Se trata de recordar situaciones en las cuales las cosas no sucedieron como queríamos que sucedieran. Pensar cómo esto nos afectó. Tratar de descubrir cuál es el sentimiento común en estos hechos. Este afecto es el argumento de nuestro apego. Recordar que éste no se cura más que desarrollando lo opuesto. Ésta es, entonces, la tarea para sanar el apego con la persona que ha muerto de un modo inesperado: visualizar qué virtudes debemos hacer crecer en nosotros.