De modo que aunque no te recuerde activamente, aunque no te piense, no significa por esto que no te amo. Por el contrario, te amo tanto, que estás incorporada en mí como esa fuerza que me hace alejarme de ti para poder seguir amándote, que me hace seguir viviendo mi vida como tú querías que la viviera: intensa, feliz y apasionadamente. Que me hace despedirme de ti en cada respirar porque aprendí, en tu ausencia, a hacer presente lo que de mí había en ti.
Por eso en cada suspiro y en cada atardecer estás presente, y en cada despertar me acompañas sin necesidad de que mi conciencia lo sepa, porque, al aparecer tú en mi vida, dejé de ser el mismo. Algo interno cambió en mí y, al perderte, te incorporé bajo mi piel como algo vivo, como la fuerza del mar que empuja hacia el océano donde, en otro momento, volveremos a encontrarnos.
¿Cómo estar triste con tu partida después del regalo que me has hecho? ¿Cómo no sentir que por mis venas corre la energía del amor que me dejaste? Un amor que me hace vivir la vida de un modo diferente cada día, en otros sitios, con otras gentes, pero siempre con la huella de tus manos que me ayudaron a escribir un tramo de mi historia.
Por eso y por muchas otras cosas, que ni siquiera aún conozco, he aprendido a no morirme contigo, sino a vivir contigo. Antes los dos en la tierra; ahora tú, en el cielo, y yo, en la tierra, continuamos viviendo nuestras vidas, como dos piedras que el destino ha separado para que rodaran en espacios diferentes con la certidumbre de que volverán a reunirse en otra vida. Entonces, ¿cómo puedo extrañarte si estoy lleno de ti? ¿Cómo no seguir viviendo con imaginación y pasión? ¿Cómo no seguir amándote si llenaste de amor mi corazón?