El arte de soltar

CUANDO TE SIENTAS Y MEDITAS, aún si todavía no has obtenido ninguna visión-clara liberadora, debes por lo menos estar seguro de lo siguiente. Cuando la respiración entra, lo sabes. Cuando la respiración sale, lo sabes. Cuando es larga, sabes que es larga. Cuando es corta, sabes que es corta. Tanto si es cómoda como incómoda, lo sabes. Si puedes ser consciente de esto, vas bien. En cuanto a los conceptos y pensamientos varios (saññā) que entran en la mente, déjalos de lado —sean buenos o malos, sean del pasado o el futuro. No los dejes interferir con lo que estás haciendo ni los persigas para resolverlos. Cuando un pensamiento de esta clase pasa por la mente, simplemente déjalo pasar. Mantén la conciencia imperturbable en el presente.

Cuando decimos que la mente va aquí o allá, no es realmente la mente la que se mueve. Sólo los conceptos se mueven. Los conceptos son como las sombras de la mente. Si el cuerpo está inmóvil, ¿Cómo puede moverse su sombra? El movimiento del cuerpo es lo que hace que la sombra se mueva, y cuando la sombra se mueve, ¿Cómo puedes detenerla? Las sombras son difíciles de atrapar, difíciles de apartar, difíciles de aquietar. La conciencia que forma el presente: ésa es la verdadera mente. La conciencia que va en busca de conceptos es sólo una sombra. La conciencia real —“el conocer”— siempre está inmóvil. No se para, camina, viene o va. En cuanto a la mente —la conciencia que no actúa de ninguna forma, yendo o viniendo, hacia atrás o adelante— es calmada e imperturbable. Y por lo tanto, cuando la mente está conforme a su naturaleza normal, estable y centrada —es decir, cuando no proyecta ninguna sombra— podemos descansar tranquilamente. Pero si la mente es inestable, indecisa y vacilante, los conceptos surgen relampagueando al exterior —y nosotros salimos a perseguirlos, esperando arrastrarlos de vuelta. Al perseguirlos es cuando nos equivocamos. Esto es lo que debemos corregir. Dite a ti mismo: tu mente no tiene ningún defecto. Solamente ten cuidado con las sombras.

No puedes mejorar tu sombra. Digamos que es negra. Puedes lavarla con jabón hasta el día de tu muerte, y seguirá siendo negra —puesto que no tiene sustancia. Es lo mismo con tus conceptos. No los puedes corregir, porque son sólo imágenes que te engañan.

Así pues, el Buddha enseñó que el que no esté familiarizado con el yo, con el cuerpo, la mente, y sus sombras, sufre de la avijjā —oscuridad, conocimiento falsificado. Aquél que piense que la mente es el yo, que el yo es la mente, que la mente es sus conceptos —aquél que tenga estas cosas así totalmente revueltas— está auto-engañado y perdido, como alguien perdido en la selva. Estar perdido en la selva conlleva penurias innumerables. Hay que preocuparse por los animales salvajes, por los problemas de encontrar comida y un lugar para dormir. No importa en qué dirección busques, no hay salida. Pero si nos perdemos en el mundo, es mucho peor que perdernos en la selva, pues no podemos diferenciar la noche del día. No tenemos ninguna oportunidad de encontrar ninguna luz porque nuestras mentes están oscurecidas por la avijjā.

El propósito de entrenar la mente para que se quede inmóvil es simplificar las cosas. Cuando las cosas se simplifican, la mente puede asentarse y descansar. Y cuando la mente ha descansado, gradualmente se vuelve brillante en sí y por sí misma, y da lugar al conocimiento. Pero si dejamos que las cosas se compliquen —si dejamos que la mente se enrede en imágenes, sonidos, olores, sabores, sensaciones físicas, e ideas— eso es oscuridad. El conocimiento no tendrá ninguna oportunidad de surgir.

Cuando el conocimiento intuitivo aparece, puede —si sabes usarlo— conducir a la visión-clara liberadora. Pero si te dejas arrastrar por el conocimiento del pasado y del futuro, no pasarás del nivel mundano. En otras palabras, si te aficionas demasiado al conocimiento de lo físico, sin adquirir sabiduría respecto al funcionamiento de la mente, eso puede dejarte espiritualmente inmaduro.

Digamos, por ejemplo, que surgen imágenes psíquicas y te quedas enganchado: adquieres conocimiento de tus vidas pasadas y te emocionas mucho. Cosas que no sabías antes, ahora las sabes. Cosas que nunca habías visto antes, ahora las ves —y pueden alegrarte o entristecerte en gran medida. ¿Por qué? porque te las tomas demasiado en serio. Puede que veas unas imágenes de ti mismo prosperando como noble o señor, siendo un gran emperador o un rey, rico e influyente. Si te permites sentirte complacido, eso es indulgencia en el placer. Te has alejado del Camino Medio. O puede que te veas como algo que no quieres ser: un cerdo o un perro, un pájaro o una rata, deforme o inválido. Si dejas que esto te disguste, eso es indulgencia en el sufrimiento personal —y nuevamente te has desviado del camino. Algunas personas realmente se dejan llevar: en el instante en que comienzan a ver cosas, comienzan a creerse especiales, de alguna forma mejores que otros. Se permiten volverse orgullosos y presuntuosos —y el camino correcto ha desaparecido sin que se hayan dado cuenta. Si no tienes cuidado, aquí es adonde el conocimiento mundano te puede llevar.

Pero si mantienes un principio firmemente en la mente, puedes mantenerte correctamente en el camino: sea lo que sea que aparezca, bueno o malo, verdadero o falso, no te permitas sentirte complacido, no te permitas sentirte afectado. Mantén la mente balanceada y neutral y el discernimiento surgirá. Verás que la imagen o señal muestra la verdad del sufrimiento: aparece (nace), se desvanece (envejece), y desaparece (muere).

Si te quedas enganchado en tus intuiciones, estarás buscándote problemas. El conocimiento que resulte falso puede lastimarte. El conocimiento que resulte verdadero puede dañarte de verdad. Si lo que sabes es cierto y se lo dices a otras personas, estarás alardeando. Si resulta que es falso, el tiro puede salirte por la culata. Es por esto que los que realmente saben dicen que el conocimiento es la esencia del sufrimiento: te puede hacer daño. El conocimiento es parte de la inundación de visiones y opiniones (diṭṭhi-ogha) que tenemos que cruzar. Si te agarras al conocimiento, te has equivocado. Si sabes, simplemente sabe, y déjalo así. No debes alegrarte o emocionarte. No tienes que contárselo a otras personas.

Las personas que han estudiado en el extranjero, cuando regresan a los arrozales, no le cuentan lo que han aprendido a la gente de los pueblos donde se criaron. Hablan de asuntos ordinarios y a la manera de siempre. No hablan de las cosas que han estudiado porque (1) nadie les entendería; (2) no serviría a ningún propósito. Incluso cuando están con gente que sí podría entenderles, tratan de no exhibir sus conocimientos. Así debería ser cuando practiques la meditación. No importa cuánto sepas, debes actuar como si no supieras nada, pues así es cómo las personas de buenos modales normalmente actúan. Si les presumes a otros, ya es malo. Si no te creen, puede ser aún peor.

Así que, sepas lo que sepas, simplemente obsérvalo y déjalo correr. No dejes que exista la suposición de que “Yo sé”. Cuando puedas hacer esto, la mente podrá lograr lo trascendental —libre del apego.

  • * *

Todo en el mundo tiene su verdad. Incluso las cosas que no son verdaderas son verdaderas —es decir, su verdad es que son falsas. Es por esto que tenemos que abandonar tanto lo verdadero como lo falso. Una vez que sepamos la verdad y podamos abandonarla, podremos estar en paz. No seremos pobres, porque la verdad —el Dhamma— estará con nosotros. No nos quedaremos con las manos vacías. Es como si tuviéramos mucho dinero: en vez de llevarlo encima, lo acumulamos en casa. Puede que tengamos los bolsillos vacíos, pero igualmente no somos pobres.

Es lo mismo con los que realmente saben. Incluso cuando abandonan su conocimiento, éste sigue ahí. Es por eso que las mentes de los Nobles nunca vagan a la deriva. Ellos lo abandonan todo, pero no de manera derrochadora o irresponsable. Ellos abandonan como los ricos: incluso cuando lo abandonan todo, siguen teniendo riquezas acumuladas.

En cuanto a aquéllos que abandonan las cosas como mendigos, no saben lo que vale la pena y lo que no. Cuando arrojan las cosas que valen la pena, simplemente van camino del desastre. Por ejemplo, puede que vean que no hay verdad en nada — no hay verdad en los khandhas, no hay verdad en el cuerpo, no hay verdad en el sufrimiento, su causa, su cesación, o el camino hacia su cesación, no hay verdad en Nibbāna. No usan el cerebro para nada. Son demasiado vagos para hacer nada, así que abandonan todo, desechan todo. Esto se llama abandonar como un mendigo. Como muchos de los sabios modernos: cuando regresen después de la muerte serán pobres nuevamente.

En cuanto al Buddha, abandonó solamente las cosas verdaderas y falsas que surgieron en su cuerpo y mente —pero no abandonó su cuerpo y mente, por lo cual terminó siendo rico, con plenitud de riquezas para legar a sus descendientes. Es por ello que sus herederos nunca tienen que preocuparse por ser pobres.

Por lo tanto debemos considerar al Buddha como nuestro modelo. Si vemos que los khandhas no tienen valor —son inconstantes, tensores, no-yo, y todo eso— y simplemente los dejamos correr, descuidándolos, es seguro que terminaremos pobres. Como un estúpido que siente tanta repugnancia por una llaga supurante en su cuerpo que no quiere tocarla y la deja sin cuidar: no hay manera de que la llaga se vaya a curar. En cuanto a los que son inteligentes, ellos sí que saben cómo lavar sus llagas, ponerles medicinas y vendajes, y eventualmente seguro que se recuperarán.

Del mismo modo, cuando la gente sólo ve las desventajas de los khandhas, sin ver su lado bueno, y las dejan correr sin darles ningún uso hábil o útil, nada bueno sale de ello. Pero si somos lo suficientemente inteligentes para ver que los khandhas tienen su lado bueno así como su lado malo, y las aprovechamos por medio de la meditación para adquirir discernimiento sobre los fenómenos mentales y físicos, vamos a hacernos ricos. Una vez que la verdad —el Dhamma— sea nuestro tesoro, ya no sufriremos cuando tengamos dinero, ni cuando no lo tengamos, porque nuestras mentes serán trascendentes. Las diferentes clases de herrumbre —la codicia, la ira, y el auto-engaño— que habían estado oscureciendo nuestros sentidos, caerán. Nuestros ojos, oídos, nariz, lengua, y cuerpo estarán completamente limpios, claros, y brillantes, pues como el Buddha dijo, el Dhamma —discernimiento— es como una lámpara. Nuestra mente, alejada de toda clase de problemas y sufrimientos, permanecerá en la corriente que fluye hacia Nibbāna.

17 de agosto de 1956