Nuestros contenidos emocionales se nos presentan tanto si nos gusta como si no, y aunque intentemos reprimirlos, éstos se nos muestran siempre como una reacción a los hechos externos o a pensamientos relacionados con esos hechos. Por eso lo mejor que podemos hacer con las emociones es reconocerlas y aceptar su existencia.
La vida es una gran aventura pero mientras estemos atrapados por el opresor campo de las emociones no podremos vivirla plena y creativamente.
Mucho ha luchado el ser humano –y lo sigue haciendo– por avanzar hasta lograr la liberación de las dominaciones externas, pero cuando esto se alcanza comprobamos que aún seguimos prisioneros de “algo” que está muy dentro de nosotros y que son las incontroladas emociones, que en forma de miedo, culpa, ira, celos, etc, crean el caldo de cultivo idóneo para el sufrimiento. Del cuerpo emocional parten todas las nefastas acciones que aún seguimos cometiendo. Cuando logremos sentirnos interiormente libres y protegidos, estaremos entregados a todo y a todos; estaremos también sanos y no existirá en nuestro interior ningún motivo ni lugar para acciones inadecuadas.
Mientras tanto seremos incapaces de dirigir mentalmente nuestras emociones y lo único que podremos hacer es tratarnos para liberarnos de ellas. Porque podemos proponernos no enfadarnos y sin embargo lo único que conseguiremos es no llegar a expresar nuestra ira, pero no podremos suprimir la energía generada en nuestro interior por la emoción, que nos seguirá atormentando y enfermando a menos que encontremos alguna vía de liberación. Y es que las emociones no responden a las órdenes del pensamiento, como lo hace el cuerpo físico. Por eso, aun deseándolo, solamente lograremos, si acaso, cambiar la conducta y con ello mover la energía de lugar, pero sin disolverla. Solamente podremos desactivar las emociones con la Energía del Amor incondicional, que ignora el enjuiciamiento y la negatividad.
Imaginemos que las emociones forman un cuerpo. Pues es como si ese cuerpo emocional fuese adicto a las sacudidas del sufrimiento y buscase situaciones y personas que le provoquen ese efecto. Por eso cuando, por ejemplo, tiene hambre de miedo, sólo verá miedo en el exterior y responderá a él constantemente. Ese círculo vicioso continuará y aunque la mente diga: «necesito el Amor», «busco la paz», el cuerpo emocional no responderá, ya que éste, al ser más poderoso que la mente limitada, ejerce sobre ella todo su dominio. Por lo que para actuar sobre el cuerpo emocional hemos de acceder a la Energía espiritual que posee una vibración superior.
Debemos comprender que el cuerpo emocional es algo mucho más grande y poderoso que sus manifestaciones externas, y que esa dimensión y poder es lo que mantiene en cautividad a nuestra mente y consecuentemente a nuestro cuerpo físico; ya que éste, como ya he explicado, está directamente afectado por ella.
Las emociones están estrechamente relacionadas con el miedo y con nuestras resistencias a incorporar actos novedosos en nuestra vida. Por eso cuando trabajamos con las emociones, tanto el miedo como las resistencias se ven afectadas directamente.
El cuerpo emocional, lógicamente, no quiere el cambio porque eso sería restringir el suministro del que se sustenta. Y como el cuerpo emocional domina a la mente, ésta creará un concepto para que caigamos en el engaño de lo que entendemos como “comprensión”. Por eso hemos de elevarnos por encima de la comprensión, los conceptos, el razonamiento y el juicio y operar desde otro nivel. Cuando despertemos del sueño en el que nos hemos mantenido durante tanto tiempo, comprobaremos que nuestro interior contiene todo el poder necesario para sanarnos en todos los aspectos. Ésa es la libertad a la que debemos aspirar y ése debe ser nuestro objetivo prioritario.
Tenemos que aprender a observar –sin juzgar– lo que sentimos para saber si procede del cuerpo emocional o de la nueva relación directa que empezaremos a experimentar con nuestro yo superior. La diferencia será sencillamente reconocible, porque cuando las respuestas a nuestras interrogantes proceden de nuestro yo superior son tajantes, aunque éstas no coincidan con nuestras expectativas o nuestros razonamientos. Una ayuda para esta identificación puede ser observar lo que sentimos en el plexo solar. Cuando en él hay malestar o presión, están actuando las emociones e incluso notaremos cómo la zona central del cuerpo, que es donde se asienta el miedo, se endurece al coincidir con las emociones más fuertes. Al tratarnos con la técnica de la fusión conseguiremos que nuestro plexo solar deje de estar contraído y bloqueado e irradie hacia fuera desde el corazón sin impedimentos.
Esta técnica pretende desarmar por completo al cuerpo emocional, pero sólo podremos descristalizar aquellas emociones de las que seamos conscientes. Mientras no las descubramos no tendremos posibilidad de desactivarlas y nos poseerán y manejarán indefinidamente. Pero en cuanto las localizamos ya tenemos lo único que se necesita para romper el círculo energético en el que se mantienen.
Al utilizar este método seremos capaces de conectar las emociones dañinas con nuestro espíritu divino para permitir transformar en luz la oscuridad en que vivimos y desprendernos de la culpa, la ira y el miedo.
Son el miedo y la culpa los que, a causa de la ignorancia, nos hacen reaccionar como lo hacemos; y ellos están ahí a consecuencia de la presión del cuerpo emocional. Pero no se trata de ocultar u ocultarnos la emoción, porque cuando lo hacemos permitimos que ésta se mantenga y crezca. Tenemos que aprender que podemos permitirnos momentos de desequilibrio para que pueda salir la ira y consumirse por sí sola. Esos momentos pasarán y recuperaremos el control para dar paso a la calma. Pues no somos la negatividad, no somos la imperfección, no somos la desesperanza, no somos víctimas... y sin embargo estamos experimentando, sin querer, todo eso. Hemos de encontrar la manera de romper la barrera que nos haga posible la conexión con el poder de lo que realmente somos, reconocerlo, admitir que lo poseemos y permitirnos utilizarlo.
Cuando el cuerpo emocional se libera advertimos que no existe el bien y el mal; que experimentamos todos esos conceptos simplemente para comprender las leyes divinas del amor y la tolerancia.
Comprendemos también que dar y recibir forma parte de lo mismo, porque ambos extremos son necesarios para que se produzca el hecho. Y cuando estamos fundidos realmente en la vida, ya no nos hacemos esas pueriles preguntas que tanto nos atormentan cuando vivimos en la ignorancia. Cuando se vive en fusión con todo lo creado; si necesito recibir siempre habrá alguien que me proporcione lo que me hace falta y viceversa. No podríamos realizarnos en la entrega si no hubiera alguien necesitado o dispuesto a recibir y a la inversa. Acordémonos de la representación gráfica del Yin Yang.
Lo mismo sucede con las víctimas y los victimarios cuando se está en ese nivel energético de intercambio de emociones que tienen la única finalidad de hacernos crecer. Si hemos de superar una lección y sólo tenemos la posibilidad de que ésta se produzca a través del victicismo, tendrá que existir un victimario que nos haga reaccionar. Todos formamos parte de lo mismo: nuestra evolución individual y de conjunto.
Pero parece ser que, ahora, con el cambio de era, tenemos la opción de elegir y dar un salto en vertical para empezar a movernos en otro nivel energético donde el sufrimiento ya no sea necesario para nuestra realización. Y este método puede ayudarnos a conseguirlo.
Con las meditaciones y las plegarias alcanzamos momentos de beneficiosa paz, pero eso no es suficiente, hemos de ir más allá para que nuestra vida cambie realmente y consigamos incorporar y mantener en nosotros la energía del Amor y la espiritualidad.
Y tengo que repetir que debemos ser conscientes de nuestras emociones, para poder tratarlas y evolucionar co-creando nuestra propia vida y el mundo que nos merecemos, sin ser constantemente arrastrados sin control. De esta manera atraeremos hacia nosotros situaciones y personas nuevas, e incluso se modificará la actitud de las que ya tenemos cerca, porque irradiaremos otra energía por la que ellos se verán también afectados. Y es que el cuerpo emocional tiene grabada una información que se proyecta hacia fuera en forma de energía atrayendo hacia sí a personas y situaciones que, aunque son las que terminan dañándonos, contienen, para él, un irresistible poder seductor.
Por ejemplo, si una persona quiere un trabajo mejor pero no se siente merecedora de él, la emoción hará que lance hacia fuera, en forma de energía, el mensaje de que no se merece un trabajo mejor. Uno piensa que necesita un nuevo entorno, un trabajo diferente y superior, pero lo que irradia al exterior dice: “No me elijan, en realidad no puedo hacerlo”.
Es el cuerpo emocional el que está haciendo las elecciones en nuestra vida y el que nos está frenando; porque, mientras nuestras mentes y nuestros intelectos sí se han expandido tremendamente, el cuerpo emocional nos mantiene en la rutina, experiencia tras experiencia, continuando con los patrones a los que es adicto; y esas pautas son las que determinan nuestra calidad de la vida. Cuando vamos eliminando esos viejos modelos de conducta, nos abrimos a un nuevo panorama que nos permite vislumbrar la totalidad, alejándonos de nuestra limitada visión.
Cuanto más consigamos despejar nuestro cuerpo emocional, tanto más podremos penetrar a través del velo que nos separa del “otro lado”, de la fuente divina. Y pronto reconoceremos la comunicación con ese “otro lado”, porque ella nos proporcionará un bienestar, equilibrio y éxtasis que nunca antes habíamos experimentado. El enjuiciamiento, la sobre autoestima y el ego son obstáculos que nos mantienen atrapados en este lado del “velo” y, mientas estemos ocultos tras ellos, podremos pensar sobre la fuente divina e incluso conceptualizarla, pero no lograremos experimentarla, porque el manantial de nuestras experiencias procederá de la emoción y no de la luz que es la que nos conecta con el autentico Yo, si no con ese otro “yo virtual” compuesto de proyecciones emocionales.
Cuando nos alejamos del enjuiciamiento deja de aparecer en nuestra mente la idea de que esa u otra persona resulta sospechosa. Veremos al “ser” en su totalidad, no bajo el dominio de nuestro miedo. Cuando todas las imágenes de miedo se desvanecen, aparece el estado puro del “ser” que realmente somos. Ya no necesitamos los disfraces de comportamiento, ni las mascaras, y nos mostramos tal como somos; desechamos por completo las viejas formaciones mentales y nos expandimos para tener acceso al potencial mental –el otro 90%– que, al parecer, no estamos utilizando.
Pero mientras acusemos de nuestros problemas a la relación que tenemos o hemos tenido con nuestros padres, parejas, jefes, etc., no estaremos dirigiendo la mirada hacia la fuente de procedencia de esas relaciones, que es siempre la conexión energética de ambos cuerpos emocionales: los de ellos y los nuestros. Cuando ponemos ahí la atención y la intención de irradiar Energía de Amor se produce automáticamente la desconexión de esos dos campos de atracción.
Es crucial que comprendamos que estamos palpando y cambiando nuestro cuerpo emocional. Cuando lo observamos, lo vemos y sentimos, ya ha comenzado el proceso que nos elevará en una espiral hacia la producción del cambio, sin que importe lo que pensemos sobre cómo ha ocurrido.
La mente lineal o el intelecto tal como lo conocemos, es decir, dominado por el cuerpo emocional, solamente puede llegar a arañar la superficie de estos conceptos, pero a medida que el cuerpo emocional se va clarificando podemos llegar a comprender que todo lo que nos sucede tiene el sentido de sacarnos de la rueda del “hacer” para introducirnos en la de “ser”, fuera ya del síndrome placer/sufrimiento o felicidad/tristeza y pasar a un estado equilibrado donde vivamos en autentica realización y plenitud.
La comprobación de que cada vez somos menos alterados por los acontecimientos, nos aporta una sensación de seguridad que acrecienta nuestra tranquilidad y consecuentemente nuestro bienestar. Con ello seremos capaces de crear una atmósfera nueva para la vida y nuestro entorno. Pero mientras nos mantengamos inmersos en nuestros conflictos internos, por mucho que hablemos de fraternidad, paz, armonía y felicidad, no podremos atraerla hacia nosotros.