Retirarse a un lugar tranquilo donde poder encontrarse con uno mismo. Cerrar los ojos y tratar de recordar la cara de la persona querida que murió inesperadamente. Cuando tengamos fija su imagen, con mucha fuerza, vamos a decirle adiós mentalmente. Ahora vamos a observar dentro de nosotros qué sentimos frente a ese adiós, qué afectos o pensamientos nacen (no rechacemos nada). Son cosas importantes, representan nuestra reacción interna frente al adiós y constituyen algo sobre lo cual debemos trabajar. Si repetimos el ejercicio a lo largo de varios días, vamos a ver cómo estos afectos se transforman y cómo los pensamientos cambian. Así, progresivamente, vamos admitiendo el adiós como posible y el recuerdo como algo no doloroso ni apegante.