Todo comenzó una fría y húmeda tarde del mes de Octubre, mientras volvía a casa del trabajo. Pasaban ya de las ocho y era la tercera vez en aquella semana que había debido quedarse en la oficina más tarde de lo usual. El cielo había estado cubierto durante todo el día, sin embargo decidió dejar caer la lluvia en el momento en que el joven iba camino de su casa. Los pensamientos que ocupaban su mente fueron de pronto interrumpidos por una pregunta que surgió de la radio del coche. Era una pregunta sencilla, que el joven jamás se había hecho de un modo consciente, y la repuesta le preocupó.
La pregunta formaba parte de una encuesta realizada a nivel nacional, cuyos resultados mostraron que sólo una persona de cada 50 se considera a sí misma feliz o satisfecha y que ni siquiera una de cada diez personas es capaz de recordar un momento – tan solo un momento – de sus vidas en el que fuera totalmente feliz. La pregunta que el locutor hizo a sus oyentes era sencilla y directa: “¿Es usted feliz?”
Esta pregunta hizo que el joven se pusiera de pronto a reflexionar sobre su vida. No tenía carencia alguna: su salud era normal, tenía un buen trabajo y de algún modo lograba siempre pagar sus cuentas e incluso guardar algo de dinero para pequeños lujos. Tenía un buen grupo de amigos y una familia envidiable. Pero a pesar de todo ello, internamente se sentía vacío, como desilusionado con la vida. Algo le faltaba. No sabía qué. Todo lo que sabía es que en su vida faltaba algo. Había muchas palabras que hubieran podido servir para describir su vida, pero definitivamente “feliz” no era una de ellas.
Fue Thoreau quien dijo, “La mayoría de la gente vive sus vidas en una tranquila desesperación,” y el joven pensó que esa sí era una descripción justa de su existencia. Cada día, desde el principio al final, era una lucha; y un día detrás de otro, con las mismas frustraciones y el mismo estress. No pudo evitar pensar que su vida había entrado en un círculo vicioso de monotonía. ¿Dónde habían ido a parar todas las esperanzas y los sueños de la adolescencia? ¿Dónde estaba la pasión y la alegría que conoció siendo niño? ¿Cuándo empezó a convertirse todo en una aburrida lucha?
Había leído en algún lugar que ciertas filosofías religiosas enseñan que la vida es una lucha continua, pero él no podía aceptarlo. “Estoy seguro,” se dijo a sí mismo, “que en la vida debe haber algo más que todo esto.” De pronto se sintió confundido, perdido, como atrapado en un gigantesco laberinto, sin saber cómo había llegado hasta él ni cómo podría salir.
En aquél punto algo interrumpió otra vez sus pensamientos, pero ahora fue un humo blanco que salía de la parte delantera del coche.
“¡Maldita sea! Cuando no es una cosa, es otra,” murmuró para sí mientras intentaba llevar el vehículo hacia el borde de la autopista. Salió y al levantar el capó un fuerte chorro de vapor caliente casi lo derriba.
Alzando su chaqueta para cubrirse con ella la cabeza a fin de protegerse de la lluvia y el viento se dispuso a caminar el kilómetro y medio que lo separaba del teléfono más cercano, para pedir ayuda. La telefonista le dijo que el mecánico de servicio llegaría dentro de una hora. Lo único que podía hacer era volver al coche y esperar.
Pero una pregunta se había quedado atorada en su mente: “¿Para qué todo esto? ¿Para qué?”
Por supuesto no obtuvo respuesta alguna. Ni él la esperaba tampoco. Lo único que llegó a sus oídos fue el zumbido de los coches que pasaban veloces por la autopista.
Cansado, con frío y mal humor, caminó de vuelta hacia el coche. En absoluto era consciente de que este suceso sería el comienzo de uno de los cambios más profundos que iba a experimentar en su vida. Si hubiera podido saber lo que le esperaba, sin duda alguna – años después lo confesaba abiertamente – habría sonreído, sintiendo la presencia de la Abundante Felicidad.