Japón: Un baño de naturaleza

¿Has caminado por un bosque en silencio, sin esfuerzo, simplemente disfrutando del aire puro y del entorno? ¿Qué sientes? Perderme en los olorosos bosques de eucalipto de Galicia es uno de mis placeres preferidos. En distintos países del mundo —sobre todo Corea del Sur, Finlandia y Japón, cuyos bosques cubren un 67 por ciento de su territorio— pasear por el bosque se recomienda como una terapia muy eficaz.

En Japón, el gobierno puso en marcha en 1982 un programa de salud pública de shinrin-yoku, o «baños de bosque», y hoy hasta cinco millones de japoneses acuden anualmente a esta terapia natural. Se está comprobando que así logran disminuir la frecuencia cardiaca y la tensión arterial, reducir la producción de hormonas estresantes, potenciar el sistema inmunológico y mejorar la sensación de bienestar.

Quienes practican los baños de bosque también padecen menos ansiedad y tienen menos probabilidades de sufrir un ataque al corazón. Incluso se ha comprobado que cuando te das un baño de naturaleza se incrementan de forma significativa las células NK — natural killers, «matadores naturales»—, que luchan contra las células infectadas o cancerígenas. Estos efectos perduran un mes después del baño de bosque.

¿POR QUÉ FUNCIONA ALGO TAN SENCILLO, TAN NATURAL?

Hay muchas razones por las que el baño de bosque resulta benéfico. Una de ellas es que evolutivamente el bosque era nuestro entorno natural y todavía estamos adaptados a ello. Sumergirnos en el mundo natural calma la actividad de nuestro córtex prefrontal, con el que planificamos y tomamos decisiones, y en cambio activa las áreas del cerebro relacionadas con la emoción, el placer, la empatía y la creatividad. Así logramos apagar o ralentizar momentáneamente el reflejo automático de nuestra mente, que consiste en anticipar problemas y que deja una huella negativa en nuestra salud mental y física.

Otra de las razones es que los aceites esenciales que se encuentran en la madera, las plantas y en algunos frutos del bosque, que se emiten para protegerse de gérmenes e insectos, nos resultan balsámicos. Al inhalar profundamente, los humanos participamos de los efectos benéficos del bosque.