Es peligroso vivir de la memoria, del pasado.
Sólo el presente está vivo. Es el ahora lo que importa, porque ahora es la vida, ahora es todo posible, ahora es la realidad.
Anthony De Mello
Luego del desgarrón y el desapego, comienza la tarea de decir adiósde un modo sostenido y comprender que se puede seguir recordando a quien ha muerto de forma inesperada, aun después de habernos despedido de él para siempre.
Decir adiós no significa olvidar, sino cortar las amarras que nos ataban, que no deberían haber existido, pero que a veces, ni sabíamos que estaban y que sólo las descubrimos cuando el otro murió.
De modo que hay que enfrentarse, para deshacerlas, con una programación psicológica que iguala el adiós al olvido, tan fuerte como la que asimila apego a amor.
Romper estas amarras implica, en principio, aprender a vivir el presente, ya que es el único tiempo vivo que tenemos. Dejar de lado el huir hacia el futuro o el escapar hacia el pasado. Para lograrlo se necesita dar tres pasos:
- conocer lo sucedido (enfrentar el pasado tal como fue y no como quisiéramos que hubiese sido), pero no con una actitud intelectual sino humana de buscar respuestas;
- perdonar y perdonarse, ya que no hay nada que perdonar, y
- asimilar el sentido de experiencia vivida.
Todo esto implica aceptar el desapego como guía de nuestros afectos y la mortalidad como un tránsito.