierto. Nos sentimos estimulados a conocerlo y a asimilar los datos complejos y sofisticados que nos ofrece. Cada nuevo encuentro nos ayuda más a extrapolar, a refinarnos y a crecer en calidad humana en cada etapa de la vida.
Al principio, este relámpago que ilumina, o esta variación en la experiencia, pasa totalmente desapercibido. Lo que vemos no es parte de nuestra realidad. Pero una vez que la hacemos consciente, esta nueva intuición ocurre repetidamente, creando en nosotros una ansiedad que nos preparará y, a la larga, nos forzará a aceptar y acomodar esos nuevos datos. Empezaremos entonces a poner en práctica las acciones y reacciones de nuestra nueva etapa.
Participaremos activamente en ella y, al hacerlo, la dominaremos y la haremos nuestra.
Una buena ilustración de este fenómeno puede verse en el desarrollo del lenguaje en un recién nacido. Llamemos a este recién nacido Ted.
Al nacer, Ted no tiene idea de lo que es el lenguaje, ni siquiera sabe que existe. Nace en un ambiente lleno de sonidos sin significado. Su primera función natural del lenguaje, es un balbuceo espontáneo. Él, desde luego, está totalmente ajeno a la idea de que por medio de estos balbuceos, se dan las complejas funciones del lenguaje conocidas como pensamiento y comunicación. Cuando alcanza un Cierto nivel de balbuceo, por lo general alrededor de los seis meses de edad, logra la madurez para empezar a escucharlos sonidos que emite. Escucha su sonido y empieza a estar consciente de él. Cuando lleva un tiempo consciente de ese sonido, empieza a repetirlo con curiosa y continua atención. Ha entrado entonces a la segunda etapa del desarrollo del lenguaje, la ecolalia. Necesitará de muchos meses de crecimiento y de adquisición de conciencia en la ecolalia antes de alcanzar el punto de madurez, quizá esto sea alrededor del primer año de edad, cuando se percate de las diferentes palabras. De esta manera, estará listo para dominar, en el orden jerárquico adecuado, las etapas subsecuentes de las palabras, la morfología y la sintaxis, primero sencillas y después complejas. Es entonces cuando habrá adquirido el lenguaje.
La adquisición del lenguaje continuará, desde luego, a lo largo de toda su vida. Puede dedicarse a pulir continuamente el proceso que dominó casi por completo antes de cumplir los tres o cuatro años. Ampliará su vocabulario, adquirirá una sintaxis más lúcida y sutil, así como nuevos métodos de pensamiento y solución de problemas.
Este fenómeno se puede comparar claramente con la dinámica del crecimiento del individuo como persona humana. Si echamos una ojeada superficial a la vida, ésta se nos presenta como un proceso continuo y sin tropiezos desde el nacimiento hasta la muerte; pero si estudiamos con más detenimiento, nos damos cuenta de que lo que parece una línea recta continua, no es ni recta ni continua, sino más bien traumáticamente interrumpida por periodos precisos y, en ocasiones, violentos. Empezamos como infantes curiosos dependientes absolutamente de otros seres humanos para poder subsistir. Durante la infancia, tropezamos torpemente con el ambiente misterioso que nos rodea, intentando examinar y descubrir las maravillas de nuestro vasto mundo nuevo. En la adolescencia luchamos por nuestra prerrogativa para emerger como una copia de todos los demás, o para inventar una nueva persona y, así, dirigir nuestro propio destino. Si logramos tomar esta última decisión, entramos a la edad adulta en la cual tenemos que concibamos constantemente con nuestro creciente yo y con el lugar que ocupamos en un universo siempre cambiante. Al alcanzar cierto grado de seguridad en nuestro yo que emerge dinámicamente, estamos preparados para la intimidad y para formar pareja, satisfaciendo, así, la necesidad de vencer la soledad al construir un lazo resistente y significativo con otra persona. Decidimos hacer esto inclusive al precio de renunciar a parte de nuestro yo durante el proceso. Y, finalmente, llegamos a la ancianidad, la última etapa que tenemos que realizar antes de que la vida, tal y como la conocemos, termine.
Las etapas de crecimiento
Estas son, pues, las principales etapas de crecimiento hacia la plena calidad humana:
- Infancia
- Niñez
- Adolescencia
- Madurez
- Intimidad
- Ancianidad
Por lo tanto, cada etapa hacia la madurez, en un sentido muy real, es una etapa completa y puede realizarse independientemente de las demás; sin embargo, como estamos programados para ser personas plenas,la vida siempre será, por un lado, un estado activo de ser, y por otro, un estado siempre cambiante de llegar a ser. Es un proceso continuo en el cual nos creamos constantemente a nosotros mismos para satisfacer las demandas del presente y del futuro.
En las ciencias biológicas, este fenómeno se define como epigénesis y es el proceso por el cual un todo que no tiene diferencias, crece y se desarrolla en una diversificación y diferenciación gradual. Eric Linneberg lo describe así:
La maduración se puede caracterizar como una secuencia de estados. En cada estado, el organismo que madura es capaz de aceptar cierta información específica; al aceptarla el organismo se descompone y se vuelve a sintetizar de tal forma, que pasa a un estado nuevo. Este nuevo estado hace que el organismo sea sensible a un tipo nuevo y diferente de información la aceptación de la cual lo transforma, una vez más, a otro estado, que, le abre las puertas a otros datos más, y así consecutivamente. Esta es la historia del desarrollo embriológico que se observa en la formación del organismo humano, al igual que en ciertos aspectos de su comportamiento. Cada etapa de madurez es inestable y propensa a cambiar en direcciones específicas, siempre y cuando algo en el medio ambiente la impulse a hacerlo.
El psicólogo Eric Erickson estudió los principales conflictos y resoluciones del desarrollo de la personalidad humana desde la primera infancia hasta la edad avanzada, aplicando esta teoría. Su hipótesis consiste en una teoría epigenética de crecimiento de la personalidad. Declaró que había un plano básico general en el cual se encontraba la personalidad y que de él empezaban a surgir y crecer las diferentes partes de la misma, “cada parte tiene su época de ascendencia, hasta que todas las partes han ascendido para formar un todo que funciona”. Describió estas partes como etapas generales en las cuales, durante los periodos críticos del desarrollo de las mismas, surgen ciertos rasgos del ego. Según Erickson, todas las etapas existen de alguna manera desde el principio, pero cada una tiene su periodo crítico de desarrollo a través de una serie de periodos de crecimiento interrelacionados.
Abraham Maslow, a quien ya mencioné anteriormente, fue el pionero en el estudio del desarrollo en la autorrealización y en el estudio de la persona humana que funciona plenamente como tal. Aisló y estudió un tipo de impulso que está presente en el hombre durante toda su vida y que aparentemente lo impele hacia el crecimiento como persona para llegar a funcionar plenamente como tal. Descubrió que a lo largo de todas las etapas de la vida, hay una poderosa fuerza que impulsa al ser humano hacia adelante, hacia la unidad de su personalidad, a convertirse en un ser más pleno.
Sus conclusiones son las siguientes: El hombre demuestraen su propia naturaleza una presión que lo empuja a Ser con más plenitud, a realizar cada vez con mayor perfección su calidad de ser humano en el mismo sentido científico y naturista en que una bellota se ve “presionada” a convertirse en roble, o en el que se puede observar que un tigre “se ve empujado” a ser felino, o un caballo a ser equino. Al hombre no se le moldea o forma en su calidad humana ni se le enseña a ser humano. El papel del medio ambiente en última instancia, es permitirle o ayudarlo a realizarsus propias potencialidades, no las potencialidades del medio ambiente. El medio no le da capacidades y potencialidades; el ser humano lastiene en forma incipiente o embrionaria, exactamente como tiene piernas y brazos embrionaria. Y, así, la creatividad, la espontaneidad, la individualidad, la autenticidad, el interés en los demás, la capacidad de amar, el anhelo de la verdad, son potencialidades embrionarias que pertenecen a su especie de la misma manera que sus brazos, piernas, cerebro y ojos.
Esta exploración del desarrollo del ser humano único y plenamente realizado, se convirtió en el interés principal de Maslow. Los individuos que eligió estudiar fueron, por lo general, personas mayores que ya habían atravesado casi Indas las etapas de la vida y habían triunfado visiblemente en el proceso de vivir como seres humanos maduros. Estudió la autorrealización principalmente como un estado final. (Seriamente, causa fascinación la observación y el estudio de personas que han llegado a la ancianidad, habiendo realizado en alto grado su calidad de personas humanas. Todos conocemos a alguna de estas personas, individuos que viven, según describe Maslow, con una percepción más eficiente de la realidad, una mayor apertura, integridad, espontaneidad, una identidad más firme, más objetividad, creatividad, un punto de vista más democrático, así como una mayor capacidad de amar.
Para mí, el verdadero reto radica en vivir plenamente cada etapa de la vida. En la posibilidad de vivir nuestra propia vida realizándonos a cada momento, viviéndolo y comprendiendo en propia plenitud. El mundo tiene una apariencia diferente y, por lo tanto, un significado y un propósito diferentes, en cada momento de la vida. Es obvio, por ejemplo, que el amor que se experimenta en la niñez es radicalmente diferente y tiene poca semejanza al que experimenta una persona madura. Lo mismo sucede con la dependencia, la lealtad, la moral y la responsabilidad.
Cada etapa encierra sus propias y únicas implicaciones, requisitos y potenciales. Estos solamente se pueden llevar a cabo, viviendo y comprendiendo cada etapa plenamente.
La cuestión importante, por lo tanto, no se refiere exclusivamente a qué significa ser un adulto maduro que funciona plenamente, sino se refiere, más específicamente, a qué es lo que constituye a un niño que funciona plenamente, un adolescente, un adulto, un amante y un anciano.
Las implicaciones y la discusión de estas preguntas es el objetivo del resto de este capítulo.