Dice la escritora norteamericana Edna Buchanan que los amigos son la familia que puedes elegir. Pero, aunque tengamos amigos, la familia de origen —padres, abuelos, hermanos, con los sobrevenidos cuñados, sobrinos y suegros— pesa enormemente en nuestras vidas. Allí aprendemos pequeños patrones básicos con los que navegamos por el mundo, nuestra forma de vincularnos, de resolver conflictos y de valorarnos, y allí seguimos aprendiendo, día a día, a ser más flexibles, compasivos, también a poner límites, a protegernos y a resolver problemas. A encontrar un equilibrio entre lo colectivo y lo individual. La familia es un reto difícil e imposible de obviar.
Para ayudarnos a gestionar la maraña de oportunidades y deberes familiares, muchas culturas generan rituales que nos ayudan a encontrar espacios para celebrar y resolver esos retos familiares. Como veíamos en las primeras páginas del libro, Confucio nos invita a fingir que somos otros miembros de la familia, para comprender mejor sus perspectivas y poder resolver un problema, aunque solo sea en un mundo imaginario (el cerebro no distingue bien entre realidad y ficción, y la psique humana agradece que resolvamos nuestros conflictos, aunque sea en el plano puramente mental).
Muchos rituales familiares y comunitarios tienen además un componente lúdico, festivo. Y es que las familias pueden convertirse en un peso excesivo a lo largo de la vida, y resulta fundamental, como en cualquier relación humana, asegurarse de que equilibramos lo negativo con lo positivo. De hecho, los estudios del psicólogo y profesor John Gottman sobre el equilibrio necesario para que las relaciones humanas funcionen desvelan que necesitamos generar al menos tres veces la cantidad de emociones positivas frente a las negativas para que las relaciones y los entornos puedan florecer.
Tsagaan sar, la fiesta de la luna blanca, un ritual festivo para unir a las familias
La celebración en Mongolia del Tsagaan sar, la fiesta de la luna blanca, es una oportunidad para celebrar la familia desde ese punto de vista festivo. El Tsagaan sar es uno de los momentos más importantes en el calendario mongol, la celebración del Año Nuevo. Es un antiguo festival que dura unos quince días y que refleja las raíces nómadas, chamánicas —presentes en la celebración del cielo azul y de las fuerzas naturales— y budistas de la cultura mongola. Hace siglos, el Tsagaan sar se celebraba durante las bodas o encuentros espirituales, y también para entrenar a los soldados antes de entrar en batalla.
La preparación empieza semanas antes de las festividades y se trabaja desde muchas perspectivas. El principio general es que durante esta etapa todo lo antiguo, del año anterior, se deja atrás y la nueva «luna blanca» lo limpia todo. Las personas evitan las emociones negativas —la ira, la codicia o la tristeza— y abren su espíritu a pensamientos positivos. También se aprovecha para hacer una limpieza física a fondo de las casas y los armarios, con sus connotaciones simbólicas de orden y limpieza interior. De cara al resto de la comunidad, Tsagaan sar es el momento idóneo para resolver viejos problemas con la familia y los amigos, devolver deudas pendientes y asegurar que se empieza el año sin arrastrar lo negativo.
La mañana del Año Nuevo, la familia acude a un ovoo, un altar de piedras al aire libre donde se celebra el final del invierno y se agradecen los regalos de la naturaleza y de la familia. Uno de los primeros rituales es el zolgokh, en el que las personas más jóvenes sujetan los codos de sus mayores para mostrar así su apoyo y su respeto. Durante quince días, las familias se visitan y renuevan sus vínculos, especialmente entre jóvenes y mayores. Se cuentan historias, se visten con trajes tradicionales, juegan, resuelven problemas y celebran el patrimonio común, la solidaridad, la continuidad.
¿QUÉ PODEMOS APRENDER DE ESTE TIPO DE CELEBRACIONES FAMILIARES?
Hay al menos dos grandes ventajas en sistematizar, celebrar y prestar atención consciente a nuestra familia. Por una parte, los estudios nos dicen que conocer nuestra historia familiar nos permite ser emocionalmente más sanos, más sólidos. Se trata de contar historias a nuestros hijos, de dar ejemplos, buenos y malos, de cómo se resolvieron, o no, los conflictos, de explorar cómo se puede mejorar lo que hay en cada familia, de transmitir nombres, anécdotas, todo aquello que ayuda a un niño a comprender de dónde viene.
Existen tres tipos de narrativa familiar: el ascendente: «hemos salido de la nada»; el descendente: «lo hemos perdido todo», y el más recomendable, que es el oscilatorio: «hemos tenido de todo, bueno y malo», ya que es el tipo de narrativa que promueve la resiliencia, la capacidad de superar obstáculos y tener optimismo y esperanza.
Por otra parte, el amor que no se expresa no sirve de nada...Todos nos sentimos más fuertes si formamos parte de un entramado humano, en vez de ser hilos sueltos. No dejes pasar mucho tiempo sin demostrar y celebrar tus vínculos familiares y afectivos: cada semana o cada mes, asegúrate de que tiendes una mano a los miembros de tu familia, en especial a los más mayores. Este tiempo dedicado a reconectar os ayudará a todos.