SI SURGEN SENSACIONES DE DOLOR o incomodidad mientras estás sentado en meditación, examínalas para averiguar de qué vienen. No dejes que te hagan daño o te disgusten. Si hay partes de tu cuerpo que no funcionan como tú quisieras, no te preocupes por ellas. Déjalas estar —pues tu cuerpo es lo mismo que cualquier otro cuerpo, animal o humano, en cualquier lugar del mundo: es inconstante, doloroso, y no puede ser forzado. Entonces quédate con cualquier parte que sí esté funcionando como quieres, y mantenla cómoda. Esto es lo llamado dhamma-vicaya: ser selectivo en lo que es bueno.
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El cuerpo es como un árbol: ningún árbol es completamente perfecto. En un momento dado tendrá hojas nuevas y hojas viejas, hojas verdes y amarillas, hojas frescas y hojas secas. Las hojas secas se caerán primero, mientras que las frescas se secarán despacio y caerán después. Algunas ramas son largas, otras gruesas, y otras pequeñas. Los frutos no están distribuidos uniformemente. El cuerpo humano no difiere mucho de esto. El placer y el dolor no están uniformemente distribuidos. Las partes que duelen y las que se sienten cómodas están mezcladas al azar. No puedes contar con ello. Así que haz lo mejor que puedas por mantener confortables las partes que se sienten cómodas, confortables. No te preocupes por las partes que no puedes volver cómodas.
Es como entrar en una casa en la que las tablas del suelo están empezando a pudrirse: si te quieres sentar, no escojas una parte podrida. Escoge una en la que las tablas todavía estén en buen estado. En otras palabras , el corazón no necesita preocuparse de las cosas que no se pueden controlar.
O puedes comparar el corazón con un mango: si éste tiene un pedazo podrido o con gusanos, córtalo con un cuchillo. Cómete sólo la parte buena. Si eres lo suficientemente tonto para comerte también la parte con gusanos, tendrás muchos problemas. Tu cuerpo es igual, y no sólo el cuerpo —la mente, también, no siempre va como a ti te gustaría. A veces está de buen humor, a veces no. Es aquí donde tienes que usar el pensamiento y la evaluación tanto como te sea posible.
El pensamiento dirigido y la evaluación son como hacer un trabajo. El trabajo aquí es la concentración: centrar la mente en la quietud. Enfocarla en un solo objeto y entonces usar tu sati y vigilancia para examinarlo y reflexionar sobre ello. Si usas una escasa cantidad de pensamiento y evaluación, tu concentración dará resultados escasos. Si haces un trabajo tosco, obtendrás resultados toscos. Si haces un trabajo fino, obtendrás resultados finos. Los resultados toscos no tienen mucho valor. Los resultados finos son de gran calidad y son útiles para muchas cosas —como la radiación atómica, tan fina que puede penetrar montañas. Las cosas toscas son de baja calidad y difíciles de usar. Algunas veces las puedes remojar en agua durante un día entero y no se ablandan. Mientras que las cosas finas necesitan sólo un poco de aire húmedo para disolverse.
Es lo mismo con la calidad de tu concentración. Si tu pensamiento y evaluación son sutiles, minuciosos y circunspectos, tu “trabajo de concentración” resultará en más y más quietud mental. Si tu pensamiento dirigido y evaluación son descuidados y toscos, no obtendrás mucha quietud. Te dolerá el cuerpo y te sentirás inquieto e irritable. Pero una vez que la mente logre aquietarse, el cuerpo se sentirá cómodo y en paz. Sentirás el corazón abierto y claro. Los dolores desaparecerán. Los elementos del cuerpo se sentirán normales: la temperatura del cuerpo será la correcta, ni muy fría ni muy caliente. Tan pronto como termines tu trabajo, éste resultará en la forma más exaltada de felicidad y calma: la liberación —Nibbāna. Pero mientras todavía te quede trabajo por hacer, tu corazón no obtendrá su medida completa de paz. Adondequiera que vayas, siempre habrá algo molestándote en el fondo de la mente. Pero una vez que hayas hecho el trabajo, podrás sentirte tranquilo adondequiera que vayas.
Si todavía no has terminado tu tarea es porque (1) te ha faltado la determinación para cumplirla y (2) realmente no has hecho el trabajo necesario. Has evitado tus deberes y faltado a clase. Pero si realmente pones tu mente en la tarea, no hay duda de que la terminarás.
Una vez que te hayas dado cuenta de que el cuerpo es inconstante y tensor y que no puede ser forzado, debes mantener tu mente equilibrada con respecto a éste. “Inconstante” significa que está sujeto al cambio. “Tensor” no solamente se refiere a los dolores y molestias, sino que también incluye el placer —pues el placer es pasajero y no puedes fiarte de él. Un poco de placer puede convertirse en mucho placer o en dolor. El dolor puede convertirse en placer también, y así sucesivamente (si no tuviéramos más que dolor, moriríamos). De manera que no deberíamos preocuparnos tanto ni por el placer ni por el dolor. Piensa en el cuerpo como si tuviera dos partes, como el mango. Si enfocas tu atención en la parte confortable, tu mente podrá estar en paz. Deja que los dolores estén en la otra parte. Una vez que tengas un objeto de meditación, tendrás un lugar cómodo para que la mente se asiente. No tienes que morar en tus dolores. Tienes una casa cómoda para vivir: ¿Por qué quieres dormir al raso?
Nadie quiere más que lo bueno, pero si no puedes distinguir lo bueno de lo contaminado, puedes sentarte a meditar hasta el día de tu muerte y nunca encontrar Nibbāna. Pero si logras ponerte a ello y eres resuelto en lo que haces, no es tan difícil. En realidad, Nibbāna es un asunto simple pues siempre está allí. Nunca cambia. Los asuntos del mundo son lo difícil, pues son inciertos y cambiantes. Hoy son de una forma, mañana de otra. Una vez que haces algo, tienes que cuidarlo. Pero no tienes que cuidar de Nibbāna en absoluto. Una vez que lo conoces, puedes dejarlo correr. Sigue conociéndolo, sigue dejándolo correr —como una persona que come arroz, que después de ponérselo en la boca lo escupe en vez de dejar que se convierta en excremento cuando llegue a sus intestinos.
Lo que esto significa es que sigues haciendo lo que es bueno pero no lo reclamas como tuyo. Haz el bien y luego escúpelo. Esto es virāgadhamma: desapasionamiento. La mayoría de la gente, una vez que hacen algo, se aferran a ello como si fuera suyo —y así tienen que seguir cuidándolo. Si no son cuidadosos, puede que se lo roben, o se desgaste por sí mismo. Van derechos a la decepción. Como aquél que se traga el arroz: después de comer, tendrá que defecar. Después de defecar tendrá hambre nuevamente, así que tendrá que comer y defecar nuevamente. Nunca llegará el día en que se sienta satisfecho. Pero no tienes que tragarte Nibbāna. Puedes comer tu arroz y después escupirlo. Puedes hacer el bien y dejarlo correr. Es como arar una parcela: la tierra se cae del arado por sí misma, no tienes que recogerla, meterla en un saco y atarlo a la pierna de tu buey. El que sea tan estúpido como para recoger la tierra que cae del arado y meterla en un saco nunca llegará a ninguna parte. O su buey se agotará, o él mismo tropezará en el saco y se caerá de cara en mitad del campo. La parcela nunca terminará de ararse, el arroz nunca se sembrará, la cosecha nunca se recogerá. Tendrá que pasar hambre.
Buddho, nuestra palabra de meditación, es el nombre del Buddha después de su Despertar. Significa alguien que ha florecido, que está despierto, que ha reconocido sus errores. Durante seis largos años antes de su Despertar, el Buddha viajó de un lugar a otro buscando la verdad de varios maestros sin obtener ningún resultado. Así que se fue por su cuenta y en una noche de luna llena de mayo se sentó bajo el árbol Bodhi, tomando la determinación de no levantarse de allí hasta haber obtenido la verdad. Finalmente, hacia el amanecer, mientras meditaba en la respiración, obtuvo el Despertar. Encontró lo que estaba buscando —justo en la punta de su nariz.
Nibbāna no está lejos. Está justo en nuestros labios, justo en la punta de nuestras narices. Pero lo buscamos a tientas y nunca lo encontramos. Si realmente buscas en serio la pureza, pon tu mente en la meditación y en nada más. Y respecto a todas las demás cosas que se presenten en tu camino diles: “No, gracias”. ¿Placer? “No, gracias”. ¿Dolor? “No, gracias”. ¿Bondad? “No, gracias”. ¿Maldad? “No, gracias”. ¿Sendas y frutos? “No, gracias”. ¿Nibbāna? “No, gracias”. Si es “no, gracias” a todo, ¿Qué te queda? No tendrás la necesidad de que te quede nada. Eso es Nibbāna. Como una persona sin ningún dinero, ¿Cómo van a robarle los ladrones? Si consigues dinero y tratas de aferrarte a él, te van a matar. Quieres esto y aquello. Si sigues cargando lo “tuyo”, el peso te doblegará. Nunca escaparás.
En este mundo hay que vivir tanto con lo bueno como con lo malo. Los que han desarrollado el desapasionamiento están llenos de bondad y conocen la maldad totalmente, pero no se agarran ni a la una ni a la otra, no claman poseer ni bondad ni maldad. Las dejan de lado, las dejan correr, y por ello viajan ligeros y con facilidad. Nibbāna no es un asunto tan complicado. En los tiempos del Buddha, algunos se convirtieron en Arahant mientras realizaban su ronda de limosna, algunos mientras orinaban, algunos mientras miraban a campesinos que araban la tierra. La parte más difícil del bien supremo se encuentra en el comienzo, en el asentamiento de las bases —mantener presente la respiración y estar vigilante, examinando y evaluando la respiración a todas horas. Pero si puedes persistir en ello, seguramente al final triunfarás.
26 de agosto de 1957