Vuestros hijos no son vuestros hijos.
Son hijos del anhelo de la Vida por sí misma.
Hiedan a través de vosotros, pero no provienen de vosotros.
Y a pesar de que permanecen con vosotros, no os pertenecen.Podéis darles vuestro amor, pero no vuestros pensamientos,
porque ellos tienen sus propios pensamientos.
Podéis albergar su cuerpo, mas no su alma,
porque su alma habita en la casa del mañana,
la cual vosotros no podréis visitar,
ni siquiera en vuestros sueños.Podéis esforzaros por ser como ellos,
pero no querréis que ellos sean como vosotros.
Porque la vida no va hacia atrás,
ni se demora en el ayer.Jalil Gibrán
El Profeta
El recién nacido y el niño son los seres más desvalidos y dependientes durante un periodo de tiempo mucho más largo que cualquier otro ser viviente. Los niños y los infantes, por necesidad, son “esclavos naturales”. Sus identidades en el mundo las van creando fuerzas externas. No tienen ninguna alternativa y, debido a su estado dependiente, todos los datos e información que reciben provienen de aquellas personas y cosas que se encuentran en su espacio vital inmediato. Los alimentos, el calor, los cuidados, los estímulos orales, visuales y auditivos que reciben, les son proporcionados por sus padres y por la sociedad específica en la que nacen.
Por eso, la realización básica del niño consiste en lo que David Norton llama la “autoridad responsable”. Así lo explica él mismo: La dependencia de la infancia es una dependencia provisional, y es ese carácter provisional el que le otorga calificación normativa a la autoridad que se ejerce sobre los niños. Porque se confía en esa autoridad, debe hacerse merecedora de confianza. Porque se requiere que funcione sin ser puesta en duda, debe ser (para el niño) indiscutible. Y como la dependencia del niño es provisional, la autoridad sobre él debe ser una autoridad provisional conteniendo, desde el principio, la anticipación de su propia cesión.
El primer requisito para la realización del niño está fuera de control y se encuentra en manos de una autoridad responsable. Es necesario que esa autoridad reconozca y satisfaga las necesidades básicas: físicas, psicológicas y de aprendizaje del niño. Estas autoridades tendrán que asumir, por lo menos durante un tiempo, la imponente responsabilidad de las vidas de sus hijos, cuya existencia, en ese momento, depende de ellas.
Los infantes y los pequeños aunque frescos y entusiastas ante la vida, no tienen autonomía y cuentan con muy pocos recursos para su creación. Para organizar su mundo y para interactuar en él, requieren de un sistema de símbolos (lenguaje, signos comunes) que les ayudarán a darle estructura a un ambiente que de otra manera sería caótico. Debe notarse que cualquier símbolo que el niño reciba no será suyo, sino que habrá sido previamente interpretado, identificado y relacionado de manera firme con el mundo, según lo perciben los otros seres humanos. Estas autoridades van a escribir un diccionario para sus hijos y van a definir los términos, tanto desde el punto de vista cognoscitivo como del afectivo. Les sugerirán a sus hijos cómo deben pensar y sentir respecto al mundo. A pesar de sí mismos, casi siempre les transmitirán su propio estilo de vida, sus temores, sus prejuicios, sus ansiedades y frustraciones, al mismo tiempo que sus alegrías, esperanzas y deseos de realización. No hay nada malo en esto. Es un medio natural para transmitir las costumbres y tradiciones locales y culturales necesarias para la continua supervivencia y desarrollo.
Por lo tanto, para alcanzar finalmente la autonomía, una de nuestras principales funciones en todas las demás etapas de nuestra vida, será lo que Norton llama “aclarar” el significado de los términos comunes antes de que podamos decir que el mundo que simbolizan es nuestro.
La infancia y la niñez, no obstante, no son necesariamente sinónimos de pasividad. Los niños también son actores espontáneos, diferenciadores, asimiladores y acomodadores. Están descubriendo y aprendiendo constantemente, y lo hacen a mayor velocidad y con más eficiencia, que en cualquier otra etapa de su vida.
La niñez es época de juego, de experimento, de fantasía, de exploración. Todo es nuevo. Todo causa curiosidad. Pocos de nosotros hemos podido escapar a la fascinación (y frustración) de observar a un niño explorando. Ningún lugar es demasiado peligroso, ningún objeto demasiado valioso, ningún obstáculo demasiado insuperable.
Exploran el mundo intrépidamente, viendo, escuchando, respondiendo . El misterio que el niño quiere descubrir es él mismo y la clave del misterio yace en su receptividad. Si se le bloquea o se le impide la búsqueda, el niño se rebelará lleno de frustración. La naturaleza infantil requiere experiencia, organización, verificación y confirmación. Todo el material esencial para que el niño surja como ser único, en pleno funcionamiento, ya está presente en él. Sin embargo, en la infancia todavía no existe un carácter de persona, el niño es potencia en su totalidad. Inclusive cuando llega a dominar la expresión básica, el niño aún sigue siendo una copia de los que con él conviven. No obstante, ya en el carácter especial de su receptividad y de su ambiente, se está formando su yo único.
La realización del niño se puede considerar, por lo tanto, principalmente como la tarea de las autoridades responsables. Estos individuos deben comprender sus necesidades, deben respetar su valor y reconocer su propio papel vital y delicado para que finalmente vaya surgiendo el yo único del niño.
Deben permitir la actividad espontánea, la adquisición progresiva de conciencia, la evaluación y el continuo proceso de aprendizaje, para que el niño pueda adquirir verdadero control sobre su ambienté. El curso de acción más peligroso es tratar de alejar al niño de la experiencia propia o protegerlo del dolor, porque precisamente cuando él experimenta por sí mismo es cuando aprende que la vida es una cosa mágica, no “un jardín de rosas”. Primordialmente el papel del padre es nada más estar cerca con una buena provisión de curitas.
A pesar de que la niñez es una etapa separada que puede completarse y realizarse por sí misma, puede también proveemos de muy valiosos conocimientos que enriquecerán nuestra vida futura. Por ejemplo, nos mantendrá viva la sed de conocimiento y exploración de la niñez.
Necesitaremos retener parte de ese sentido de sorpresa, de riesgo, de confianza, tic espontaneidad, de fantasía, propio de los niños.Desearemos; descartar las actitudes infantiles que fueron esenciales para el niño, pero que son destructivas para un adolescente o un adulto, aunque sin perder esa actitud optimista y alegre ante la vida tan propia de la infancia.