Dos días después, el joven conoció a la quinta persona de su lista, el Dr. Julius Franks. El Dr. Franks era profesor de psicología en la universidad de la ciudad y aunque tenía ya 70 años mostraba un cierto vigor juvenil que trascendía con mucho a su edad y que hizo que el joven se acordara del anciano chino.
Me encontré con el viejo chino hace muchos, muchos años. Fue durante la segunda guerra mundial. Estábamos en Extremo Oriente y yo era prisionero de guerra. Las condiciones de vida eran muy difíciles, casi insoportables. La comida era mínima, no teníamos agua y hacia donde uno mirara no veía más que disentería, malaria e insolaciones. Muchos de los prisioneros no fueron capaces de afrontar la tensión física y mental, los pesados trabajos y el insoportable calor y encontraron en la muerte una salida. Yo también lo pensé, pero un día alguien me devolvió las ganas de vivir, un anciano chino.
El joven escuchaba atentamente el relato del Dr. Franks.
Una tarde estaba solo, sentado en el patio. Me sentía muy débil y cansado y comencé a pensar lo fácil que sería correr hacia la alambrada electrificada. De pronto vi que un viejo chino se había sentado a mi lado. A pesar de mi debilidad me di cuenta de lo extraño de su presencia allí y pensé que sería una alucinación. ¿Cómo podía un anciano chino aparecer de pronto en un campo de concentración japonés?
El chino me hizo una pregunta, una sencilla pregunta que literalmente me salvó la vida.
El Dr. Franks se detuvo durante un momento.
El joven se preguntó mentalmente cómo es posible que una simple pregunta le salvara la vida a alguien.
– Y la pregunta fue: “¿Qué es lo primero que vas a hacer cuando salgas de aquí?”
Era algo en lo que yo nunca había pensado antes. Pero sabía la respuesta. Quería ver de nuevo a mi mujer y a mis hijos. De momento se me recordaba que tenía algo por lo que vivir, una razón por la cual debería hacer todo lo que estuviera en mi mano para seguir con vida. Su pregunta me salvó la vida porque me dio algo que yo ya había perdido, ¡una razón para vivir!
Desde entonces me fue mucho más fácil seguir viviendo, pues supe que cada día que pasaba me acercaba al final de la guerra y también a mis sueños. La pregunta del chino no sólo me salvó la vida, sino que me enseñó la lección más importante que he aprendido jamás.
– ¿Qué lección fue esa? – preguntó el joven.
– El poder de las metas.
– ¿Las metas?
– Sí. Las metas. Las ambiciones. Las cosas por las que luchar. Las metas dan a nuestras vidas un propósito y un significado. Es cierto que se puede vivir sin ellas, pero para vivir realmente y ser felices, es necesario que nuestra vida tenga un propósito. “Sin propósito,” escribió el almirante Byrd, “los días terminan en la desintegración.”
– ¿En la desintegración de qué? – preguntó el joven.
– Del alma. ¿No se ha preguntado nunca por qué tanta gente pierde la salud y se muere poco tiempo después de jubilarse? ¿Por qué tantos ricos y famosos terminan siendo drogadictos o alcohólicos?
El joven asintió con la cabeza. Con frecuencia se había preguntado por qué muchos se vuelven “viejos” después de retirarse y siempre había sentido cierta curiosidad por un personaje muy conocido y famoso, alguien que parecía tenerlo todo, casas lujosas, más dinero del que nunca podría gastar, una familia y una carrera fabulosa, sin embargo se entregó a las drogas e incluso terminó suicidándose.
– Una de las razones – le dijo el Dr. Franks – es simplemente porque sintió que su vida carecía de propósito. No tenía ya significado alguno. ¿Ha oído usted hablar de Helen Keller?
– Sí. Justo hace una semana. Me dijeron que a pesar de ser ciega, sorda y muda, era muy feliz con su vida.
– Sí. ¿Y sabe usted por qué? – le preguntó el Dr. Franks – porque ella dio a su vida un significado. Cuando le preguntaron cómo se las arreglaba para ser tan feliz pese a sus limitaciones, respondió: “Muchas personas tienen una idea equivocada de lo que es la felicidad. La felicidad no se alcanza a través de la autocomplacencia, sino mediante la fidelidad a un propósito que valga la pena.” El requerimiento más esencial del alma humana es la necesidad de que nuestra vida tenga un sentido, y ese sentido nos lo dan las metas.
Las metas crean un propósito y un significado. Con las metas sabemos donde vamos y vamos hacia algo. Sin metas la vida tiene muy poco significado y tendemos a vivirla aburridamente. En general la gente se siente motivada tan sólo por dos cosas, el dolor y el placer. Las metas hacen que la mente se centre en el placer, mientras que la ausencia de metas hace que la vida se enfoque en evitar el dolor.
Las metas pueden incluso hacer más soportable el dolor.
– No estoy seguro de estar comprendiendo bien – dijo el joven –. ¿Cómo es posible que las metas hagan el dolor más soportable?
– Déjeme ver... sí, imagínese un terrible dolor abdominal. Un dolor agudo e intermitente que cada pocos minutos se hace sentir con más fuerza. Es tan fuerte que le hace gritar y llorar. ¿Cómo se sentiría?
– Muy mal, me imagino.
– ¿Y como se sentiría si el dolor fuera empeorando y viniendo cada vez con más frecuencia? ¿Se sentiría preocupado o emocionado?
– ¿Qué tipo de pregunta es esta? ¿Cómo puede alguien sentirse emocionado a causa de un dolor? ¡Tendría que ser masoquista!
– No. ¡Tendría que ser una mujer embarazada! Sufre el dolor, pero sabe que al final del dolor, tendrá un niño. Incluso puede desear que los dolores sean más frecuentes porque sabe que cada contracción la acerca al nacimiento de su hijo y también al final del dolor. Ese propósito y ese significado del dolor lo hace mucho más soportable.
Es el mismo motivo por el cual los tiempos difíciles son más soportables cuando sabemos que al final de ellos algo nos estará esperando. No hay ninguna duda de que el hecho de tener metas para vivir por ellas me dio la fuerza necesaria para sobrevivir, cuando de otro modo es casi seguro que habría puesto fin a mi vida. Desde entonces cada vez que veía a un compañero con aspecto desesperado le hacía la misma pregunta: “¿Qué es lo primero que harás cuando salgas de aquí?” y gradualmente su expresión comenzaba a cambiar, una pequeña luz brillaba en sus ojos y de pronto se daba cuenta de que tenía cosas por las que vivir, que tenía un futuro por el que luchar y que valía la pena hacer todo lo posible por sobrevivir cada día, sabiendo que la meta estaba cada vez más cercana. Y le diré algo más: ver a un hombre cambiar de un modo tan drástico y saber que uno ha jugado un pequeño papel en ese cambio es una sensación maravillosa. Así, hice que cada día mi meta fuera ayudar a todos los que pudiese ayudar.
Uno de los secretos que nos permiten sobrevivir en las peores épocas de nuestras vidas es el mismo que sirve para vivir intensamente la vida en los tiempos mejores. Y ese secreto es: las metas. Si las metas pueden dar al prisionero de un campo de concentración la voluntad necesaria para sobrevivir, ¡imagínese lo que harán por quienes viven en tiempos de paz!
Después de la guerra, participé en un interesante estudio que se realizó en la Universidad de Harvard. Preguntamos a todos los estudiantes que se graduaron en 1953 si tenían alguna meta o alguna ambición en sus vidas. ¿Qué porcentaje cree usted que tenía metas concretas?
– ¿El cincuenta por ciento de ellos? – preguntó el joven.
– ¡Menos de un tres por ciento! – dijo el Dr. Franks. Imagínese, ¡menos de tres de cada cien, tenían alguna idea de lo que querían hacer con sus vidas!
Se siguieron sus carreras durante los siguientes veinticinco años y se descubrió que el tres por ciento que habían declarado tener alguna meta poseían matrimonios más estables, mejor salud y una situación económica mejor que el restante 97 /o. Evidentemente sus vidas eran también, mucho más felices.
– ¿Por qué cree usted que el hecho de tener metas hace a la gente más feliz? – preguntó el joven.
– Porque no sólo extraemos energía del alimento que tomamos, sino también del entusiasmo, y el entusiasmo se logra teniendo metas, puntos a los que llegar, cosas que esperar. Una de las principales razones por las que muchas personas son infelices es simplemente porque sienten que sus vidas carecen de significado, que no tienen propósito alguno. Por las mañanas, no hay nada por lo que deban levantarse de la cama, pues carecen de metas que los inspiren, carecen de sueños. De este modo, se arrastran penosamente por la vida, sin dirección alguna.
– Si tenemos algo por lo que luchar – siguió el Dr. Franks,– el estress y las tensiones de la vida casi desaparecen. Se convierten en obstáculos que deben ser vencidos para alcanzar la meta. Por eso aconsejo a todos mis pacientes que aprendan la técnica de la mecedora.
– ¿La mecedora? – preguntó el joven.
– Es una técnica muy sencilla, en la cual uno se imagina que ha llegado al final de su vida y está sentado en una mecedora pensando en cómo vivió la vida y en los logros que consiguió en ella. ¿Qué le gustaría a usted recordar? ¿Qué cosas le gustaría a usted haber hecho? ¿Qué lugares le gustaría haber visitado? ¿Qué relaciones le gustaría haber tenido? Y lo más importante de todo, mientras está allí, sentado en la mecedora, ¿qué tipo de persona le gustaría a usted haber llegado a ser?
El joven tomó algunas notas. Eran preguntas muy importantes que él nunca se había hecho antes.
– Esta técnica le ayudará a crear metas a largo plazo. Luego se puede hacer lo mismo con las metas a corto plazo. Metas a cinco años, a un año, a seis meses, a un mes o incluso a un día. Yo aconsejo a mis pacientes que escriban todas esas metas y que las lean en cuanto se despierten por la mañana. De este modo, siempre tienen algo positivo por lo que levantarse y comenzar el día con emoción y entusiasmo.
– Lo probaré – dijo el joven –, siempre me cuesta mucho trabajo levantarme por las mañanas.
– También es buena idea leer sus metas durante el día y otra vez antes de dormirse, para que de este modo se impriman en la mente.
– ¿Y si cambio de opinión y resulta que de pronto ya no me interesa una de las que inicialmente había considerado como metas?
– Esa es una buena pregunta. La prioridad de nuestros valores en la vida se va modificando a medida que evolucionamos. Por eso la técnica de la mecedora debe hacerse con cierta frecuencia, al menos una vez al año. De este modo siempre tendremos metas con las que estaremos comprometidos y que darán un propósito y un significado a nuestras vidas, siendo algo que nos emociona y nos motiva.
Las metas son la base de nuestra felicidad. La gente con frecuencia cree que el confort y el lujo son requisitos para la felicidad, cuando en realidad todo lo que se necesita para ser feliz es algo con lo que estar entusiasmado. Este es uno de los más grandes secretos de la Abundante Felicidad. En una vida que carezca de propósito y de significado no puede haber felicidad duradera. Este es el poder de las metas.
– ¿Vio alguna vez más al anciano chino? – preguntó el joven.
– No. De hecho, durante algún tiempo estuve convencido de que había sido una alucinación. Una figuración de mi mente.
– ¿Por qué?
– Porque nunca antes lo había visto y nunca más lo volví a ver. Algunas veces el excesivo sol puede jugar malas pasadas a la mente. Pero poco después de la guerra descubrí que realmente existía.
– ¿Cómo?
– Recibí una carta de un joven. Un joven al que alguien le había dado mi nombre, se lo había dado... ¡el anciano chino!
Más tarde el joven resumió las notas que había tomado durante la entrevista.
El quinto secreto de la Abundante Felicidad es: el poder de las metas.
Las metas dan a nuestra vida un propósito y un significado.
Teniendo metas, nos dedicamos a lograr el placer, más que a evitar el dolor.
Las metas nos dan un motivo para salir de la cama por las mañanas.
Las metas hacen que las épocas difíciles sean más llevaderas y que los momentos buenos sean todavía mejores.
La técnica de la mecedora es una buena ayuda para decidir cuales van a ser las metas de nuestra vida, a largo y a corto plazo.
Escribe tus metas y léelas:
- al despertarte por las mañanas
- en algún momento durante el día
- al acostarte por las noches.
Recuerda repetir la técnica de la mecedora al menos dos veces al año, para asegurarte de que tus metas siguen siendo lo que tú realmente quieres.