La verdad y sus sombras

EL DHAMMA DE LA CONSECUCIÓN es algo fresco, limpio y claro. No nace, crece, enferma ni muere. Quienquiera que trabaje honestamente con el Dhamma del estudio y de la práctica, dará lugar al Dhamma de la consecución sin lugar a dudas. El Dhamma de la consecución es paccattaṁ: tienes que conocerlo por ti mismo.

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Deberíamos proponernos buscar todo aquello que dé lugar al discernimiento. Sutamaya-paññā: escucha cosas que merezca la pena escuchar. Cintāmaya-paññā: una vez escuchadas, evalúa lo que has aprendido. No lo aceptes o rechaces impulsivamente. Bhāvanāmaya-paññā: una vez que hayas puesto a prueba lo que has aprendido, practica según ello. Ésta es la más alta perfección del discernimiento —la visión-clara liberadora. Ya sabes qué tipos de sufrimientos y tensiones deben remediarse, así que remédialas. Ya sabes qué tipos no deberían remediarse, así que no las remedies.

En general somos realmente ignorantes. Tratamos de remediar las cosas que no deberían remediarse y claro, no funciona —porque hay una clase de tensiones que simplemente deberían observarse y con las que no se debería trastear en absoluto. Como un reloj herrumbroso: no se debe pulir más óxido del necesario. Si lo desmontas por completo seguro que terminará por dejar de funcionar completamente. Lo que esto significa es que una vez hayas visto las condiciones naturales por lo que realmente son, tienes que dejarlas correr. Si ves algo que hay que reparar, lo reparas. Todo aquello que no deba repararse, no lo repares. Esto le quita al corazón un peso de encima.

La gente ignorante es como la vieja que encendió un fuego para cocer su arroz y, cuando estuvo cocido, se lo comió. Al terminar la comida, se puso cómoda para fumarse un puro. Pero resultó que al encenderse el puro con un ascua del fuego, se quemó la boca. “Maldito fuego”, pensó, “me ha quemado la boca”. De modo que puso todos sus fósforos en una pila y les vertió agua encima para que no hubiera más fuego en la casa —como una idiota sin sentido común alguno. Al día siguiente, cuando quiso fuego para cocer la comida, ya no le quedaba con qué encenderlo. Por la noche, cuando quiso luz, tuvo que ir a molestar a los vecinos, preguntando a éste y aquél, y aun así seguía odiando el fuego. Tenemos que aprender cómo utilizar las cosas y adquirir un sentido de cuánto es suficiente. Si enciendes un fuego demasiado pequeño, el arroz tardará tres horas en cocerse. El fuego no es suficiente para cocer tu comida. Es lo mismo con nosotros: vemos la tensión como algo malo e intentamos remediarla —dándole con los ojos cerrados, como si fuéramos ciegos. Da igual lo mucho que lo intentemos, nunca llegamos a nada.

La gente con discernimiento es capaz de ver que la tensión es de dos tipos: (1) la tensión física, o tensión inherente a las condiciones naturales; y (2) la tensión mental, o tensión de las impurezas. Una vez haya nacimiento, tiene que haber envejecimiento, enfermedad y muerte. Quienquiera que trate de remediar el envejecimiento puede intentarlo hasta quedar ajado y gris. Cuando tratamos de remediar la enfermedad, solemos parecernos a la vieja que vertía el agua sobre todos sus fósforos. A veces tratamos las cosas de la manera justa y correcta que necesitan, otras no —como cuando se nos rompen los peldaños de la entrada y desmantelamos la casa hasta el tejado.

La enfermedad es algo que todo el mundo tiene —me refiero a las enfermedades que aparecen en las varias partes del cuerpo. Una vez hayamos tratado la enfermedad de nuestros ojos, aparecerá en los oídos, en la nariz, en el pecho, en la espalda, en un brazo, una mano, un pie, etc. Y luego se infiltrará en el interior. Como una persona que trata de agarrar una anguila: cuanto más intentas agarrarla, más se te escapa en todas direcciones. Así que seguimos tratando nuestras enfermedades hasta que morimos. Algunas clases de enfermedad desaparecen tanto si las tratamos como si no. Si es una enfermedad que se va con tratamiento, entonces medícate. Si es una de esas que se va tanto si te medicas como si no, ¿Para qué preocuparte? Esto es lo que significa tener discernimiento.

La gente ignorante no sabe qué tipos de tensión deberían tratarse y cuáles no, así que desperdician su tiempo y su dinero. Por lo que respecta a las personas inteligentes, ven qué es lo que debería tratarse y lo tratan utilizando su propio discernimiento. Todas las enfermedades surgen de un desequilibrio en las propiedades físicas o a causa del kamma. Si se trata de una enfermedad que surge de las propiedades físicas, deberíamos tratarla con comida, medicamentos, etc. Si surge del kamma, debemos tratarla con la medicina del Buddha. En otras palabras, los sufrimientos y tensiones que surgen del corazón, si las tratamos con comida y medicamentos, no responderán. Tenemos que tratarlas con el Dhamma. Quienquiera que sepa manejar esto, se dice de esa persona que ha adquirido un sentido de cómo observar y diagnosticar sufrimientos y tensiones.

Si lo miramos de otra manera, veremos que el envejecimiento, la enfermedad y la muerte son simplemente las sombras de la tensión y no su misma sustancia. La gente que carece de discernimiento tratará de deshacerse de las sombras, lo cual conducirá solamente a más sufrimientos y tensiones. Esto pasa porque no están familiarizados con aquello de lo que proceden las sombras y la sustancia de la tensión. La esencia de la tensión yace en la mente. El envejecimiento, la enfermedad y la muerte son sus sombras o los efectos que se muestran a través del cuerpo. Cuando queremos matar a nuestro enemigo, si cogemos un cuchillo y tratamos de apuñalar su sombra, ¿Cómo va a morir? De la misma manera, la gente ignorante trata de destruir las sombras de la tensión y no llega a ninguna parte. Y por lo que respecta a la esencia de la tensión del corazón, no se les ocurre buscarle remedio en absoluto. Esta ignorancia suya es una de las formas de avijjā, o inconsciencia.

Por verlo de otra manera más, tanto las sombras como lo real provienen de taṇhā, la sed. Somos como una persona que ha amasado una inmensa fortuna y entonces, cuando los ladrones irrumpen en su casa, se dedica a matar a los ladrones. No ve su propia fechoría y solamente ve las fechorías de los demás. En realidad, una vez que ha apilado toda su riqueza hasta llenar su casa, a los ladrones no les queda más remedio que irrumpir en ella. De la misma manera, la gente sufre esta tensión y la odia, pero al mismo tiempo no hace el esfuerzo necesario para enderezarse.

La tensión procede de las tres formas de la sed, así que deberíamos exterminar la sed de la sensualidad, la sed de devenir y la sed de no devenir. Estas cosas se fabrican en nuestro corazón, y tenemos que conocerlas a través nuestra propia sati y discernimiento. Una vez que las hayamos contemplado hasta ver claramente, sabremos: “Esta clase de estado mental es la sed de la sensualidad; esta clase de sed es la sed de devenir; y esta otra clase es la sed de no devenir”.

La gente con discernimiento puede ver que estas cosas existen en el corazón en etapas sutiles, intermedias y obvias, igual que una persona tiene tres etapas en su vida: la juventud, la madurez y la vejez. La juventud es sed de la sensualidad. Una vez que esta sed surge en el corazón, oscila y se mueve —esto es sed de devenir— y luego toma la forma de sed de no devenir más —un sambhavesin con el cuello estirado buscando su objeto, causándose sufrimientos y tensiones a sí mismo. En otras palabras, nos acostumbramos a que nos gusten varias vistas, sonidos, olores, sabores, etc. Y entonces nos quedamos fijados en ellas, lo cual nos causa tensión. No deberíamos preocuparnos de las vistas, sonidos, etc., que provocan codicia, ira o auto-engaño (sed de sensualidad), que hacen que la mente oscile y que se zafe con conceptos (esto es sed de devenir; cuando la mente se queda atrapada en sus oscilaciones y no para de repetir sus movimientos, eso es sed de no devenir más).

Cuando adquirimos discernimiento, deberíamos destruir estas formas de sed con anulomika-ñāna, conocimiento acorde a las cuatro Verdades Nobles, sabiendo exactamente cuánto alivio y placer obtiene la mente cuando las sedes de sensualidad, de devenir y de no devenir más desaparecen por completo. Esto se llama conocer la realidad de la cesación del sufrimiento. Y por lo que respecta a la causa de la tensión y el camino que conduce a la cesación de la tensión, también los conoceremos.

A la gente ignorante le gusta viajar sentada como si corriera a la sombra de un coche —y así terminarán con las cabezas aplastadas. La gente que no se da cuenta de lo que son las sombras de la virtud, terminará cabalgando solamente sombras. Las palabras y actos son las sombras de la virtud. La virtud real está en el corazón. El corazón normalizado es la sustancia de la virtud. La sustancia de la concentración es la mente firmemente centrada en un único objeto sin ninguna interferencia de conceptos o etiquetas mentales. El lado corporal de la concentración —cuando la boca, ojos, oídos, nariz y lengua están quietos— es sólo la sombra, como cuando el cuerpo está sentado inmóvil, con la boca cerrada, con la nariz sin interés por ningún olor, con los ojos cerrados y sin ningún interés por ningún objeto, etc. Si la mente está firmemente centrada hasta el nivel de la penetración fija, entonces da igual si estamos sentados, de pie, caminando o tendidos, la mente no oscilará.

Una vez que se entrena la mente para alcanzar el nivel de la penetración fija, el discernimiento surgirá sin que tengamos que buscarlo, como una espada imperial: cuando se desenvaina para usarla, es afilada y resplandece. Cuando ya no es necesaria, se envaina de nuevo. Por esto se nos enseña,

mano-pubbaṅgamā dhammā mano-seṭṭhā mano-mayā:

La mente es la cosa más extraordinaria que hay.

La mente es la fuente del Dhamma.

Esto es lo que significa conocer la tensión, su causa, su cesación y el camino que conduce a su cesación. Ésta es la sustancia de la virtud, la concentración y el discernimiento. Quienquiera que logre hacer esto alcanzará la liberación: Nibbāna. Quienquiera que logre dar lugar al Dhamma del estudio y la práctica en su interior alcanzará el Dhamma de la consecución sin duda. Por esto se denomina sandiṭṭhiko, visible en el presente; akāliko, fructífero sin importar el momento o la estación. No dejes nunca de trabajar en ello.

Sin fechar, 1959