Llegando a casa

CUANDO CIERRAS LOS OJOS al sentarte en meditación, simplemente cierra los párpados. No trates de sellar los ojos como una persona durmiendo. Tienes que mantener los nervios ópticos despiertos y trabajando. De otra manera te pondrás a dormir.

Piensa en tu objeto de meditación interno —la respiración que entra y sale— y luego piensa en traer tu objeto externo de meditación —buddho, despierto, que es una de las virtudes del Maestro Buddha— adentro con la respiración.

Una vez que seas capaz de enfocarte confortablemente en la respiración, deja que la respiración se difunda por todo el cuerpo hasta que te sientas ligero, flexible, y en calma. A esto se le llama mantener la calidad apropiada al practicar la concentración. Mantener la mente fija de manera que no se desvíe de la respiración se llama mantener el objeto apropiado. Mantener firmemente presente la palabra de meditación sin ningún lapso se llama mantener la intención apropiada. Cuando puedas mantener la mente fija en estos tres factores componentes, podrás decir que estás practicando la meditación.

Una vez que ponemos la mente en hacer el bien de esta manera, las cosas que no son buenas —nīvaraṇa, o impedimentos— seguro que tratarán de entrar furtivamente en la mente. Si llamamos a los impedimentos por su nombre, hay cinco de ellos. Pero aquí no vamos a hablar de sus nombres; solamente de lo que son: (1) los Impedimentos son cosas que contaminan y adulteran la mente; (2) vuelven la mente oscura y lóbrega; y (3) son obstáculos que impiden que la mente se quede firmemente anclada a los factores componentes de la meditación.

Los Impedimentos vienen de objetos o temas externos, y los objetos o temas externos surgen porque nuestro propósito interno es débil. Decir que nuestro propósito interno es débil significa que nuestra mente no se queda firmemente anclada a su objeto. Como dejar un cucharón flotando en un barril de agua: si no tiene ningún peso que lo sumerja, acabará oscilando y volcándose. El vaivén de la mente es lo que crea una apertura para que los diversos impedimentos lleguen a entrar en masa y hacer que la mente pierda el equilibrio.

Deberíamos hacernos conscientes de que cuando la mente comienza a volcarse, puede volcarse en cualquiera de estas dos direcciones. (1) Puede ir hacia pensamientos del pasado, cosas que sucedieron hace dos horas, o incluso remontarse tiempo atrás a nuestra primera respiración. Distracciones de este tipo pueden tener dos tipos de significados para nosotros: o bien tratan sobre cosas temporales —nuestros propios asuntos o los de otros, buenos o malos— o bien tratan del Dhamma, cosas buenas o malas que han pasado y que hemos notado. (2) O si no, nuestra mente puede volcarse hacia pensamientos del futuro, que son la misma clase de cosas —nuestros propios asuntos o los de otros, tratando del mundo o del Dhamma, buenos o malos.

Cuando nuestra mente empieza a ir a la deriva de esta manera, acabaremos recibiendo uno de dos tipos de resultados: contento o descontento, estados de ánimo que gratifican tanto el placer sensual como la auto-aflicción. Por esta razón, debemos de mantener las bridas en la mente constantemente y traerla al presente para que estos impedimentos no puedan infiltrarse. Pero aún así la mente no está realmente en equilibrio. Aún es propensa a oscilar en cierto grado. Pero esta oscilación no es realmente mala (si sabemos cómo usarla, no está mal; si no, sí) porque la mente, cuando divaga, está buscando un lugar donde quedarse. En pāli, esto se llama sambhavesin. Así que nos enseñan a encontrar un tema de meditación que actúe como un punto focal para la mente, de la misma manera que una pantalla de cine actúa como un reflector de imágenes para que aparezcan nítidas y claras. Esto es contener las preocupaciones externas para que no entren.

En otras palabras, nos enseñan a meditar enfocando la mente en un lugar, en la respiración. Cuando pensamos en la respiración, se llama vitakka —como cuando pensamos bud- adentro y -dho afuera, como estamos haciendo justo ahora. Por lo que respecta a la vacilación de la mente, se llama vicāra, o evaluación. Cuando añadimos vicāraal conjunto, podemos dejar correr parte de vitakka. En otras palabras, dejar de repetir buddho y empezar a observar en qué medida afecta al cuerpo cada respiración que entra y sale. Cuando espiras ¿Se siente fácil y natural? Cuando inspiras ¿Se siente cómodo? Si no, mejóralo.

Cuando dirigimos la mente de esta manera, no tenemos que usar buddho. La respiración que entra permeará y se diseminará a lo largo de todo el cuerpo, junto con nuestra sensación de sati y vigilancia. Cuando dejamos correr parte de vitakka—como cuando dejamos de repetir buddho y sólo queda el acto de seguir el hilo de la respiración— el acto de evaluar aumenta. La vacilación de la mente se vuelve parte de nuestra concentración. Los objetos o temas exteriores se aquietan. “Aquietarse” no significa que nuestros oídos se vuelvan sordos. Aquietarse significa que no agitamos la mente para salir tras objetos externos, ni pasados ni futuros. La dejamos permanecer únicamente en el presente.

Cuando la mente está centrada de esta manera, desarrolla sensibilidad y conocimiento. Este conocimiento no es del tipo que proviene de estudiar o de los libros. Proviene del hacer. Es como cuando hacemos azulejos. Cuando empezamos sólo sabemos mezclar el barro con la arena y hacer simples ladrillos planos. Pero si no dejamos de hacerlos, comenzaremos a saber más: cómo hacerlos atractivos, cómo hacerlos fuertes, duraderos y que no salgan quebradizos. Y luego pensaremos cómo hacerlos de diferentes colores y diferentes formas. Según vayamos haciéndolos mejor y más atractivos, los objetos que hagamos se convertirán a su vez en nuestros maestros.

Es lo mismo cuando nos enfocamos en la respiración. Mientras observamos continuamente cómo fluye la respiración, llegaremos a saber cómo es la respiración que entra; si es o no es cómoda; cómo inspirar para sentirnos cómodos; cómo espirar para sentirnos cómodos; qué manera de respirar nos pone tensos y constreñidos; qué manera de respirar nos hace sentir cansados —porque la respiración tiene hasta cuatro variedades. Algunas veces viene como inspiración y espiración largas, otras veces como inspiración larga y espiración corta, otras veces como inspiración corta y espiración larga, y otras veces como inspiración y espiración cortas. Así que deberíamos observar cada uno de estos tipos de respiración cuando fluyen en el cuerpo para ver lo mucho que benefician al corazón, pulmones y otras partes del cuerpo.

Cuando seguimos supervisando y evaluando de esta manera, la sati y la vigilancia se harán cargo en nuestro interior. La concentración surgirá, el discernimiento surgirá y la conciencia surgirá en nosotros. Una persona que desarrolle esta clase de habilidades podrá incluso llegar a ser capaz de respirar sin usar la nariz, respirando a través de los ojos o de los oídos. Pero cuando estamos comenzando, tenemos que utilizar la respiración a través de la nariz porque es la respiración obvia. Primero tenemos que aprender cómo observar la respiración obvia, antes de que podamos ser conscientes de otras sensaciones respiratorias más refinadas en el cuerpo.

La energía de la respiración en el cuerpo, tomada como un todo, es de cinco tipos. (1) La “respiración viajera” (āgantuka-vāyas) entrando y saliendo continuamente. (2) La energía respiratoria que permanece dentro del cuerpo pero que puede extenderse hacia varias partes del mismo. (3) La energía respiratoria que gira alrededor de sí misma en un lugar. (4) La energía de respiración que se mueve y que puede fluir entre polos. (5) La energía respiratoria que nutre los nervios y los vasos sanguíneos a través de todo el cuerpo.

Una vez que conocemos las distintas clases de energía de la respiración, cómo utilizarlas y cómo mejorarlas de manera que sean agradables al cuerpo, desarrollaremos maestría. Nos haremos más adeptos a nuestra sensación del cuerpo. Surgirán resultados: una sensación de plenitud y satisfacción impregnando el cuerpo entero, igual que el queroseno impregna cada hebra del tejido de una lámpara Coleman, causando que desprenda un brillo blanco deslumbrante.

Vitakkaes como poner arena en un cedazo. Vicāraes como agitar la arena. Cuando ponemos la arena en el cedazo, aún es tosca y está aglomerada. Pero según la vamos agitando, la arena se volverá más y más refinada hasta que no tendremos otra cosa que partículas finas. Así es cuando fijamos la mente en la respiración. En los primeros estadios, la respiración aún es tosca, pero mientras vamos usando más y más vitakkayvicāra, la respiración se va refinando hasta que permea cada poro. Oḷārika-rūpa: todo tipo de sensaciones confortables surgirán —una sensación de ligereza, espaciosidad, respiro, libertad de dolores y malestares, etc. —y no sentiremos otra cosa que frescor y placer en el sentido del Dhamma, constantemente fresco y relajado. Sukhumāla-rūpa: esta sensación de placer aparecerá en forma de partículas diminutas, como la neblina de átomos que forma el aire pero que no se puede ver a simple vista. Pero aunque nos sintamos cómodos y relajados en este punto, esta neblina de placer empapando el cuerpo puede formar un lugar de nacimiento para la mente, de manera que no podremos decir que estamos más allá de la tensión y el dolor.

Ésta es una de las formas de conciencia que podemos desarrollar en concentración. Quienquiera que la desarrolle dará lugar a una sensación de frescor interno: una sensación de ligereza, como una borla de algodón. Esta ligereza es poderosa en todo tipo de formas. Hīnaṁ vā: la sensación evidente del cuerpo desaparecerá —paṇītaṁ vā— y se transformará en una sensación más refinada del cuerpo, sutil y hermosa.

La belleza aquí no es del tipo que viene del arte o de la decoración. Es belleza en el sentido de que es brillante, clara, y fresca. Refrescante. Calmante. Pacífica. Estas cualidades darán lugar a una sensación de esplendor dentro del cuerpo, llamada sobhaṇa, una sensación de plenitud y euforia que llena cada parte del cuerpo. Las propiedades de tierra, agua, fuego y viento en el cuerpo están todas balanceadas y plenas. El cuerpo parece hermoso, pero repito, no hermoso en el sentido del arte. Todo esto se llama paṇīta-rūpa.

Cuando el cuerpo experimenta este grado de plenitud y compleción, las cuatro propiedades elementales se vuelven maduras y responsables en sus propias esferas, y pueden denominarse mahābhūta-rūpa. La tierra es responsable de sus propios asuntos de la tierra, el agua de sus propios asuntos del agua, el viento de sus propios asuntos del viento, y el fuego de sus propios asuntos del fuego. Cuando las cuatro propiedades llegan a ser más responsables y maduras en sus propias responsabilidades, esto se llama oḷārika-rūpa. Las propiedades del espacio y la conciencia también se vuelven maduras. Es como si todas ellas se convirtieran en adultos maduros. La naturaleza de los adultos maduros, cuando conviven juntos, es que apenas se pelean o discuten. Los niños, cuando viven con otros niños, tienden a reñir todo el tiempo. De manera que cuando las seis propiedades están maduras, la tierra no se peleará con el agua, el agua no se peleará con el viento, el viento no se peleará con el fuego, el fuego no se peleará con el espacio, y el espacio no se peleará con la conciencia. Todos vivirán en armonía y unidad.

Esto es lo que significa ekāyano ayaṁ maggo sattānaṁ visuddhiyā:éste es el camino unificado para la purificación de los seres. Las cuatro propiedades físicas maduran en el sentido unificado del cuerpo, cuatro en uno. Cuando la mente entra en este camino unificado, es capaz de llegar a estar bien familiarizada con los asuntos del cuerpo. Llega a sentir que su cuerpo es como su hijo; la mente es como un padre. Cuando los padres vean que su niño ha crecido y madurado, llegarán a sentirse orgullosos. Y cuando vean que su niño puede cuidarse por sí mismo, pueden soltar la carga de tener que cuidarlo. (En este punto ya no hay necesidad de hablar más de los impedimentos, debido a que la mente en este punto ya está firmemente centrada. Los impedimentos no tienen manera de entrar.)

Cuando la mente pueda dejar correr el cuerpo de esta manera, sentiremos un brillo interno tanto en el cuerpo como en la mente, un brillo en el sentido de un calmado placer completamente diferente a cualquier otro placer del mundo —es decir, el cuerpo se siente relajado y en calma, sin dolores ni fatiga— y un brillo también en el sentido de resplandor. Por lo que respecta a la mente, ésta siente el brillo de una sensación descansada de calma y el brillo de un resplandor interno. Este brillo calmado es la esencia del valor interno (puñña). Es como el vapor de agua que se desprende de los objetos congelados y que se acumula formando nubes que caerán como lluvia o que ascenderán y flotarán libres en las alturas. En el mismo sentido, esta sensación fresca de calma explota en una neblina de resplandor. Las propiedades de tierra, agua, viento, fuego, espacio y conciencia se transforman todas en una neblina. Aquí es donde surge el “séxtuple resplandor” (chabbaṇṇa-raṅsī).

La sensación del cuerpo parecerá radiante y brillante como un durazno maduro. El poder de este brillo se llama la luz del Dhamma (dhammo padīpo). Cuando hemos desarrollado esta cualidad, el cuerpo está seguro y la mente ampliamente despierta. Una neblina de resplandor —un poder— aparece en nuestro interior. Este resplandor, a medida que se vuelve más y más poderoso, es donde aparecerá la clara-visión liberadora: el modo de conocer las cuatro Verdades Nobles. A medida que este sentido de intuición se fortalece, se convertirá en conocimiento y conciencia: un conocimiento que no hemos aprendido de nadie, pero que hemos adquirido de la práctica.

Quienquiera que pueda hacer esto, encontrará que la mente logra las virtudes del Buddha, Dhamma y Sangha, las cuales entrarán a lavar el corazón. De tal persona se puede decir que ha conseguido verdaderamente el refugio del Buddha, el Dhamma y el Sangha. Quienquiera que lo logre, aunque solamente sea esto, es capaz de alcanzar el Despertar sin tener que hacer mucho más de cualquier otra cosa. Si somos cuidadosos, circunspectos, persistentes, repletos de sati y discernientes, seremos capaces de abrir nuestros ojos y oídos para poder saber todo tipo de cosas —y tal vez no tengamos que renacer para regresar y practicar la concentración de nuevo. Pero si somos complacientes —descuidados, inatentos y vagos— tendremos que regresar y pasar por la práctica de nuevo otra vez.

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Practicamos la concentración para quitarnos los impedimentos del corazón. Cuando los impedimentos están absolutamente tranquilos, la mente puede alcanzar vihāra-dhamma —la cualidad interna que puede formar su hogar. Entonces seremos capaces de obtener la libertad completa de los impedimentos. Nuestros estados futuros de renacimiento no serán más bajos que el nivel humano. No estaremos obligados a renacer en los cuatro reinos de la privación (apāya). Una vez que la mente alcance su hogar interno, será capaz de levantarse por si misma al nivel trascendente, a la corriente que lleva a Nibbāna. Si no somos vagos ni complacientes, si somos perseverantes en nuestra meditación, seremos capaces de obtener la liberación del nivel mundano. Si nuestra mente obtiene la cualidad de la entrada-en-la-corriente, jamás tendremos que volver a nacer en los reinos de la privación.

Los que han entrado-en-la-corriente, si tuviéramos que explicarlo en términos realmente simples, son personas cuyas mentes son certeras y seguras, pero que aún tienen algunas formas de pensamientos chapuceros, de mala calidad —aunque jamás dejarían que se mostrara la chapuza en sus acciones. Por lo que respecta a la gente vulgar y corriente, a la que tiene un pensamiento chapucero, seguro que aparece en sus palabras y acciones —matar, robar, etc. Aunque los que han entrado-en-la-corriente pueden tener ciertas formas de chapuza, no hacen chapuzas para nada, como una persona que está enfadada y tiene un machete en la mano, pero que no lo usará para cortar la cabeza de nadie.

La gente ordinaria generalmente no puede decir que No a sus impurezas. Generalmente tienen que actuar de acuerdo a sus impurezas cuando emergen. Por ejemplo, cuando sienten rabia no la pueden controlar. No pueden ocultarla, hasta tal punto que pueden realmente llegar a ser desagradables y hacer cosas que pueden ir directamente en contra de la moralidad. Los que han entrado-en-la-corriente, aunque tengan impurezas, son capaces de decirles que No. ¿Por qué? Porque tienen la disciplina de la sati fijada en su interior, y pueden distinguir lo correcto de lo equivocado.

Cuando la mente vacila en una buena dirección, son conscientes de ello. Cuando ondea en una mala dirección, son conscientes de ello. Ellos ven, oyen, huelen aromas, degustan sabores, sienten sensaciones táctiles igual que la gente ordinaria, pero no dejan que estas cosas se adentren en el corazón. Tienen un autocontrol que les permite enfrentarse a sus impurezas, como una persona que es capaz de llevar un tazón lleno de agua mientras corre, sin derramar una sola gota. Aún cuando los que han entrado-en-la-corriente puedan “andar en bicicleta” —por ejemplo, sentarse, estar de pie, caminar, acostarse, hablar, pensar, comer, abrir o cerrar los ojos— la cualidad permanente de sus corazones nunca se derrumba. Ésta es una cualidad que nunca desaparece, aunque puede vacilar algunas veces. Esta vacilación es la que puede causar que renazcan. Pero aunque puedan renacer, renacerán en buenos estados de ser, como humanos o seres celestiales.

En cuanto a la gente ordinaria, ellos renacen al azar y lo siguen haciendo una y otra vez. Los que han entrado-en-la-corriente, sin embargo, entienden el nacimiento. Aunque experimenten el nacimiento, dejan que se disipe. En otras palabras, los impulsos chapuceros no les sirven. Responden débilmente a estos impulsos y fuertemente a impulsos buenos. La gente ordinaria responde fuertemente a los malos impulsos y débilmente a los buenos. Por ejemplo, una persona que decide ir a hacer el bien a un monasterio —si alguien entonces se ríe de ella, diciéndole que la gente va al monasterio porque es anticuada o ha tocado fondo— se le quitarán las ganas de ir. Y aunque otras personas traten de convencerle de hacer el bien, ya casi no responderá. Esto es porque el nivel de su mente se ha desplomado.

En cuanto a los que han entrado-en-la-corriente, no importa cuántas veces sientan impulsos chapuceros, la bondad de Nibbānaactúa como un imán en sus corazones. Esto es lo que los impulsa a seguir practicando hasta llegar al punto final. Cuando alcanzan el punto final, ya no puede haber más nacimiento, no más envejecimiento, no más enfermedad, no más muerte. Las sensaciones paran, los sentimientos paran, los conceptos paran, las fabricaciones paran, la conciencia para. En cuanto a las seis propiedades, también paran. La tierra para, el agua para, el viento para, el fuego para, el espacio para, la conciencia para. Las propiedades, los khandhas, y todos los medios sensoriales paran. Ya no hay concepto que etiquete a ninguno de los khandhas. Las etiquetas mentales son los medios que permiten que los khandhasentren. Cuando las etiquetas mentales paran, no queda nadie corriendo. Y cuando todos se han detenido, ya no hay codazos ni empujones, choques ni conversaciones. El corazón se cuida por sí solo de acuerdo a sus deberes.

En cuanto a las propiedades, los khandhasy los medios sensoriales, cada uno queda a cargo de su propia área, cada uno queda a cargo de sus propios asuntos. No hay irrupciones en la propiedad de nadie. Y una vez que no hay irrupciones, ¿Qué problemas puede haber? Como un fósforo que se deja sólo en una caja de fósforos: ¿Qué fuegos puede causar? Mientras su cabeza no se frote en nada abrasivo, el fuego no tendrá oportunidad de aparecer. Esto no quiere decir que no haya fuego en el fósforo. Está como siempre estuvo, pero mientras no se aferre a ningún combustible, no se inflamará.

Lo mismo es cierto de una mente que ya no se aferra a las impurezas. Esto es lo que se quiere decir con Nibbāna. Es el bien último, el último objetivo de la religión, y también nuestro propio último objetivo. Si no progresamos en el triple entrenamiento —virtud, concentración y discernimiento— no tendremos ninguna oportunidad de alcanzar lo último. Pero si reunimos estas prácticas en nuestro interior y avanzamos en ellas, nuestras mentes desarrollarán el conocimiento y la conciencia capaces de impulsarnos hacia un lugar avanzado, Nibbāna.

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Los discípulos nobles son como las personas que se dan cuenta de que el agua de lluvia es el vapor que el calor absorbe del agua salada del océano, y que después cae en forma de lluvia —y por lo tanto, el agua de lluvia es agua del océano y el agua del océano es agua de lluvia. La gente ordinaria es gente que no sabe de dónde proviene el agua de lluvia. Asumen que el agua de lluvia está allá arriba en el cielo e ignorantemente esperan beber nada más que agua de lluvia. Y si no llega el agua, seguro que morirán. La razón de su ignorancia es su propia estupidez. No saben suficiente como para buscar nuevos recursos —las cualidades de los nobles— de modo que tienen que recoger siempre las mismas cosas de siempre para comer una y otra vez. Se quedan girando en el ciclo del renacimiento de esta manera, sin saber cómo salir de esta masa de tensión y sufrimiento. Son como la hormiga roja que no deja de buscar la salida del borde de un canasto —cuya circunferencia no es ni de dos metros— y todo porque no se da cuenta que el borde de la tapa es curvo. Ésta es la razón de que sigamos experimentando el nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte sin fin.

En cuanto a los nobles, ellos ven que todo en el mundo es lo mismo una y otra vez. Riqueza y pobreza, bueno y malo, placer y dolor, alabanza y censura, etc., estas cosas cambian de lugar en círculos. Éste es el ciclo de la impureza, que confunde a la gente ignorante. El mundo en sí gira —domingo, lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado, y de vuelta otra vez al viejo domingo. Enero, febrero, marzo, abril, mayo, etc., hasta noviembre y diciembre y luego enero otra vez. El año de la rata, del buey, del tigre, hasta el año del puerco y otra vez al mismo viejo año de la rata, una y otra vez. Todo es así, la noche sigue al día, el día sigue a la noche. El anochecer no es seguro: nuestro día es la noche de otras personas, su día es nuestra noche. Las cosas siguen cambiando así. Esto se llama la rueda del mundo, que causa discusiones y disputas entre la gente con sólo un conocimiento parcial.

Cuando los nobles lo ven de esta manera, desarrollan un sentido de desapasionamiento y no quieren volver a nacer jamás en un mundo de nuevo —pues existen todo tipo de mundos. Algunos mundos no tienen más que frío; otros, nada más que calor —los seres vivos no pueden nacer en ellos. Algunos sólo tienen luz del sol; otros, solamente luz de luna; y aún otros, ni luz de sol ni luz de luna. Esto es lo que quiere decir lokavidū.

Por esta razón, una vez que hayamos aprendido esto, deberíamos tomarlo en consideración cuidadosamente. Aquello que veamos como digno de creerse, debemos utilizarlo para entrenar nuestros corazones para que los caminos y sus frutos emerjan en nosotros. No seas desatento o complaciente en las cosas que hagas, pues la vida es como el rocío en la hierba. En cuanto lo toca la luz del sol, se desvanece enseguida sin dejar huella.

Nosotros morimos en cada respiración que entra y sale. Si somos aun mínimamente desatentos, seguramente moriremos, pues la muerte es algo que sucede muy fácilmente. Acecha esperándonos a cada momento. Algunas personas mueren por dormir mucho, o comer mucho, o comer poco; de tener demasiado frío, demasiado calor, de ser demasiado felices, demasiado tristes. Algunas personas mueren de dolor, algunas mueren sin dolor. Algunas veces aún estando simplemente sentados podemos morir. Mira que la muerte te tiene rodeado por todos lados —y por lo tanto sé sincero al desarrollar tanto bien como puedas, tanto en el área del mundo como en el Dhamma.

22 de septiembre de 1956