El Décimo Secreto: El poder de la fe

Pasó una semana antes de que el joven pudiera entrevistarse con la siguiente persona de su lista. Durante ese tiempo tuvo oportunidad de repasar y practicar algunas de las cosas que había aprendido. Hizo de la felicidad una prioridad y trató siempre de buscar los aspectos positivos de las situaciones difíciles. Comenzó también a utilizar el poder de su cuerpo, haciendo ejercicio con asiduidad y cuidando su dieta.

El secreto de vivir el momento le resultó muy práctico en el trabajo. Se dio cuenta de que avanzaba más. Hacía más trabajo que antes y mucho mejor. Además, con mucha menos tensión y menos preocupaciones. Incluso su jefe se dio cuenta de que la productividad del joven había aumentado y alabó sus esfuerzos. Cada día repetía afirmaciones positivas como ayuda para mejorar la imagen de sí mismo y también se hacía preguntas de poder cada mañana. Ahora se sentía mucho más entusiasta, con más ganas de enfrentarse a los retos del día.

Había ya utilizado la técnica de la mecedora, estableciendo las metas para toda su vida y también otras a más corto plazo. Las tenía escritas y las leía tres veces cada día para que se fueran imprimiendo en su mente. Se dio cuenta de que al tener cosas que conseguir y por las que luchar su energía y su entusiasmo eran mucho mayores.

También comenzó a tomarse a sí mismo mucho menos seriamente y a buscar conscientemente el aspecto gracioso de cualquier suceso, especialmente de las situaciones estresantes. Al mismo tiempo se aseguró de tratar a todos como si fuera la última vez que los fuera a ver, de este modo, se halló tratándolos con mucha mayor consideración que antes y ellos a su vez lo trataron a él del mismo modo. No dejó pasar la oportunidad de hacer saber a quienes le rodeaban – amigos, familia y compañeros de trabajo – cuanto los apreciaba.

Una de las cosas importantes que el joven descubrió fue que al buscar la forma de ayudar a los demás estaba difundiendo felicidad y al mismo tiempo la recibía. Se dio cuenta de que se sentía bien al hacer que otros sonrieran. La sensación de estar haciendo la vida de otra persona más agradable es muy agradable.

Por la noche adoptó la costumbre de perdonar a todos los que durante el día lo hubieran molestado. De este modo nunca más se durmió con sentimientos de amargura ni resentimiento.

No había la menor duda de que tenía mucha más energía, más entusiasmo y era más feliz de lo que nunca había sido. Ya no tenía duda de que los secretos de la Abundante Felicidad realmente funcionaban.

Se estaba preguntando a sí mismo, qué más le podría enseñar la décima persona de la lista. ¿Qué le faltaba todavía por aprender?

La Srta. June Henderson vivía en un pequeño apartamento de los suburbios, a unos kilómetros del centro de la ciudad. Era una mujer bonita, de unos cuarenta años, delgada, con cabello largo de color caoba y grandes ojos verdes.

– Entonces, ¿ha conocido usted al anciano chino?

– Sí, hace unas semanas. Apareció justo cuando se me había averiado el coche.

– Es asombroso, ¿verdad'? Cuando uno menos se lo espera, ocurre algo maravilloso.

– Sí. Supongo que sí – dijo el joven.

– Es lo que se llama el principio de la hora once. ¿Ha oído usted hablar de él?

– No – contestó el joven negando con la cabeza.

– Se trata simplemente de que al igual que la noche es generalmente más fría y más obscura cuando ya va a amanecer, muchas veces ocurre algo espectacular en el momento en el que las cosas parecen más negras.

El anciano chino siempre aparece en la hora once.

– Supongo que así es – dijo el joven.

– Cuando yo lo conocí, era muy desgraciada.

– ¿Por qué? – preguntó el joven.

– Hacía un mes que había muerto mi madre. Lo recuerdo todavía como si hubiese ocurrido ayer.

– Lo siento – dijo el joven.

– Yo tenía entonces 21 años y acabada de terminar mis estudios. El impacto que para mí tuvo su muerte fue terrible. Mi madre, pese a fumar mucho, siempre había disfrutado de muy buena salud, pero tarde o temprano eso se paga. Murió repentinamente, de un infarto, estando de vacaciones.

Un día estaba yo sentada en la terraza pensando en ella. No sé el tiempo que llevaría allí cuando de pronto sentí que no estaba sola. En el balcón del apartamento vecino había un anciano chino, nuestros ojos se encontraron y él me sonrió y me dijo “¡Hola!” Seguidamente empezamos a hablar. Todo fue muy raro. Nunca antes lo había visto pero me sentía como si nos conociéramos de mucho tiempo atrás.

El joven recordó que también él se había sentido muy bien contándole al anciano detalles íntimos de su vida, a los pocos minutos de conocerlo.

– El anciano era muy sabio y muy amable – siguió la Srta. Henderson –, parecía saber lo que me ocurría y fue él mismo quien trajo a la conversación el tema de la muerte. Me dijo que en su país la muerte es un motivo de celebración, no de pena.

– ¿Cómo puede ser un motivo de celebración el hecho de perder a un ser querido? – preguntó el joven.

– Esa misma pregunta le hice yo – dijo la Srta. Henderson –, y entonces él me explicó la regla de oro de la felicidad.

– Oh Sí. También me la dijo a mí – recordó el joven.

“Nuestros sentimientos dependen de nuestras actitudes y nuestras creencias, no de las circunstancias externas.”

– Exactamente – dijo la Srta. Henderson sonriendo. El anciano me explicó que en su país se cree que la vida comienza mucho antes de nuestro nacimiento. Este mundo es simplemente como una escuela, a la que venimos a aprender ciertas cosas y de la que nos vamos cuando ya estamos listos. De este modo, cuando alguien muere, su alma continúa el viaje. Todas las grandes religiones comparten la creencia de que, aunque el cuerpo muera, el espíritu sigue viviendo y que en otro tiempo y otro lugar nos encontraremos otra vez con nuestros seres queridos. Incluso la Biblia describe a la muerte como un “sueño” del que un día despertaremos.

La Srta. Henderson señaló una placa que colgaba de la pared, a un lado del joven.

– Encontré esas palabras en un cementerio, grabadas en la losa de un tumba que tenía más de 300 años. La placa decía:

“Existe la antigua creencia
de que en algún solemne lugar
más allá de la esfera del pesar
los seres queridos se reunirán de nuevo.”

– Para quien crea que la muerte es una separación completa y definitiva, la pérdida de un ser querido debe ser horrible. Sin embargo si pensamos que es tan sólo una separación temporal, y que el alma sigue viviendo, no es ya tan dramático.

– Pero aunque se trate tan sólo de una separación temporal, no definitiva, cualquier separación es triste ¿no cree usted? – preguntó el joven.

– Sí, incluso una separación temporal puede ser muy triste – asintió la Srta. Henderson – aunque en algunas religiones orientales se alegran cuando alguien muere pues creen que el alma del ser querido ha regresado finalmente a su verdadero hogar, que ha ido a un nivel más elevado de aprendizaje. Pero aquel día, el hecho de hablar con el anciano chino hizo mucho más que ayudarme a soportar mi pena, me hizo reconsiderar todas mis creencias.

– ¿En qué sentido? – preguntó el joven.

– Tal vez no lo crea pero yo era una persona que se preocupaba por todo. A los doce años ya me preocupaba el hecho de que ¡un día tendría que morir! ¿Se imagina‘? Me preocupaba por todo, por las cosas que había hecho o dicho, por lo que tenía que hacer, por lo que había salido mal y por lo que pudiera salir mal. Y si no tenía nada por lo que preocuparme, me preocupaba pensando que ¡debería estar preocupada por algo!

El joven la comprendía perfectamente. El mismo había pasado la mayor parte de su vida preocupado por un asunto u otro – las fechas en las que tenía que entregar un trabajo, las facturas pendientes, la salud –, siempre temía que algo pudiera no salir bien.

– Mientras estaba allí sentada, hablando con el anciano – siguió la Srta. Henderson – me di cuenta de lo insignificantes que eran la mayoría de las cosas por las que siempre me había preocupado. Ante la muerte de la persona más cercana a mí, todas las preocupaciones por las cuentas pendientes, la hipoteca, los exámenes, el trabajo... todo se había vuelto insignificante.

El anciano me habló de los secretos de la Abundante Felicidad y debo decirle que esos secretos cambiaron totalmente mi vida. Fueron una verdadera revelación. Nunca antes había pensado que yo misma era el arquitecto de mi felicidad o de mi desgracia. Por ejemplo, aprendí la importancia que tienen mis actitudes y mis creencias, el efecto de mi cuerpo sobre las emociones, el poder de una imagen propia fuerte, lo necesario que es tener unas metas y tener sentido del humor y aprendí a valorar cada día y a tratar de vivir en el momento presente. Pero el secreto que yo más necesitaba y que por ello tuvo un efecto más profundo sobre mi vida fue... el poder de la fe.

– ¿La fe? – repitió el joven. ; Qué tiene que ver la fe con la felicidad'?

– Simplemente para vivir, todos necesitamos una cierta cantidad de fe, cuanto más para ser felices – respondió la Srta. Henderson –, déjeme ponerle un ejemplo, ¿conduce usted?

– Sí.

– ¿Cómo sabe usted que puede estar tranquilo mientras va en su coche?

– Lo llevé a pasar la revisión el mes pasado.

– ¿Cómo sabe usted que el mecánico hizo debidamente su trabajo?

– No lo sé con seguridad pero...

– Es decir, que tiene usted fe en el mecánico. Y mientras va conduciendo, ¿cómo puede estar seguro de que no va a tener un accidente?

– Voy con todo cuidado – respondió el joven.

– Es decir, que tiene fe en su habilidad para conducir. Eso está bien, pero es muy posible que los otros conductores no sean tan cuidadosos, ¿no cree?

– Es posible – admitió el joven –, pero creo que la mayoría de la gente conduce con cuidado.

– Es decir, que también tiene fe en los demás conductores. ¿Se da cuenta? Tan sólo para conducir un coche necesita usted tener fe en la gente que construyó el vehículo y en quienes lo han revisado, en los demás conductores que en ese momento están en la carretera y en usted mismo. Imagínese cuánta más fe tendrá que ser necesaria para vivir, si no queremos vivir constantemente en la ansiedad y el miedo.

– Entiendo lo que quiere decir – respondió el joven.

– Pero hay una fe que es la que más necesitamos – dijo la Srta. Henderson –, y es la fe en Dios, en un Poder Superior, en la Fuerza Universal, no importa cómo le queramos llamar.

– ¿Me está usted diciendo que para ser felices necesitamos tener fe en Dios?

– No digo que no se pueda ser feliz sin tener fe en Dios, pero sí le aseguro que sin ella es muy difícil lograr una felicidad duradera. La fe es la base de la Abundante Felicidad. Imagínese dos personas que se construyen cada uno de ellos una casa. Uno construye su casa sobre la roca y el otro sobre arena. Mientras el tiempo es favorable ambos están felices con sus casas, pero en cuanto llegó la tormenta la casa que había sido construida sobre la arena se derrumbó. La fe es la roca sobre la que se construye la felicidad duradera. La fe vence a todas las adversidades y da esperanza y ánimo a aquellos que la tienen.

William James escribió: “La fe es una de las fuerzas por las que vive el hombre y la ausencia total de fe es sinónimo de colapso.” Y Mahatma Gandhi dijo en una ocasión: “Sin fe, haría ya mucho tiempo que me hubiera vuelto loco.” Sin fe en un Poder Superior, la vida se convierte en un conjunto de dudas, ansiedad y miedo. Diversos estudios psicológicos han demostrado que la gente con una fe religiosa fuerte sufre menos depresión, padece menos desórdenes relacionados con el estress y soporta mucho mejor las desgracias. Déjeme enseñarle esto.

Se levantó y tomó un libro de una estantería. Su titulo era El hombre moderno en busca de un alma por el Dr. Carl Jung.

– Escuche lo que escribió Jung:

“Entre todos mis pacientes que se hallaban ya en la segunda mitad de su vida, es decir, que habían superado los 35 años de edad, no he hallado ni uno solo cuyo problema de fondo no fuera encontrarle un sentido religioso a la vida. Puedo decir con seguridad que todos ellos se pusieron enfermos porque perdieron eso que las religiones de todas las épocas han dado a sus seguidores, y ninguno de ellos se curó realmente sin recuperar antes ese aspecto religioso.”

– Entiendo lo que usted me quiere decir, pero yo no estoy seguro de que exista un Dios – dijo el joven.

La Srta. Henderson se quedó pensando un momento.

– Si yo le dijera que el barco QE2 se fue formando durante millones de años, y que durante ese tiempo pequeños trozos de metal, de plástico y de madera se fueron uniendo con una serie de diferentes productos químicos usted pensaría que estoy loca, ¿no?

– Sí, por supuesto.

– Porque usted comprende que el Qe2 fue diseñado y construido, por lo cual alguien lo debió diseñar y construir, ¿no es así?

– Sí – respondió el joven.

– Si estudia usted el cuerpo humano hallará un diseño mucho más complejo que el del QE2. El transbordador espacial Columbia consta de más de cinco millones de piezas, sin embargo los componentes del cuerpo humano son más de un billón. Los científicos no dejan de maravillarse ante el funcionamiento de nuestro cuerpo y pese a todos los avances tecnológicos, ni siquiera un ordenador del tamaño del edificio del Empire State, sería comparable al cerebro humano. En toda la Naturaleza no vemos más que un diseño y una perfección increíbles.

– Si existe un Dios – preguntó el joven –, ¿por qué permite que haya tanta desgracia en el mundo?

– Usted me dijo que hace unas semanas era desgraciado – dijo la Srta. Henderson. ¿Por qué era usted desgraciado entonces y ahora ya no lo es?

– Porque he aprendido los secretos de la Abundante Felicidad – respondió el joven.

– O sea, que es usted quien tiene el poder de crear su propia felicidad. ¿Quién podría crear la felicidad de otro?

– Entiendo lo que quiere decir. Todos somos responsables de nuestra propia felicidad.

– Por supuesto. Y si somos desgraciados, es a causa de nuestros propios pensamientos y de nuestros propios actos. No a causa de Dios. Para mí ésta ha sido la lección más maravillosa que he aprendido de los secretos de la Abundante Felicidad: sólo hay una persona que le puede hacer feliz o desgraciado y esa persona es usted.

– Sí, supongo que así debe ser – asintió el joven.

– Finalmente, la fe es algo que tenemos que encontrar por nosotros mismos. Pero yo creo firmemente que todo aquél que busca la verdad, la encuentra. Y muchas veces, cuando más confundidos nos sentimos ocurre algo que hace vibrar nuestra alma. Un pequeño milagro, podríamos decir.

– ¿Como qué? – preguntó el joven.

– ¡Como encontrarse con un anciano chino!

Aquella noche el joven, antes de acostarse, leyó las notas que había tomado.

El décimo secreto de la abundante Felicidad es: el poder de la fe.

La fe es el fundamento de la Abundante Felicidad.

Sin fe no hay felicidad duradera.

La fe crea confianza, nos da paz mental y libera al alma de las dudas, las preocupaciones, la ansiedad y el miedo.