Las depresiones provocadas por muertes inesperadas desnudan muy claramente los procesos de un alma sometida a una pérdida significativa e irrecuperable, agravada aquí por lo inesperado y lo incomprensible de la situación.
La experiencia indica que no hay que dejar que la persona que ha perdido a alguien de un modo súbito genere la creencia de que se trata de alguien distinto y particular y que su depresión es diferente. Por el contrario, hay que ayudarla a que comprenda que el motivo es distinto pero el proceso es similar, que pueda aprender de los demás que se han deprimido aunque no hayan perdido de manera inesperada a un ser amado.
El desgarrón es el mismo, tal vez en diferentes lugares y de proporciones distintas, pero es un desgarrón.
Entre la ausencia irremediable y el anhelo más intenso que pudiera sentir por volver a verlo, su muerte se recortaba, como algo que apareció de golpe, inesperada. Lo que sentí entonces no era diferente de lo que viví cuando murió mi padre o perdí mi primer amor. Sólo se diferenciaban en los motivos, pero el dolor, hermano, era el mismo, insondable, truculento dolor.
H. Wast