Preámbulo

Como preámbulo, me gustaría decir que es mejor que pongamos en nuestra mente la idea de que esta técnica consiste en una actitud diferente ante la vida y no en un constante trabajo. Si lo enfocamos como más trabajo lo rechazaremos más fácilmente porque estamos artos de tanto trabajar. Por eso prefiero denominar la acción de practicar la técnica como “tratamiento” en lugar de como trabajo.

Cuando pensamos, hablamos o vemos algo, nuestras células vibran. Esto hace que algo se transforme en la compleja maquinaria que es nuestro cuerpo. Para que esta técnica sea efectiva tenemos que conocer y admitir el hecho de que poseemos el poder de acceder, tan sólo con nuestra intención, a la transformación de la química interior de nuestro cuerpo, para poder conseguir nuestro equilibrio físico y mental y, consecuentemente, nuestra sanación, en el caso de que estemos enfermos. Podemos imaginar que poseemos –porque así es– una varita mágica que transmutará, dentro de nosotros, cualquier cosa que deseemos.

No tendremos que aprender ni practicar ninguna disciplina y puede realizarlo todo el mundo, –incluso los niños– independientemente de su religión o creencia.

Se trata de poner en marcha, con un solo pensamiento, todo un mecanismo, que desencadene el poder necesario para limpiar nuestras emociones dañinas y esto afectará a nuestro cuerpo físico y mental. Con ello permitiremos transformar en luz la oscuridad en que vivimos, desprendiéndonos de la culpa, la ira y el miedo que nos mantienen cautivos de nosotros mismos.

Las posibilidades de actuar con esta técnica y sus beneficios son infinitos. Y sería ideal que, con el tiempo, a base de irla introduciendo poco a poco en nuestra manera de entender la vida, se convirtiera en una práctica cotidiana, sirviéndonos continuamente de su inmenso poder, hasta estar lo suficientemente liberados como para no necesitarla para nosotros mismos, y empezar a usarla, para “iluminar”; es decir, no servirnos de ella para mitigar nuestro sufrimiento si no por el bien del “conjunto planetario” y para ser punto de referencia para los demás.

Esta enseñanza pretende transmutar la energía de sufrimiento en energía sanadora. Y es un método asombrosamente adecuado para esta época de desenfrenadas ocupaciones, donde no tenemos espacio material para prácticas que nos roben un tiempo del que no disponemos. Pues a esta técnica no hay que dedicarle un tiempo físico, sino un espacio mental, ya que se practica sobre la marcha, es decir, que en cuanto percibimos en nosotros una reacción emocional en forma de molestia, rabia, desagrado, enfado, celos, ira, etc., ya tenemos presente la oportunidad de suprimir ese conflicto, con un solo pensamiento.

Es, además, un doble instrumento porque, sin ni siquiera darnos cuenta, poco a poco, nos iremos haciendo conscientes de lo que pensamos y sentimos, con el consiguiente beneficio de no vernos constantemente arrastrados por pensamientos y acciones inconscientes e incontroladas.

Esta no es una acción que se nos pueda imponer desde fuera, sino que cada uno se irá despojando, a su propio ritmo, de sus conflictos individuales hasta dejar paso al “ser” que alberga en su interior y que es el autentico Yo que siempre pugna por salir y al que le es imposible emerger por la cantidad de cargas emocionales que se lo impiden desde el subconsciente.

Y ésta es también otra ventaja del método: no es imprescindible saber porqué ni cómo, todo ese “material emocional” ha llegado a formar parte de nosotros. Evidenciamos que está ahí porque el iceberg de los múltiples sentimientos, que son los síntomas del cuerpo emocional, nos lo demuestran, con sus constantes manifestaciones de molestia, desagrado, enfado, rabia etc., y a los que tenemos que estar agradecidos porque nos aportan la clave para desactivar su “carga destructiva”, ya que donde están ellos, está el interruptor para desactivar el cuerpo emocional.

Al principio, hasta no empezar a comprobar los beneficios, no estaremos muy seguros de lo que estamos haciendo en realidad, y desde luego atravesar la delicada etapa de las resistencias, de los intentos de razonar y ver la lógica, serán el obstáculo principal, ya que nuestra mente, que necesita tenerlo todo instalado en su sitio justo, para no perder el control, rechaza sistemáticamente cualquier acto novedoso que la obligue a trastocar su orden establecido, aunque éste nos esté manteniendo en un precario estado de salud física o mental. Por eso, al principio, la perseverancia será un arma imprescindible, ya que solamente la práctica insistente podrá despertarnos del letargo que nos impide nuestro crecimiento personal.

Es posible que no se sepa si se está haciendo bien hasta que las resistencias desciendan su intensidad y permitan reconocer los primeros resultados, pero una vez culminada esa fase, será menos dificultosa la superación de la duda.

La duda es un arma muy poderosa que utiliza el cuerpo emocional y puede aparecer disfrazada de muchas maneras. Hemos de aprender a reconocerla para que no nos domine la confusión, porque en cuanto ésta aparece solemos tomar el camino más sencillo que es el de no aplicar el tratamiento. Los trucos mentales, que ya sabemos que están al servicio del cuerpo emocional, nos harán creer que lo mejor es conservar el equilibrio ya establecido sin que haya necesidad de seguir avanzando, pero no olvidemos que eso es sólo una trampa.

Para evitar el peligro de rendirse en esa primera etapa en la que, como hemos dicho, la mente no quiere aceptar sin “razonar” porque quiere “comprender”, debemos darle al intelecto el alimento que nos pida, en forma de respuestas lógicas que tranquilicen el insaciable apetito al que le tenemos acostumbrado, pero sin detener la práctica, porque en cuanto la abandonemos, nuestro subconsciente habrá conseguido arrastrarnos a la posición en la que él vuelve a llevar el control absoluto y nos será mucho más dificultoso retomar el ritmo.

Tengamos en cuenta que durante mucho tiempo le hemos concedido al subconsciente una autoridad que no podemos arrebatarle ahora de golpe. Por eso, siempre que intentamos, conscientemente, incorporar a nuestro ritmo de vida alguna novedad, nuestra parte mental inconsciente –que ya sabemos que está subordinada por el cuerpo emocional– se resiste, y en cuanto bajamos la guardia, ¡zas!, volvemos a perder nuevamente el control consciente de la situación, siendo impulsados a la vieja costumbre. A esto me refiero cuando digo que nuestra mente no desea nada novedoso que haga peligrar el intrincado equilibrio en el que se haya inmersa, aunque éste sea un frágil estado de supervivencia. Ese es un perfecto mecanismo de defensa cuya misión es proteger nuestra integridad, pero que, en los casos en que nosotros, conscientemente, pretendemos llevar las riendas, actúa como una trampa para que terminemos desechando el intento. En eso consiste uno de los cometidos del subconsciente y, afortunadamente, –de otra manera enloqueceríamos– lo cumple a la perfección.

La práctica de esta técnica conseguirá que nuestro estado físico mejore aun en el caso de que no estemos enfermos –siempre se puede estar mejor– porque la demolición de las emociones nocivas romperá las conexiones de los procesos mentales a las que éstas estaban sujetas, permitiendo una mejora del flujo energético que ira reequilibrándonos íntegramente.

Los beneficios empiezan a obtenerse aun sin haber atravesado la etapa de las resistencias. Y si la entrega en la ejecución de la acción es absoluta, la respuesta se constatará en el mismo momento, y el malestar, con toda su carga oculta, se desvanecerá automáticamente, dando paso a una sensación de indescriptible bienestar.

No se trata de estar siempre pendiente de lo que sentimos o pensamos porque esto supondría una dedicación insostenible, pero con el tiempo, sin ni siquiera pretenderlo, seremos constantemente conscientes.

De lo que se trata, es de que en cuanto nos descubramos en una emoción que nos cause desazón, fastidio, incomodidad etc., recordemos que poseemos un infalible y rápido instrumento para deshacernos de ella. De esa manera estaremos “recibiendo” conscientemente –del universo– para nosotros y “entregado” –desde nuestro corazón– hacia fuera. Pero si no nos acordamos, no importa, no pasa nada, ya volverá a presentarse una situación parecida en que volvamos a tener una oportunidad similar. Pues, constantemente, esos mensajes están impactando hacia fuera, desde nuestro interior, como indicadores luminosos, que tienen la intención de alertarnos del peligro que tras ellos se cierne. Y no dejarán de hacerlo mientras vivamos, a menos que hagamos algo al respecto. Cuando esos malestares dejen de aparecer, será cuando sabremos que nuestra acción ha sido efectuada adecuadamente.

Los resultados serán tan rápidos como nosotros nos permitamos y uno nunca sabe realmente, cuanto se permite, porque eso se esconde en una parte de nosotros mismos a la que no tenemos acceso. Unas personas tienen más resistencias que otras y eso requiere mayor insistencia. Unas personas tienen más prisa que otras y eso también puede entorpecer y ralentizar las respuestas. La calma y la insistencia, en estos procesos, son siempre buenas consejeras, es preferible ir sin prisa pero sin pausa y sobre todo no poner grandes expectativas.

Las expectativas y el deseo exagerado dividen la atención, que ha de estar al máximo posible en la “observación”, aunque el espacio de tiempo que se le dedique a esta observación sea mínimo. Lo mejor es empezar a practicar y ver qué pasa, pues las valoraciones son absolutamente personales, sin que tengamos que medirnos con nadie.

Será como vivir en una constante expresión de entrega consciente a la vida, de fusión con los acontecimientos, para sumergirnos en la pulsación de la existencia formando parte de ella pero sin tomar partido, espectadores y actores a la vez, observadores pasivos en cuanto a juicio, y activos en cuanto a transmutación de energías negativas, participando en el proceso de la creación al mismo tiempo.

La integridad en la entrega, a la hora de canalizar y expandir la Energía, ha de ser absoluta, como lo haríamos al acariciar a un hijo o a la persona más amada, o sea, sin esperar recompensa de ninguna clase. Pero la Energía del Universo, que actúa como un bumerang, siempre termina retornándonos, con creces, aquello que nosotros hemos contribuido a crear, tanto si es positivo como si es al contrario.

Si se actúa pensando en uno mismo –aunque finalmente sea uno mismo el directo beneficiario– el efecto no será igual. La Energía divina se bloquea cuando se interponen dobles intenciones. Sólo fluye correctamente si la entrega es pura. Y nosotros siempre sabemos, en nuestro fuero interno, cuando realmente lo es.

A veces la resistencia a “amar” a alguien o a algo hacia lo que sentimos mucho rechazo puede ser demasiado intensa y, en esos casos, sólo querremos huir, sin embargo, será ahí, precisamente, donde tendremos que perseverar, sin olvidar que si la presión se nos hace insoportable, habremos de concedernos el tiempo necesario para que la experiencia no nos resulte tan violenta. Y esto no debemos tomarlo como un fracaso, sino con el reconocimiento de que esa emoción está más intensamente enraizada en nosotros, pudiendo realizar breves intentos, como si fuésemos desprendiendo capas de una cebolla hasta que, por fin, lleguemos al núcleo. Hemos de aprender a descubrir donde está nuestra justa medida, para sin dejar de tratarnos, no ir más allá de nuestras personales limitaciones. Si transgredimos esas limitaciones, también nos arriesgamos a una rendición.

No debemos intentar transformar o cambiar nada, tanto fuera como dentro de nosotros, –aunque, de hecho, la transformación se produzca– si no aceptar que, por alguna razón, ciertas cosas, hechos o personas, nos producen unas determinadas reacciones, –dependiendo de nuestras “cargas” emocionales– cuya existencia se nos evidencia con malestares físicos o emociones incontrolables. Lo que debemos hacer siempre es enviar Energía de Amor al efecto que se nos presenta, para así tratar la causa, oculta, que puede corresponder a infinidad de razones, que siempre se relacionan con vivencias de nuestro pasado reciente o remoto. Pero no hace falta que conozcamos ese pasado ni los hechos por los cuales, ahora, se nos manifiestan. Al conseguir que la emoción disminuya su intensidad o se extinga por completo, habremos logrado, por una parte, nuestro aumento de tranquilidad, que afectará directamente en nuestro bienestar físico, mejorando nuestra salud, si estamos enfermos, o impidiendo que la enfermedad se presente, si estamos sanos. Y por otro, estaremos generando la transmutación de una energía negativa, por otra positiva, siendo fácilmente comprobable, porque en cuanto mejora nuestro estado interno, las relaciones externas lo notan tanto, como lo hacen las que tenemos con nosotros mismos y con aquellos con los que convivimos.

Estaremos realmente sanos y seremos verdaderamente libres cuando nada ni nadie nos produzca molestia, fastidio, desagrado, etc., esta será la consecuencia de haber desechado la ira, el miedo y la culpa. Pudiendo aceptar cualquier suceso sin tener que juzgarlo ni clasificarlo: actos que son el sustento del cuerpo emocional que cuando no es tratado con Energía espiritual nos devora el corazón.

Esta técnica consiste en la “acción de la no reacción” para transmutar la energía de sufrimiento en Energía de Amor. Cuando reaccionamos ante lo que interpretamos como una agresión, estamos permitiendo ser invadidos por la misma energía que la agresión contiene; cuando nos hacemos conscientes de ello y permitimos que la Energía del Amor entre en acción, estamos abriendo paso a una energía de mayor vibración y con ello desactivando el poder que cualquier energía inferior pueda tener.

Con el tiempo, comprobaremos también, que al estar fluyendo con la Energía creadora del Universo nos estaremos moviendo en la excelencia; esto significa que el Cosmos, Dios, el Yo superior, o como queramos llamarlo, nos facilitará el camino para seguir adelante en nuestra trayectoria evolutiva, sin correr ningún peligro. Y aunque tropecemos con situaciones aparentemente perjudiciales, quizá éstas hayan de presentarse tan sólo para ir a mejor o para hacernos tomar una dirección más adecuada. Porque utilizar esta técnica es entrar en armonía con la fuente de todo lo creado, permitiendo que su frecuencia actué en consonancia con nosotros y empecemos a experimentar maravillas.

Descubriremos, con la práctica, que al mejorar nuestro enfoque, desaparecen los picos extremos en nuestros estados de ánimo dejando de pasar de un estado de euforia a otro de depresión.

El hecho de no tener que tratarnos de una forma determinada nos abre un abanico de infinitas posibilidades. La periodicidad de la práctica es absolutamente personal. Cuando se tiene la intención de realizar la acción en que consiste la técnica; cualquier ritmo con el que se haga estará bien, será perfecto. Tú mandas, tú decides, tú eres el dueño de tu proceso. Lo único importante es no alejarse nunca de la práctica, realizándola al menos, una vez al día. Pero aunque así fuese, y por algún motivo nos alejamos de ella por un tiempo, también hemos de aceptarlo porque quizá necesitemos hacer una pausa para asentar la idea, o incluso puede que no sea nuestro momento para practicar este método y tampoco por eso hemos de culpabilizarnos. O quizá no sea este un sistema apropiado para nuestra personalidad. Pero antes de rechazarlo deberíamos asegurarnos de si ese “convencimiento” no se debe a una trampa que nos pone nuestro cuerpo emocional para seguir llevando las riendas de nuestro proceso de vida.