¿Cómo medimos y definimos el progreso y el éxito? En nuestro mundo occidental, de manera quizá muy prosaica, lo hacemos en función de la tasa de crecimiento en el producto interior bruto (PIB). Pero a la vista de los evidentes problemas de salud mental, emocional y medioambiental a los que nos enfrentamos, resulta evidente que esta no es una forma satisfactoria de medir el progreso. De hecho, con esta medida ni siquiera logramos distinguir las actividades económicas neutras o benéficas —aquellas que no dañan a las personas y al medioambiente— de las actividades nocivas. 20Además, aunque el crecimiento económico se ha disparado en las últimas décadas, no existen indicios de que el bienestar emocional de las personas, su felicidad, haya crecido de forma paralela.
Afortunadamente, desde hace unos años se habla cada vez más de la necesidad de encontrar nuevas medidas para guiar y definir el progreso. Todo empezó cuando Bután se abrió a los extranjeros, en los años setenta del siglo pasado, y quiso asegurarse de que el capitalismo no iba a erosionar los valores y principios budistas del reino. Una de las medidas pioneras que se aplicaron a partir de entonces es el de la felicidad interior bruta, que se mide desde hace décadas con resultados prometedores. Se trata de evaluar cada proyecto incorporando preguntas que tienen en cuenta el bienestar de las personas y del medioambiente como elemento determinante.
¿Qué efecto tiene un proyecto sobre nosotros? ¿Nos hace más o menos felices? ¿Nos permite pasar más o menos tiempo con nuestros seres queridos? ¿Contribuye a nuestra buena salud física y emocional? ¿Es respetuoso con el resto del entorno? ¿Tiene en cuenta las necesidades de distintas generaciones?Hoy día, sabemos mucho más, a ciencia cierta, acerca de lo que nos acerca a la felicidad, y podemos ya incorporar estos conocimientos a nuestra forma de vivir y de legislar.