De los antiguos sabios, de las civilizaciones milenarias, aprendemos que la sabiduría no se inventa: está en todas partes, a veces escondida, pero siempre a la espera de ser redescubierta, reinterpretada, reencontrada. Sobrevive, a lo largo de la historia, bajo las piedras de los caminos, en los templos, en las iglesias, en las tumbas y en las pirámides de los faraones, en la curva de una pagoda, en desvanes, bibliotecas y bosques... De siglo en siglo, la sabiduría permanece a la espera de ser intuida, escuchada y vestida con nuevas palabras y texturas.
Desde nuestra perspectiva de occidentales del siglo XXI, sin embargo, creemos que vivimos tiempos excepcionales que nos separan de las generaciones anteriores. Quizá incluso nos creemos mejores. ¡El mundo contemporáneo, con su revolución tecnológica, nos parece ahora tan diferente! Creemos, por ejemplo, que la globalización es un movimiento exclusivamente moderno, que permite que países encerrados en sus fronteras puedan abrirse a los demás, conectarse e intercambiar ideas... Y desde luego, hoy viajamos y nos comunicamos como nunca antes, y las ideas dan la vuelta al mundo a una velocidad nunca antes vista. Pero los humanos, con más o menos medios, con más o menos prisas, siempre hemos buscado el cambio, la mejora. ¡Estamos programados para ello! Sin esa tendencia innata, no habríamos sobrevivido. Llevamos haciéndolo desde siempre, desde nuestras respectivas culturas y a través de los tiempos.
Y así lo hacían también nuestros ancestros, hace más de 2.500 años. Aunque ellos no pudieran comunicarse ni viajar libremente, aunque no dispusiesen de nuestra tecnología que todo lo acelera, las olas de cambio y las innovaciones también recorrían el planeta entonces. Pensadores como Confucio, Sócrates y Buda, sin conocerse, se enfrentaban a retos similares: en su caso, al final de las sociedades jerarquizadas, hereditarias y aristocráticas que daban paso, a veces de modo sangriento, a la democracia radical en Grecia y a las burocracias basadas en la meritocracia y el centralismo en China. Resulta todo tan extrañamente familiar: de forma absolutamente moderna, los cimientos sociales se expandían y empezaba la movilidad social.
En las siguientes páginas descubrirás con algunos grandes ejemplos, griegos, chinos y alquimistas (de entre los muchos y tan variados que la humanidad ha alumbrado en su búsqueda incesante de la sabiduría y la felicidad), lo mucho que nos parecemos, a través de los siglos, a estas personas que, como nosotros ahora en el siglo XXI, se preguntaban entonces, con la misma pasión y los mismos encuentros y desencuentros que celebramos y sufrimos hoy, cómo crear una sociedad más justa, cuáles son los derechos y las responsabilidades de los humanos, qué sentido tiene nuestro paso por la Tierra, cómo enfrentarnos y gestionar la muerte, el dolor, el placer, la felicidad...
Descubrirás que no solo sus preguntas, sino que también muchas de sus respuestas siguen vigentes hoy día, y pueden ayudarnos a comprendernos y convivir mejor.