Cuando necesito un poco de esperanza, un chute de valentía, algo de fortaleza e inspiración, uno de mis refugios preferidos es la extraordinaria Maya Angelou (1928-2014). Esta poetisa, ensayista, dramaturga y activista norteamericana no solo ha sido una de las voces literarias más influyentes de las últimas décadas, sino una inspiración para millones de personas. De ella nos viene tanta sabiduría anclada en su contagiosa alegría de vivir, en su compasión y en la generosidad que la caracterizaba, que resulta difícil elegir solo unas pocas líneas para ilustrar su obra y su luminoso legado, que levantó a base de talento y apasionada fortaleza.
Hija de una familia de clase obrera, abandonada por su padre a los tres años y violada a los ocho, Maya Angelou nos regala con su vida un ejemplo de superación.
En una memorable entrevista con el periodista Bill Moyers, cuando este le preguntó cómo había logrado salir adelante después de la violación, explicó que dejó de hablar durante cinco años:
«Para mostrarte cómo del mal puede salir algo bueno, contaré que en esos cinco años leí cada libro que había en la biblioteca de la escuela para negros. Leí cada libro que pude conseguir de la biblioteca de la escuela para blancos. Me aprendí de memoria a James Weldon Johnson, Paul Laurence Dunbar, Countee Cullen y Langston Hughes.
Memoricé todo Shakespeare, obras enteras, cincuenta sonetos. Memoricé a Edgar Allan Poe, toda la poesía... Nunca la había oído antes, pero me la aprendí. Tenía a Longfellow, a Guy de Maupassant, a Balzac, a Rudyard Kipling (...). Ese mal fue un mal tremendo, porque la violación del cuerpo de alguien joven a menudo deja paso al cinismo, y hay pocas cosas tan trágicas como un joven cínico, porque significa que esta persona ha pasado de no saber nada a no creer en nada. En mi caso, quedarme muda me salvó. Y fui capaz de alimentarme del pensamiento humano, de las decepciones y los triunfos humanos, al menos lo suficiente para triunfar yo misma».
Y es que uno de los rasgos más llamativos de Maya Angelou es sin duda su valentía: «Creo que tener la valentía de enfrentarse al mal, y transformarlo a base de fuerza de voluntad en algo que le sea útil a nuestro desarrollo, a nuestra evolución, como individuos y como colectivo, es emocionante y honorable (...). El coraje es la más importante de las virtudes, porque si no tienes coraje no puedes practicar las demás virtudes, no puedes decirle a una sociedad que asesina “me opongo a tus asesinatos”. Necesitas coraje para hacer eso. De alguna manera, yo he sido consciente de eso desde hace mucho tiempo, y me ha dado mucha alegría (...). Creo que lo más importante, más allá de la disciplina y la creatividad, es atreverse a atreverte». «Sin valentía —aseguraba—, no podemos ser compasivos, auténticos, generosos u honrados.» Sin valentía, tampoco podemos atrevernos a ser nosotros mismos: «Si siempre intentas ser normal, nunca vas a descubrir lo increíble que eres». Y animaba a las mujeres a luchar contra la discriminación y los estereotipos, que ella tan bien conocía por ser mujer y negra: «Cada vez que una mujer tiene el valor de defenderse, tal vez sin saberlo, sin enorgullecerse de ello, está defendiendo a todas las mujeres».
«El éxito —aseguraba—, es amar la vida y atreverse a vivirla, y no darse nunca por derrotado, aunque uno tenga que soportar muchas derrotas (...). Nos maravilla la belleza de la mariposa, pero casi nunca reconocemos los cambios que ha tenido que soportar antes de lograr esa belleza.»
La alegría era otro rasgo sobresaliente de su carácter: «Mi misión en la vida no es simplemente sobrevivir, sino florecer; y hacerlo con un poco de pasión, un poco de compasión, una pizca de humor y algo de estilo (...). No confío en nadie que no se ría».
De la luz que Maya Angelou irradiaba, se desprendía la calidez del amor generoso con el que vivía: «El odio ha causado muchos problemas en el mundo, pero aún hoy no ha solucionado ni uno solo», advertía. Y porque vivió con el corazón abierto, Maya Angelou nos enseñó a no levantar muros contra los demás, a ser más libres:
«Solo eres libre cuando te das cuenta de que no perteneces a ningún lugar, de que perteneces a todos los lugares y a ninguno».