Anoche soñé que llevaba puesta una coraza color plata que se ajustaba estrechamente a mi cuerpo. Sabía que era una coraza fabricada con todo lo aprendido a lo largo de mi vida: pensamientos, reflejos, defensas..., hasta mi sentido del humor estaba encerrado en mi coraza. Pensaba que para navegar por el mundo la necesitaba.
Llegué a casa, desabroché la coraza como si fuera de tela y la dejé sobre la cama.
¡Ah! ¡Qué ligereza! ¡Qué sencillo me pareció entonces hablar y comprender todo cuanto me rodeaba! Entre el mundo y yo ya no había distancia. Éramos uno, sin costuras, como si lo que me rodeaba se hubiera tornado fluido. Disfruté y conecté sin esfuerzo. Pude comprender, perdonar, aceptar. ¡Qué momento tan sereno y completo!
A los filósofos griegos no les hubiese sorprendido mi sueño, y menos que nadie al genial Heráclito, uno de los pensadores más visionarios de la antigua Grecia. Él nos recordó que vivimos en un mundo de opuestos, fragmentado, dividido entre materia y espíritu, y nos invitó a dejar ese ámbito limitado y buscar otra perspectiva, a formar parte del dinamismo del universo: «Todo fluye, nada está quieto», afirmaba. Para ello, Heráclito quería que fuéramos más allá de lo que solo perciben nuestros sentidos, limitados, y que desarrolláramos una conciencia más amplia, más cósmica. Desde la conciencia universal que Heráclito llamaba logos, la vida es una, está unida y es positiva.
¿Cómo accedemos a esta conciencia más amplia? Heráclito advierte que si solo vives en base a tus deseos, oscureces tu conciencia; pero si únicamente te centras en vivir de acuerdo a la razón y lo razonable, entonces secas tu capacidad para percibir el mundo misterioso y asombroso que nos rodea. El camino, dice, es ponerse en contacto con el logos, ver las cosas con otra perspectiva, «desde arriba».
Cuenta el astronauta Edgar Mitchell que estaba en el Apollo 14 regresando de una misión a la Luna, y que mirando por la ventanilla de la nave le ocurrió esto: «Orbitábamos perpendicularmente a la elíptica (el plano que contiene la Tierra, la Luna y el Sol) y rotábamos la nave para mantener el balance térmico. Cada dos minutos, una foto de la Tierra, la Luna y el Sol, y una panorámica de 360 grados del cielo, aparecían ante mí, en la ventana de la nave. Y, gracias a mi formación astronómica en Harvard y el MIT, me di cuenta de que la materia de nuestro universo se creó en sistemas solares, y por lo tanto las moléculas en mi cuerpo, y en la nave, y en el cuerpo de mi compañero, se construyeron o manufacturaron en una generación de estrellas antiquísimas. Y tuve la seguridad de que todos formamos parte de lo mismo, todos somos uno. Según la física cuántica moderna, a eso se le puede llamar interconectividad. Esto desató esta experiencia en la que me dije:
“Wow, esas estrellas son mías, mi cuerpo está conectado a esas estrellas”. Y todo fue acompañado por una profunda experiencia de éxtasis, que se repetía cada vez que miraba por la ventana hacia casa. Fue una experiencia corporal de la totalidad».
Cuando Mitchell aterrizó, intentó comprender lo que le había ocurrido: «Empecé a buscar información acerca de lo que había experimentado en la literatura científica y no pude encontrar nada, así que pregunté a algunos antropólogos de la Universidad de Rice. Me respondieron con un término en sánscrito, samadhi: es la experiencia de ver las cosas y a las personas separadas, pero experimentarlas como una unidad y a la vez sentir éxtasis. Y dije: “Sí, esa es la experiencia que tuve”».
A medida que siguió investigando, Mitchell descubrió que prácticamente en todas las culturas del mundo, y sobre todo en la antigua Grecia, existía la descripción de experiencias similares. Dos años después de la misión del Apollo 14, Mitchell fundó el Instituto de Ciencias Noéticas, (noetic.org), una institución dedicada a la exploración y a la expansión de la conciencia humana: «Ahora soy un pacifista convencido, y creo que la guerra, matarse por unas fronteras y por quién tiene el mejor Dios, es una absoluta abominación... Si nuestros políticos pudieran reunirse en el espacio, la vida en la Tierra sería muy diferente, porque no puedes seguir viviendo como lo hacemos una vez has visto la perspectiva más amplia».
Pequeñas revoluciones de los lectores
MARÍA STARDUST: «Cuando las cosas no van bien, algo que me ayuda es subir a algún lugar alto, tumbarme y observar las estrellas durante horas (suele ser la azotea de mi piso). Eso me ayuda a aceptar las cosas como son. Ver nuevamente el constante cambio de todo. Y es que el mero hecho de no oír nada más que la brisa, sentir el calor del suelo y ver lo sosegado y grandioso que es todo ahí fuera (en el espacio) me da sosiego. Me reconforta, me hace conectar y desconectar al mismo tiempo.
Conectar con la tierra debajo de mí, desconectar de todo lo que no es realmente importante. Ir a lo básico, a lo únicamente necesario, que es en ese momento respirar, observar el cielo y sentir.
»No soy una persona especialmente religiosa, aunque sí trato de nutrir mi espiritualidad, mi mente, mi cuerpo al completo, de la mejor forma que puedo. Pero sí creo que todo está conectado con todo.
Todos nuestros átomos antes pertenecían a ese universo, y eso hace de nosotros un viajero estelar compuesto por átomos que han soportado millones de años de contracción y luego de expansión, de explosiones interestelares, de choques brutales de meteoritos contra planetas, de agujeros negros y estrellas, de gases letales y temperaturas extremas... Y si eso no me da fuerza y valor, no sé qué más me la va a dar. Y de repente todo el problema se hace pequeño y ya no parece tan importante.
»Creo que el universo nos ayuda, cualquiera que sea el significado que se le quiera dar a esa frase».