Desde hace un largo tiempo, mi entrañable amiga Lidia me regala de vez en cuando una mañana improvisada de yoga y de meditación. Nunca vamos al mismo lugar: queremos descubrir, cada vez, una técnica diferente, una mirada peculiar, olores y sensaciones nuevas. Lo consideramos nuestra cata personal de meditación y nos ha llevado por pisos urbanos, jardines japoneses o casas budistas, lugares siempre nuevos a lo largo de estos últimos años, en busca de ese rato dedicado a apaciguar la mente y a encontrar un poco de paz.
Hay algo muy cierto: ¡cuidar de la mente y del espíritu no puede ser algo que uno haga solo de vez en cuando! Pero con nuestras excursiones ocasionales, Lidia y yo logramos sorprendernos y divertirnos, mezclar la amistad con la disciplina, la risa con el reto de superarnos. En vez de entrenarnos a solas, en casa, juntamos fuerzas para celebrar la aventura de vivir, con otras personas, otras experiencias vitales.
A menudo, me sorprende darme cuenta de que a veces nos enfrentamos a lo importante como si fuese algo necesariamente doliente y poco divertido. Lo cierto es que cualquier reto, por serio y profundo que sea, se hace más fácil y se integra mejor cuando lo hacemos desde la alegría: educar a un hijo, cuidar de un enfermo, ir al trabajo, meditar y aprender a entrenar la mente en positivo... ¡Nada sin alegría!
¿Quieres buscar compañía para hacer tu propia cata de meditación? ¿O prefieres, de momento, practicar solo, sola? Aquí tienes una interpretación ligera de la meditación, esta gran forma de gestión emocional y espiritual que nos ha legado la India.