Hasta una semana después el joven no pudo ver a la siguiente persona de la lista. Ruth Moses le explicó por teléfono que era estudiante de Arqueología y que debido a un viaje de estudios estaría ausente durante unos días, pero que con gusto lo vería a su regreso.
Al llegar fue recibido por una señora mayor de rostro agradable, vestida con una falda rosa y un delantal blanco de algodón.
– ¡Hola! –dijo el joven. Vengo a ver a Ruth Moses.
– ¡Hola! dijo sonriente la señora, pase, por favor.
La anciana lo llevó al salón.
– Póngase cómodo. Tengo agua al fuego, ¿quiere tomar un té? Hay Earl Grey, café descafeinado y diversos tés de hierbas, camomila, menta, naranja...
– Un té de menta, muchas gracias –respondió el joven.
Tras unos momentos la señora volvió con una bandeja en la que habían dos tazas, un cacharro con agua hirviendo, tés de diversos tipos, una jarra de miel y un plato con galletas caseras. Se sentó frente al joven y comenzó a servir el té.
– Me intrigó mucho su llamada. Dígame, ¿de qué se trata?
El joven se mostró perplejo.
– Perdone... ¿Es usted Ruth Moses?
– ¡Por supuesto! –sonrío la anciana. ¿Quién creía usted que era?
– No se... pero como me dijo usted por teléfono que era estudiante...
– Y lo soy. En la actualidad estoy preparando mi licenciatura en Arqueología. Si Dios quiere, el año próximo estaré haciendo el doctorado. ¿Quiere usted un poco de miel?
– No, gracias.
Le pasó una taza de té y le ofreció galletas.
– ¿No bromea?
– ¿Sobre qué?
– ¿Realmente es usted estudiante? –insistió el joven.
– Sí, por supuesto –sonrió la Sra. Moses.
– Perdóneme –dijo el joven, tratando de que su sorpresa no resultara ofensiva. Es sólo que, después de hablar con usted por teléfono, pensé que era una joven estudiante.
– Soy una joven estudiante –insistió la Sra. Moses con una sonrisa –, ¡joven de ochenta y dos años, para ser exactos!
El joven sonrió.
– ¿En qué puedo servirle? –preguntó la Sra. Moses.
El joven procedió a contarle su encuentro con el anciano chino.
– Mire esto –dijo la Sra. Moses mientras le tendía una fotografía.
– ¿Quien es? –preguntó el joven mientras miraba la foto que, en blanco y negro, mostraba a una señora muy anciana, casi acabada, que se apoyaba sobre un bastón –¿su madre?
– No. Soy yo, o mejor dicho, era yo... hace 20 años.
El joven miró la foto con más detenimiento y pudo ver un cierto parecido en la estructura ósea, en la línea del cabello y la forma de la boca, por lo demás había muy pocos datos que sugirieran que la anciana de la foto era la misma persona que estaba sentada ante él.
– Parece que en lugar de envejecer ha estado usted rejuveneciendo desde que le tomaron esta foto. ¿Qué ocurrió? ¿Cómo lo hizo?
– Encontré a alguien que cambió mi vida... ¡un anciano chino! Poco después de jubilarme, hace unos 20 años, comencé a sentirme vieja por primera vez. En la noche me era muy difícil conciliar el sueño y durante el día estaba cansada todo el tiempo. Comencé a perder la memoria y el poder de concentración y a tener las extremidades torpes y pesadas. Como podrá imaginar, me sentí desgraciada, pero un día todo cambió de repente. Me hallaba esperando al autobús y junto a mí había un anciano chino que llevaba una mochila a su espalda.
El anciano me sonrío, por lo que yo le sonreí también y comenzamos a hablar. Me dijo que estaba dando la vuelta al mundo. No lo creí. ¿Cómo era posible que una persona de su edad tuviera la fuerza y la energía necesarias para viajar por todo el mundo con una mochila a la espalda? Le hice esta misma pregunta y me respondió riendo: “Somos todo lo viejos que creemos ser.” Comenzamos a hablar de lo que es la vida después de los 60 y mientras yo sólo veía problemas y dificultades, para él todo eran oportunidades y ventajas. “¿A que edad se tiene más experiencia y sabiduría?”, me dijo. Y luego me preguntó algo que yo nunca había considerado: “Por haber vivido más tiempo... ¿tiene que ser la vida peor? En todo caso tendría que ser mucho mejor, ¡pues se tiene más práctica!”
Al hablar aquél día con el anciano chino me di cuenta de la gran verdad que encierra el proverbio que dice: “El hombre es como él cree que es.” Lo que hace a una persona anciana no es su edad, sino su mente. Disfruté tanto de la conversación con el chino que dejé pasar al menos cuatro autobuses. Los Secretos de la Abundante Felicidad me cautivaron. Secretos mediante los cuales, cualquiera, sin importar su edad, sus creencias o su color, puede crear felicidad en su vida. Los secretos me dieron una nueva perspectiva de la vida. Fue como nacer de nuevo. Como si todo hubiera pasado de ser en blanco y negro a brillar con los colores más maravillosos. Por supuesto, nada había cambiado. Sólo yo. Y lo que para mí resultó más valioso de todo fue... el poder de la propia imagen.
– ¿La propia imagen?
– Sí. La forma en la que usted se ve a sí mismo, sus creencias sobre usted mismo. Uno de los motivos por los que mucha gente es infeliz, es que no están contentas con ellos mismos. ¿Puede usted creer que mucha gente no se gusta a sí misma? Son muchas las personas que crecen llenas de complejos. Algunas veces son cosas físicas como “Tengo la nariz demasiado grande” o “soy feo” o “demasiado joven” o “demasiado viejo.” Otras veces los complejos son intelectuales como “soy menos inteligente que los demás,” y otras veces creen que tienen defectos de personalidad como “no tengo sentido del humor” o “soy aburrido.” Pero, cualquiera que sea el motivo, si uno no es feliz consigo mismo, ¿cómo podrá ser feliz con la vida?
El joven pensó inmediatamente en sus propios complejos, y tenía bastantes.
– ¿De dónde proceden todos esos complejos? –preguntó.
– De experiencias pasadas. Generalmente de la infancia. Recuerdo que un hombre me dijo una vez, “Cuando crecí adopté la forma de hablar de mi padre, las posturas de mi padre, las opiniones de mi padre... ¡y el odio que mi madre sentía por mi padre!”
Nuestras impresiones sobre nosotros mismos se forman durante la infancia. En un principio no sabemos quien somos ni qué deberíamos ser, hasta que lo aprendemos de quienes nos rodean, que son mayores, tienen más conocimientos y se supone que nos quieren.
Le voy a dar un ejemplo. Jimmy va de la escuela a su casa. Le han dado las notas y son bastante malas. Por el camino se pregunta a sí mismo: “¿Por qué he sacado unas notas tan malas? ¿Será que veo demasiado tiempo la televisión? ¿Que no he estudiado lo suficiente? ¿Que soy torpe? ¿O simplemente un poco vago? Al llegar se las entrega a su padre. El padre las mira y dice, “Bueno, una cosa está clara, ¡por lo menos no las has falsificado!” Pero luego a medida que va leyendo las observaciones de los maestros se va poniendo de mal humor y finalmente le dice: “¡El problema Jimmy, es que eres tonto, que no te esfuerzas bastante, eres torpe y vago!”
Ahora a Jimmy ya no le queda ninguna duda sobre sí mismo. Sabe que es tonto, torpe y vago y este conocimiento lo lleva consigo durante el resto de su vida. Cada vez que se tiene que enfrentar a un obstáculo se dice a sí mismo, “No voy a poder porque soy torpe y vago”. Así evita los obstáculos, se siente inferior a los demás y lamenta ser él mismo.
– ¿Y cómo puede uno librarse de esos complejos y opiniones negativas?
– ¡Buena pregunta! Lo primero es hacernos a nosotros mismos una de las preguntas más importantes que se pueden hacer: “¿Quién soy yo? o ¿Qué soy yo?”
– ¿Por qué?
– Porque la respuesta a esta pregunta nos hará apreciar lo especiales que somos. Por ejemplo, ¿sabía usted que cuando su padre y su madre tuvieron relaciones, la posibilidad de que usted naciera era una entre 300.000 billones?
En su lugar pudieron haber nacido 300.000 billones de personas distintas, sin embargo, ¡nació usted! Y no sólo eso, sino que en toda la historia del mundo, nunca ha habido una persona exactamente igual que usted.
– La siguiente pregunta que nos tenemos que hacer es: ¿Cuales son mis opiniones sobre mí mismo?
– Algo así como, “¿Soy tonto o estúpido?” –la interrumpió el joven.
– Sí. Y luego razonar, ¿Cómo sé que eso es verdad? ¿Llegó usted a esa conclusión por lo que alguien hizo o dijo, o sabe usted positivamente que esa es la verdad? La mayor parte del tiempo basamos nuestras opiniones sobre nosotros mismos en los demás. Los demás son una especie de espejos psicológicos nuestros, pero déjeme enseñarle algo.
La Sra. Moses sacó unos espejos de un cajón. Sostuvo cada uno de ellos frente al joven para que él se viera a sí mismo. Eran espejos curvos, como los que hay en las ferias, aunque en pequeño. Las imágenes que reflejaban estaban muy distorsionadas, en algunos de ellos el joven apenas se podía reconocer a sí mismo. Uno hacía su cabeza casi de un metro de larga, en otro sus orejas parecían alas y en otro parecía el hombre más gordo del mundo. El joven rió.
– ¿Cual de ellas es como usted? –preguntó la Sra. Moses.
– Ninguna –respondió el joven.
– ¿Cómo lo sabe?
– Porque son espejos de broma. La imagen que reflejan no es la realidad.
– Por supuesto. Pero, ¿qué habría ocurrido si usted nunca antes hubiese visto una imagen suya? Sin duda al verse reflejado por estos espejos se habría horrorizado.
Afortunadamente, usted sabe cual es su apariencia física porque ya se ha visto muchas veces en otros espejos que no están alterados como estos. Pero, ¿ha visto usted alguna vez una auténtica imagen psicológica suya? Ve usted, existen espejos que nos reflejan nuestro aspecto físico pero no hay espejos que nos muestren nuestra apariencia psicológica. En lugar de ello nos basamos en las reacciones de otras personas, para a través de ellas, deducir cómo somos en nuestro interior. Si le dicen que es usted egoísta, tal vez pensará usted que es egoísta. Y del mismo modo, si alguien le dice que usted es estúpido, podrá también creerlo. Los demás son espejos en los que nos vemos, sí, pero espejos distorsionados. Tienen sus propios prejuicios que distorsionan la imagen de usted.
El mayor error que puede usted cometer en la vida es basarse en los demás para averiguar quién es realmente. Cuando un padre o un maestro le dice a un niño: “eres malo” o “eres egoísta” o “vago” o “estúpido,” le están creando a ese niño imágenes negativas –y falsas. Es muy posible que el niño haya hecho o dicho algo que sea malo, egoísta, vago o estúpido pero ese fue el comportamiento del niño, no el niño. Se trata de una diferencia sutil, pero muy importante. Es la diferencia entre decir: “Eres una niña mala” y “Es malo derramar la leche sobre la alfombra”.
No es lo mismo, ¿verdad?
¿Ha hecho usted alguna vez algo de lo que después se haya arrepentido? ¿Un tonto error, o simplemente algo estúpido?
El joven asintió con la cabeza.
– Por el simple hecho de haber cometido un error estúpido, ¿significa ello que es usted una persona estúpida?
– Ya veo lo que quiere usted decir –dijo el joven.
– Muchos confunden el comportamiento con la persona y a consecuencia de ello se forman muchas creencias negativas que no necesariamente son verdad, pero que sin embargo, las llevan consigo durante toda su vida.
El joven comenzó a tomar notas en su libreta.
– Entiendo cómo se forman las creencias y las opiniones negativas sobre nosotros mismos –dijo–, pero, una vez ya formadas, ¿cómo se puede uno librar de ellas?
– El primer paso es ser capaz de averiguar de donde procede dicha opinión negativa –dijo la Sra. Moses. Con frecuencia al ser conscientes de ello el problema desaparece por sí solo. Sin embargo, algunas creencias están tan profundamente enraizadas en la mente que para erradicarlas hace falta algo más que ser consciente de sus orígenes. En estos casos, la solución está en las “afirmaciones positivas.”
– ¿Qué son esas “afirmaciones”? –preguntó el joven.
– Una afirmación es una frase que nos decimos a nosotros mismos, ya sea en voz alta o mentalmente. Una afirmación positiva es algo así: “Soy un ser humano inteligente, amable y único.”
– ¿Cómo ayuda eso?
– Si oímos algo repetidamente –explicó la Sra. Moses –, comenzamos a creer en ello. En realidad, ese es el origen de la mayoría de nuestras creencias, oírselas una vez y otra a alguien siendo niños. La publicidad utiliza esta técnica continuamente. Crean una frase y la repiten una y otra vez en todos los medios de comunicación hasta que finalmente, la gente la cree.
– Para poder controlar su vida, es necesario antes controlar sus creencias y una forma de hacerlo es mediante las afirmaciones.
– ¿Con qué frecuencia es necesario repetir una afirmación concreta para que el subconsciente comience a creer en ella? –preguntó el joven.
– Ello dependerá del tiempo que haya usted mantenido la creencia negativa opuesta. También es muy importante decir las afirmaciones con sentimiento, como si uno creyera en ellas, y no con una voz monótona e impersonal. Yo le diría que al menos es necesario repetir cada afirmación tres veces al día, por la mañana, al mediodía y por la noche. Puede usted escribirla en una tarjeta y leerla cada vez que tenga ocasión.
Otra técnica que puede ser de gran ayuda para cambiar la imagen que uno tiene de sí mismo es actuar como si uno fuera justo lo opuesto del complejo que se tiene. Por ejemplo, si cree que es usted poco atractivo, actúe como si fuera muy atractivo. Si cree que está falto de confianza, actúe con mucha confianza.
– ¿No es eso comportarse como lo que uno no es?
– Sí. Pero algo increíble ocurre cuando uno actúa como si fuera atractivo, feliz y tuviera confianza... pronto empieza uno a sentirse atractivo, feliz y con confianza.
Quizás se lo pueda explicar mejor con un ejemplo.
Imagínese una muchacha joven que cree que es poco atractiva y que va al baile con sus amigas. Durante toda la noche permanece en un rincón donde nadie la ve y en consecuencia, no la sacan a bailar. Si esa misma chica se comportara como si fuese muy atractiva, llevando un vestido más elegante por ejemplo, se relacionaría más con los demás, al hacerlo adquiriría confianza en sí misma y ello la haría atractiva a los ojos de los otros.
O imagínese un hombre que va a dar una conferencia. Está tan nervioso que le tiemblan las rodillas. Si actuara según lo que siente se levantaría y saldría corriendo de la sala, pero sabe que tiene que hacerlo y se esfuerza por actuar como si tuviera mucha confianza en sí mismo. Tras su presentación, que parece llena de confianza, el público le aplaude y él comienza a sentir verdadera confianza. Del mismo modo, algunas veces no nos sentimos felices, pero si actuamos como si lo fuéramos y sonreímos a la gente, generalmente ellos nos sonreirán a su vez y eso hará que nos sintamos mejor.
Otra forma de mejorar la imagen que tenemos de nosotros mismos es buscar aspectos nuestros con los que estemos realmente satisfechos.
– En teoría parece una buena solución, pero, ¿cómo se puede poner en práctica? –preguntó el joven mientras seguía tomando notas.
– Muy fácil –respondió la Sr. Moses. Todo lo que tiene que hacer es preguntarse: “¿Qué es lo que me gusta de mí mismo?” o “¿Para qué soy bueno?”
– Sí, pero la respuesta puede ser, “muy poco” o incluso, “absolutamente nada” –dijo el joven.
– Uno de los rasgos más sorprendentes de la mente humana es que siempre busca una respuesta para cualquier pregunta e incluso si no hay respuesta, inventa una. La mayor parte del tiempo nos estamos haciendo preguntas negativas, “¿Por qué no soy atractivo?”. “¿Por qué soy tan tonto?”. “¿Por qué no consigo encontrar un trabajo?”. Su mente siempre encontrará una respuesta a cualquier pregunta que usted se haga sobre sí mismo, “Porque tengo la nariz demasiado grande,” “porque mi cerebro está atrofiado,” “porque valgo menos que los demás.” Por supuesto todo tonterías, pero la mente, ¡siempre encontrará una respuesta!
Si hacemos preguntas positivas, hallaremos respuestas positivas. Incluso si le resulta difícil encontrar algo que le guste de usted mismo, puede hacer la pregunta del siguiente modo: “Si hubiera algo en mí que me pudiese gustar, ¿qué sería?” Este tipo de preguntas fuerza siempre una res-puesta positiva. Otras buenas preguntas que pueden hacernos cambiar el modo en que pensamos de nosotros mismos son: “¿Qué habilidades tengo?”. “¿Qué es lo que mejor se me da?” “¿En qué podría yo aportar una ayuda efectiva?”
Las afirmaciones, el actuar como si... y las preguntas positivas, son modos sencillos y efectivos con los que podemos empezar a cambiar el modo en el que nos sentimos en relación con nosotros mismos. Por supuesto, debemos cesar de adoptar las opiniones que surjan como consecuencia de las reacciones de los demás. Hay que recordar siempre que aunque los demás son espejos nuestros, se trata de espejos distorsionados y prejuiciados.
Lo más importante que debe recordar de todo cuanto hemos hablado es esto: para criticar no es necesario tener talento, ni inteligencia ni carácter. Sólo Dios puede crear una flor, sin embargo cualquier criatura estúpida la puede romper en pedazos. Cuando los demás son bruscos y hostiles, cuando nos dicen cosas crueles y desagradables, ello es siempre un reflejo de su espíritu alterado, no un reflejo de usted. Por lo tanto no escuche a nadie que trate de decirle cómo o qué es usted, (salvo que se trate de algo positivo, por supuesto). Si yo hiciera caso de lo que me dicen, ¿cree usted que a mi edad estaría estudiando en la universidad? Si hubiera aceptado lo que los demás me decían, ¿cree usted que hubiera aprendido a esquiar a los 65 años?, ¿o a pintar a los 68? Si hubiera hecho caso a lo que me decían, en este momento probablemente estaría ya muerta, o viviendo tan sólo de recuerdos.
Me dijeron que era una locura iniciar a mi edad todas esas cosas. Muchos todavía creen que estoy un poco loca.
Tal vez lo esté, pero le diré una cosa: soy feliz con mi vida.
Una vez leí que lo más elevado que se puede lograr en esta vida es conocerse uno mismo, pues entonces se es verdaderamente libre. Libre de las limitaciones y de las restricciones que otros deseen imponernos, y libre para vivir como debemos vivir... ¡felices!
El joven se sentía inspirado.
– Parece muy sencillo y lógico, pero, ¿realmente funciona?
La Sra. Moses sonrió.
– Sólo hay un modo de averiguarlo, ¡pruébelo!
Aquella noche, antes de acostarse, el joven leyó las notas que había tomado.
El cuarto secreto de la Abundante Felicidad es: el poder la propia imagen.
Uno es como él cree que es. Si me siento infeliz con-migo mismo, toda mi vida será desgraciada. Por ello, para que mi vida sea feliz, debo estar contento conmigo mismo.
Cada persona es especial.
Los demás son un espejo nuestro, pero un espejo distorsionado.
Para vencer los complejos y las creencias negativas sobre mí mismo y crearme una imagen positiva debo:
Antes que nada averiguar cómo se forjó esa imagen y si es cierta. (Si es cierta debo decidir cambiar.)
Hacer cada día afirmaciones positivas, afirmando el tipo de persona que quiero ser.
Actuar del modo que me gustaría ser.
Preguntarme qué es lo que me gusta de mí mismo.