Zhuangzi: Vive con alegría y baila con el caos gracias al wu-wei

¿Te gustaría ser auténtico, saber intuitivamente qué debes hacer en cada momento, estar conectado con todo lo que te rodea y disfrutarlo sin esfuerzo? ¿Recuerdas algún momento en el que te hayas sentido así? ¿Un momento de gozosa y alegre espontaneidad?

En Occidente, la palabra «espontaneidad» nos suena a hacer lo que queremos sin pensarlo dos veces, a no reprimir ningún deseo, a salirse del guion como sea. Pero como apuntan Michael Puett y Christine Gross-Loh en su libro The Path, «no hay manera de que podamos vivir así todo el tiempo. La guardamos para los fines de semana y vivimos el resto de nuestras vidas sin ella».

¿Podemos sentir esa espontaneidad de alguna otra manera?

Sí podemos. El filósofo taoísta Zhuangzi ha dejado una huella imborrable en el pensamiento chino. Para él, el mundo es un conjunto de palabras, sentimientos y eventos interrelacionados que están constantemente transformándose unos en otros:

«La hierba crece y, cuando muere, se descompone y su energía (su qi) se canaliza en otras cosas. Los gusanos y los insectos que están en la hierba son comidos por animales o pájaros más grandes. Estos, con el paso del tiempo, también mueren, y se transforman en tierra, hierba y otros elementos. Poco a poco, todo se transforma, en un ciclo inagotable de cambio y transformación».

Para Zhuangzi, la verdadera espontaneidad es estar abierto a este flujo constante de transformación, formar parte de estos elementos que parecen opuestos o diferentes, pero que realmente no lo son: son solo distintas perspectivas o momentos de una sola cosa.

Es una imagen muy bella, un modo de comprender el mundo diferente al occidental: no vivimos en un universo fragmentado y opuesto donde todos compiten y pelean, sino en uno donde conviven perspectivas diferentes. Si nos entrenamos para entender toda esta miríada de puntos de vista y perspectivas diferentes, nos será más fácil comprender el mundo que nos rodea y disfrutarlo intensamente.

Los antiguos chinos lo ilustran con la historia del cocinero Ding, la parábola más famosa de Zhuangzi:

«El cocinero Ding coge su cuchillo para cortar la carne que tiene enfrente y, aunque al principio este proceso es muy aburrido, con el tiempo, cuanto más corta, más consciente se vuelve de lo que está haciendo. Se da cuenta de que, al enfrentarse al trozo de carne, en lugar de estar batallando contra los músculos y tendones, está buscando canales tiernos por donde sea más fácil cortar. Y es que, aunque cada trozo de carne es distinto, todos tienen líneas, articulaciones y caminos..., lugares por donde se puede cortar de una forma mucho más fácil y natural. Con entrenamiento y experiencia, Ding puede utilizar su intuición para encontrar estos patrones universales en cualquier trozo de carne. Y por eso corta con un ritmo perfecto, como si estuviera bailando. Bajo su cuchillo, la carne se despedaza sin esfuerzo. Pero para que todo fluya tan fácilmente, Ding no puede pensar demasiado ni aproximarse a la tarea analíticamente, ya que cada trozo de carne es distinto. Debe valorar el camino, que va más allá de la técnica, y aprovechar sus cualidades divinas, las que, al conectarnos con el mundo, nos permiten resonar con él de una forma armónica. Esta capacidad de Ding de fluir con el proceso es el wu-wei, la espontaneidad entrenada».

Para Zhuangzi, conectar con el mundo de esta forma espontánea y natural exige entrenarse. Pero ¡entrenarse en lo técnico no es suficiente! También hay que entrenar nuestra mirada, nuestra capacidad de ponernos en la piel del resto del mundo, de entender que somos capaces de ser todo lo que nos rodea. Entonces tu mundo no estará fragmentado y no habrá distancia entre tú y lo que te traes entre manos...

Los psicólogos occidentales llaman fluir a esta capacidad de perderte en lo que estás haciendo, de dominar tu técnica y sentirte parte de esa actividad. Para lograr esa libertad gozosa, ese fluir, tienes que entrenar una y otra vez tu técnica y tu perspectiva: da igual que sea para conducir, para jugar al baloncesto, para tocar el violín, para escribir unas líneas o para cocinar... Sientes ese fluir sin tener que forzar nada.

No siempre es fácil. ¡A veces es imposible! Seguro que hay cosas que se os resisten, por mucho que lo intentéis.

Yo cocino fatal, siempre ha sido así. No tengo absolutamente ningún talento natural para lograr platos comestibles. Pero, aunque yo no sepa cocinar, me empeño en hacerlo. Llevo décadas en ello. Empecé siendo una niña. A los nueve años hacía pasteles. Todos eran sonados fracasos. «¿A qué huele?», decían mis hermanas al entrar en casa. «A quemado. Elsa está en la cocina», respondía alguna voz resignada.

Yo no hacía caso. Creía que, con esfuerzo, con empeño, algún día lo conseguiría. Pero mis pasteles siempre salían del horno con aspecto lamentable y un cráter en su centro.

El cráter no me desanimaba. Sin esperar siquiera a que el pastel estuviese tibio, lo rellenaba con un montoncito de nata montada y giraba cuidadosamente el pastel y su cráter de nata para disimular el socavón a primera vista. Esperaba entonces impaciente a que mi padre llegara a casa. Era el único que aceptaba sentarse a la mesa y comer, con seriedad admirable, alguna cucharada de mi terrible creación. Tal vez fuese gracias a él por lo que nunca tiré la toalla. Año tras año, década tras década, he seguido cocinando. Pero a pesar de mis esfuerzos, cocinar bien, con un poquito de arte y de gracia, se me escapa. Los alimentos que pasan por mis manos están o salados o sosos, demasiado o muy poco cocidos, y nunca parecen tener el sabor esperado. En la cocina, para mí, todo son dudas y preguntas a las que no sé contestar.

Los antiguos chinos me dirían que cuando cocino carezco de wu-wei, esa espontaneidad ligera y grácil, ese talento que fluye con naturalidad y aparentemente, incluso, sin esfuerzo. Si yo tuviesewu-wei en la cocina, una vez elegida mi receta — pongamos unos macarrones con tomate—, todos mis sentidos me acompañarían sin esfuerzo en un baile elegante e instintivo hasta lograr mi plato. Lo haría rápido y bien,

¡y lo disfrutaría! Trincharía los tomates para la salsa sin forzar el cuchillo, adivinando el momento perfecto en el que poner en la sartén los trozos maduros y jugosos, justo cuando la cebolla estuviese dorada, caramelizada, fragrante (y no casi quemada).

Elegiría de mi despensa la pasta perfecta, ni demasiado gruesa ni demasiado fina, y cuando salase el agua hirviendo en el instante exacto, recordaría por supuesto añadir ese chorrito de aceite para que la pasta pudiera hervir suave y suelta. Mientras, la salsa espesaría sabrosa y yo disfrutaría de su aroma intenso y dulce.

Tener wu-wei en la cocina es dejar que todo fluya en un proceso natural que tu propia sabiduría, profunda, escondida, acumulada, te susurra al oído; tener wu-wei es estar conectado con todo lo que te rodea, no importa que sea el tomate, la sartén o la receta. En la cocina, plantando bulbos en el jardín, jugando con tus hijos, hablando con tu jefe o componiendo una sinfonía, tener wu-wei es estar en armonía contigo y con lo que te rodea. No importa lo pequeño o lo grande que sea, mientras conectes y fluyas con lo que experimentas.

«No se trata de batallar, como hacemos normalmente, sino de fluir... En algunos momentos de nuestra vida somos capaces de tener esta experiencia de fluidez. Piensa en cuando te reúnes con amigos cercanos, en cómo la comida, la conversación, parecen fluir sin esfuerzo y con alegría a medida que las personas se sincronizan más y más con los demás, mientras va pasando la tarde. No necesitas decirte: “Ahora tendría que hacer una broma”. O piensa en un buen partido de baloncesto.»

PIENSA EN LAS VECES EN LAS QUE HAS SENTIDO. ¿QUIERES APUNTAR ALGUNA AQUÍ?

«¿Por qué no podemos aplicar esto a todos los momentos de nuestras vidas? (...).

Imagínate cómo te sentirías si los problemas grandes, y los pequeños, dejaran de preocuparte y en lugar de eso pasaran a formar la parte más excitante de la vida. Ver las cosas desde todas las perspectivas, entender que todo participa del proceso de fluidez y transformación, ver las diferencias como algo momentáneo, saber que formas parte de un mundo más grande, un momento maravilloso pero temporal que vive en todas las trasformaciones que nos llevan al Camino, cuando conseguimos liberarnos de nuestra perspectiva humana singular, una perspectiva que nos encierra y nos confina.»