Dos días después, el joven se encontró con la siguiente persona de la lista en un café del centro. Ed Hansen vivía solo en un pequeño apartamento situado en la parte oriental de la ciudad. Pero no siempre había estado solo. En una época vivió en una casa con jardín y cuatro habitaciones, junto con su esposa y sus dos hijos, pero de eso hacía ya mucho tiempo. Fue antes de que comenzara a beber.
– No me puedo quejar – le decía el Sr. Hansen al joven –, ni le puedo echar la culpa a nadie más que a mí mismo. La verdad es que estoy agradecido por haber tenido una segunda oportunidad. Hace ya diez años que no bebo.
– ¿Cómo comenzó todo? – preguntó el joven.
– Hace ya muchos, muchos años. El estress y las tensiones del trabajo, las preocupaciones, la ansiedad, usted ya sabe. Una noche, después del trabajo me detuve en un bar para tomar una copa con algunos compañeros. Simplemente fueron unos vasos de vino, que me quitaron la tensión y me sentaron muy bien. De hecho me sentaron tan bien que al día siguiente volví otra vez. Cuando me quise dar cuenta estaba ya tomándome una botella de vino cada noche después del trabajo y pronto se convirtieron en dos o tres. No hizo falta mucho tiempo – unos meses tal vez – para que comenzara a beber también durante el día. Como se podrá imaginar, mi vida se hizo pedazos. En el trabajo tuve problemas y pronto me despidieron y mi mujer tomó a los niños y se fue. Incapaz de pagar los gastos de la casa, a los pocos meses la perdí. Desde entonces viví en las calles.
El relato del Sr. Hansen impresionó al joven. Nunca había conocido a nadie que hubiera vivido en las calles. Subconscientemente siempre pensó que quienes vivían de ese modo eran otro tipo de gente, diferentes a él mismo y a los demás, sin embargo el Sr. Hansen parecía muy normal. Se dio cuenta de que cualquiera que se sintiera desesperadamente infeliz y no fuera capaz de afrontar los problemas o la tensión de cada día, podía muy fácilmente caer en la misma situación.
– ¿Cómo logró enderezar su vida?
– No fue fácil. Y me ayudaron mucho. En aquel entonces jamás hubiera yo admitido que necesitaba ayuda, pero la necesitaba y de un modo desesperado. Me sentía atrapado, totalmente impotente. Una noche de invierno, el frío era tan intenso que ni siquiera el alcohol lograba disminuir el dolor que me causaba en todo el cuerpo. Pensé que finalmente iba a morir. Hacía tres días que no comía nada. Allí, acostado sobre los cartones y temblando, todo lo que podía hacer era rezar para que mi final fuera rápido y no demasiado doloroso.
Lo siguiente que recuerdo es que alguien se detuvo frente a mí. La noche era tan obscura que no pude ver de quien se trataba, pero su voz era suave y amable. Me dijo, "Ven conmigo, Ed, ya es tiempo de que dejes todo esto,” y me tendió su mano. Yo pensé que tal vez me había muerto ya, pues en el momento en que su mano me tocó, todos los dolores de mi cuerpo desaparecieron. Me llevó por algunas calles y unos minutos después nos detuvimos frente a un gran edificio. Entonces lo miré y vi que era un anciano chino. Me dio un trozo de papel y me dijo: “Aquí empieza tu nueva vida Ed, vívela bien.” Miré al papel que me acababa de entregar y cuando levanté la vista ya se había ido.
El joven ya había sospechado quien podía ser el misterioso redentor de Ed, pero ello no evitó que de pronto sintiera algo en su garganta y los ojos se le pusieran vidriosos.
– Dentro del edificio se estaba celebrando una reunión – continuó el Sr. Hansen –, una reunión de “Alcohólicos Anónimos.” Pero había calefacción y hasta mí llegaba un maravilloso aroma de café, por ello me quedé. Miré al papel que me había entregado el anciano y...
– En él había una lista de diez nombres – lo interrumpió el joven.
– Sí. Pero lo más sorprendente fue que el último nombre de la lista era el mismo que estaba escrito en la pizarra. Era precisamente la persona que estaba hablando en aquél momento, el Sr. John Mapland.
Al terminar la reunión fui hasta donde estaba el Sr. Mapland y le enseñé el papel. Entonces él puso su brazo sobre mis hombros y me dijo, “No te preocupes, Ed, aquí todos somos amigos. Si necesitas ayuda, este es el lugar adecuado, la vas a recibir.” Aquella noche comencé a vivir de nuevo, justo como me había prometido el anciano chino. Pese a mi aspecto desastrado todos fueron muy amables. Por primera vez en mucho tiempo, alguien me escuchaba sin juzgarme ni criticarme.
Desde entonces asistí a las reuniones de AA y con tiempo, fuerza de voluntad y la gracia de Dios, dejé de beber. Fui conociendo a las otras personas de la lista y ellos me enseñaron y me inspiraron a vivir de nuevo, gracias a los secretos de la Abundante Felicidad. Todos los secretos me ayudaron de algún modo pero el que realmente me salvó la vida fue... el poder de las relaciones.
– ¿Las relaciones? ¿A qué se refiere‘? – preguntó el joven.
– A las relaciones amorosas e incondicionales. Sin relaciones la vida está vacía. Después de todo, la vida se hizo para que fuese una celebración y, ¿no le parece que una fiesta en la que sólo estuviera usted, no sería muy divertida?
El ser humano es una criatura social. Necesitamos hablar, comunicarnos, sentirnos queridos y necesarios.
Todos nos necesitamos los unos a los otros. Incluso la Biblia lo dice: "No es bueno que el hombre esté solo.”
Ahora, cuando miro hacia atrás, me doy cuenta de cómo en mi lucha por tener éxito en los negocios fui perdiendo a mi familia y a mis amigos. Tal vez ese fue uno de los motivos que me impulsaron a beber.
No sé mucho, pero sí sé que nunca hubiera sido capaz de vencer mis problemas sin el apoyo y el amor de un grupo de personas, que todas ellas entendían por lo que yo estaba pasando y que me aceptaban por lo que yo era, ofreciéndome su ayuda sin pedir nada a cambio. Algunas veces en la vida, uno se encuentra en un agujero tan profundo que sencillamente es imposible salir de él por sí mismo. En esos momentos es cuando se necesita que alguien tire de uno hacia arriba.
El Sr. Hansen hizo una pequeña pausa.
– Si me preguntara usted qué lecciones he aprendido en la vida, en el primer lugar de la lista estaría esta: la calidad de nuestras vidas es la calidad de nuestras relaciones.
– ¿En qué sentido? – preguntó el joven.
– La felicidad surge, en primer lugar, de su relación con usted mismo, pero luego, del amor y de la amistad que contengan sus relaciones con los demás. ¿Qué placer puede uno obtener si se ve obligado a hacerlo todo solo?
– Es cierto – dijo el joven –, el año pasado fui solo de vacaciones a las islas Seychelles y, aunque resultó maravilloso, faltó algo. No fue lo mismo que si hubiera tenido alguien con quien compartir todo.
– Exactamente – dijo el Sr. Hansen –, el hecho de tener al lado a otras personas a quienes se aprecia, hace que las experiencias buenas sean todavía mejores pero también hace que los momentos difíciles sean menos duros. ¿No ha notado usted que automáticamente se siente mejor después de haber contado a alguien sus problemas? Posiblemente no le den ningún consejo ni ningún tipo de ayuda tangible y usted siga con sus problemas, pero de algún modo, no se sentirá ya tan mal.
El joven asintió. En muchas ocasiones había comentado sus problemas a un amigo sintiéndose después mucho mejor.
– Pero algo de lo que tal vez no se haya dado usted cuenta – continuó el Sr. Hansen –, es de que tendemos a sentir más ansiedad, más preocupación y a deprimirnos y sentirnos más infelices cuando mantenemos nuestros problemas para nosotros mismos. Si nos guardamos los problemas para nosotros solos es muy posible que los veamos cada vez más grandes hasta que finalmente nos sintamos abrumados e impotentes ante ellos. El viejo dicho de que “dos cabezas son mejor que una” es totalmente cierto, no porque se dispone del doble de capacidad mental para aplicarla a la solución del problema, sino que por el simple hecho de compartir un problema, nos quedamos ya sólo con la mitad de él. Como dijo Lord Byron:
Todo lo que trae alegría debe compartirse, la felicidad nació gemela.
Al joven le parecía todo bastante lógico. El siempre se había guardado sus problemas para sí. Aunque tenía una familia y buenos amigos, muy raramente trataba sus problemas con ellos. La verdad es que nunca le había resultado fácil desarrollar una relación.
– Todo eso está muy bien y lo entiendo perfectamente – dijo el joven, – pero a algunas personas les resulta más difícil que a otras relacionarse con los demás.
– Si usted encuentra difícil relacionarse, la vida le será difícil – dijo el Sr. Hansen.
– Sí – aceptó el joven –, pero siempre he sido un poco solitario. Nunca me fue fácil hacer amigos ni desarrollar relaciones estrechas.
– ¿No ha oído usted nunca la frase: “El pasado no es el futuro”?
– No.
– Quiere decir que, sólo porque algo ocurrió ayer, no tiene por qué volver a ocurrir otra vez mañana. El hecho de que usted haya tenido problemas con sus relaciones en el pasado no significa que va a tener el mismo problema en el futuro. Quizás en el pasado simplemente siguió usted un camino equivocado.
– ¿A qué se refiere? – preguntó el joven.
– ¿Qué es lo que hace que alguien le caiga bien o mal?
– No lo sé. Algunas veces congenio con una persona y otras no.
– Vamos a verlo de otro modo. ¿Se siente usted mejor con alguien que al hablar lo mira a los ojos o con alguien que evita el contacto visual?
– Con quien me mira a los ojos.
– Bien. ¿Se siente usted mejor con quien le da la mano de un modo firme o con quien le tiende una mano que parece un pez muerto?
– Con quien da la mano de un modo firme.
– Por supuesto. ¿Prefiere usted a quienes sólo hablan de sí mismos o a quienes también se interesan por los asuntos de usted?
– Prefiero a quien también se interesa por mí pero, ¿no es todo eso demasiado evidente?
– Tiene usted razón – dijo el Sr. Hansen –, es evidente pero, ¿hace usted conscientemente todas estas cosas cada vez que conoce a alguien? Le sorprendería descubrir cuanta gente hay que no lo hace, y luego se preguntan por qué les resulta tan difícil establecer relaciones con los demás.
El joven miró a lo lejos durante un momento.
– Tiene usted razón. Si quiere que le sea sincero, creo que nunca había pensado en ello.
– Y si queremos seguir manteniendo a los amigos tenemos que aprender a aceptarlos por lo que son, sin centramos en lo que consideremos sus defectos. En lugar de ello deberemos enfocamos en sus cualidades positivas o admirables. Cuando cometan algún error debemos estar dispuestos a perdonarlos, al igual que nos gustaría que ellos nos perdonaran a nosotros.
– Sí – dijo el joven –, la semana pasada mantuve con alguien una larga charla sobre el perdón.
– El perdón es muy importante para ser feliz – dijo el Sr. Hansen –, porque sin él terminaríamos solos y amargados. Cuando valoramos nuestras relaciones, automáticamente tratamos a la gente de un modo distinto. Y cuando tratamos a los demás bien, ellos tienden también a tratarnos bien.
– Pero a pesar de todo, las relaciones no siempre son fáciles, ¿o sí? – preguntó el joven. En toda relación surgen problemas y desacuerdos.
– Por supuesto que sí. Pero yo descubrí una sencilla técnica que me ayuda mucho en todo lo referente a mis relaciones.
– ¿Qué técnica es ésa? – preguntó el joven.
– Intento tratar a todo el mundo como si fuera la última vez que los voy a ver. ¿Se imagina usted cómo serían las relaciones con sus amigos, con sus compañeros de trabajo, con la familia o incluso con los desconocidos, si usted los tratara como si fuera la última vez que los ve?
El joven movió la cabeza.
– No estoy muy de acuerdo, – dijo.
– ¿Cómo se comportaría con su esposa o con su novia, si fuera la última vez que la va a ver? ¿La dejaría ir sin besarla o abrazarla?
– No.
– ¿Le diría “adiós” sin antes hacer las paces sobre alguna disputa pendiente?
– No.
– ¿La dejaría ir sin decirle todo lo que significa para usted?
– No.
– Y en lo que respecta a sus compañeros de trabajo, amigos y otros miembros de la familia, si usted supiera que no los va a ver más, ¿no intentaría que el tiempo que está con ellos fuera lo más memorable posible? ¿No haría todo lo que estuviera en su mano para evitar que le guardaran algún resentimiento o rencor?
El joven asintió. Las palabras del Sr. Hansen habían hecho vibrar en su interior una cuerda muy tensa. Trajeron a su memoria la última vez que vio a su madre. Era un caluroso día de verano y ella se iba de vacaciones al extranjero. El tenía mucha prisa pues unos amigos lo estaban esperando para jugar al tenis, de modo que la besó rápidamente en la mejilla. No sabía que nunca más la volvería a ver y esa fue su despedida final. Desde entonces había pensado muchas veces en ello. Era el momento de su vida que más lamentaba y así sería para siempre. Ahora sabía cómo evitar el mismo error con otras personas a quienes apreciaba y quería. Era muy sencillo. Como le dijo el Sr. Hansen: “Trátelos como si nunca más los volviera a ver.”
– Muchas personas – dijo el Sr. Hansen –, simplemente no valoran sus relaciones. Yo, entre mi familia y mi trabajo elegí el trabajo, y de este modo los perdí a ambos. Otros eligieron el dinero y las posesiones en lugar de sus relaciones personales. Le sorprendería saber cuantos hermanos, hermanas, padres y hijos están deseando abalanzarse sobre el dinero. Sacrifican sus relaciones más cercanas y sin darse cuenta, también su felicidad.
Por la noche, el joven resumió las notas que había tomado aquel día.
El noveno secreto de la Abundante Felicidad es: el poder de las relaciones.
La calidad de mi vida es la calidad de mis relaciones.
Nadie es una isla. Todos necesitamos relacionarnos con los demás.
Las relaciones estrechas hacen que los buenos tiempos sean mejores y que los malos sean menos difíciles. Toda alegría compartida se multiplica por dos, sin embargo al compartir un problema éste se reduce a la mitad.
Trata a todos aquellos con quienes te encuentres como si fuera la última vez que los vas a ver.