Cuando comencé la escuela secundaria decidí que quería trabajar por las tardes en la oficina de un veterinario.
Solicité empleo en el hospital veterinario de mi pueblo, como técnico en animales. El trabajo de un técnico es ayudarle al veterinario a controlar al animal mientras lo intervienen y además evitar que los animales muerdan al doctor. Era difícil conseguir el puesto. Yo insistí durante seis meses hasta que hubo una vacante y me dieron el puesto. iVaya! i La mayoría de mis amigos eran lavaplatos o mensajeros o no tenían trabajo y yo ya era técnico en animales! iMe ganaba $1.65 por hora! iCasi increíble!
Me presenté al trabajo el primer día rebotando de entusiasmo. La primera cita de ese da fue con una señora que trajo una caja llena de perritos para cortarles la cola. M i trabajo consistía en sostener firmemente cada penito mientras el doctor ataba fuertemente una cuerda cerca de la base de la cola y luego cortaba con una tijera especial. Saqué el primer perrito de la caja. Lo sostuve con la cola hacia el doctor y traté de aguantarlo pues se retorcía y forcejeaba cuando el doctor le arrimaba las tijeras. Luego, zas, el perrito gritó y seguía chillando al caer la cola sobre la mesa mientras chorreaba sangre de la colita como una llave de acueducto descompuesta. Inmediatamente se me fue la cabeza, pero traté de disimularlo. El doctor terminó de suturar al perrito y me pidió que alcanzara el próximo animalito. Ese próximo fue peor que el primero. Brincaba más y chilló y sangró también mucho más., De repente supe que iba a vomitar. Le entregué el perrito a la dueña y salí corriendo hacia el baño. Me daba vueltas la cabeza, sentía mal el estómago y sudaba frío.
Estaba sentado con la cabeza entre las rodillas y pensé: "qué desastre, finalmente me dan este trabajo y miren lo que me sucede. ¿Cómo puedo explicar esto?
Después de un cuarto de hora volví a la oficina del doctor aunque todavía me sentía mareado. "Ya me estoy mejorando", le dije al doctor.
Pero en realidad las cosas no mejoraron. Cuando chico siempre me privaba cuando me tenían que poner una inyección. Ese era el procedimiento corriente conmigo. Ahora noté que el sólo ver inyectar a un gato o a un perro tenía el mismo efecto sobre mí. Tenía que sostener los animales pero sin mirar la jeringa, pues de otra manera me daba vueltas la cabeza. El sólo ver la aguja me ponía débil. Antes de finalizar el día también descubrí que era alérgico a los gatos, y les tenía miedo. Me escurría la nariz, estornudaba y mis ojos me picaban y lagrimeaban. i Qué día más miserable pasé!
Afortunadamente, logré terminar ese primer día sin perder el conocimiento y sin vomitar, aunque estuve cerca de ello varias veces. Al finalizar el día estaba muy descorazonado porque quería trabajar pero me daba cuenta de que no podía continuar a causa de mis alergias y mi débil estómago. Sin embargo, esa noche tuve un sueño.