Dicen que la distancia es el olvido pero yo no concibo esa razón.
Roberto Cantoral
La muerte es una separación.Una experiencia de desprendimientotanto para el que muere como para los que quedan vivos. Es un adiósde las almas a los apegos terrenales: afectos, personas, lugares, objetos.
Morir no es sólo perder el cuerpo, es algo más profundo y doloroso, que implica siempre la posibilidad de un aprendizaje. Morir es aprender a despedirse y lo curioso es que el hombre sabe desde niño que la muerte ocupa un lugar en su vida y en cierto modo se prepara para ese acontecer, pero la muerte, por mejor dispuesto que se esté hacia ella, siempre sorprende.
Sin embargo, es bien diferente la resonancia de una muerte súbita a una cita esperada. La última permite cierto espacio de preparación, de ir cortando lazos v cerrando historias, mientras que la muerte repentina acontece con un sabor de hecho incomprensible, irreparable e inexplicable, con una carga de fatalidad v de destino que reviste un cierto sabor de "injusticia".
La muerte inesperada no da espacio para saldar cuentas pendientes, decir adioses, limar rencores o dar un abrazo más. Muchas veces hace nacer, en los que quedamos vivos, sentimientos de bronca, indignación e impotencia que se aceptan sólo con resignación. Uno se ve obligado a aprender de golpe, y todo junto, algo para lo cual aún no estaba preparado.
La muerte inesperada es una cirugía sin anestesia, algo parecido a la ruptura de un orden natural. Y es común que nos preguntemos, frente a ella, ¿por qué?, ¿por qué esto?, ¿por qué ahora?, ¿por qué él o ella?
Es que ocurre, al principio, que la muerte inesperada nos deja sin "sentido". En su doble significación: por una parte, con la conciencia aturdida, desmayado nuestro psiquismo, vulnerada nuestra seguridad y, por otra, sin entender y comprender el significado de lo acontecido. Como vacíos de respuestas.
La muerte inesperada de alguien amado nos desgarra el corazón y nos arranca parte de nuestra alma. Sabemos que morir es un viaje, tanto para el que se va como para los que quedamos. Pero se trata de recorridos por continentes diferentes. Salidas sin aviso previo que truncan los proyectos que teníamos para realizar con el otro y nos enfrentan con la pérdida, la soledad y el desapego.
¿Se puede estar preparado, alguna vez, para recibir, aceptar, asimilar y trasmutar esta vivencia en crecimiento, aprendizaje y sabiduría interior? No creo que nadie pueda llegar a estarlo totalmente, pero sí puede conseguir llevar el proceso del duelo de una manera que lo haga arribar a un buen puerto y hacer que lo vivido no haya sido en vano.
En esta dirección está la intención original de este libro, en donde he intentado volcar mi experiencia personal, así como la de muchas otras personas que han atravesado la situación de perder a alguien amado de una manera sorpresiva.
Me ha parecido oportuno iniciarlo con algunas ideas sobre los imaginarios que acerca de la muerte solemos tener los seres humanos. Puede llegar a resultar un tema interesante, porque muchas de las diferentes reacciones que solemos tener ante el suceso de la muerte se deben al modo como, cada uno, está parado frente él, como lo percibe, como lo siente y como lo valora. Hay un "mapa mental de la muerte" dentro de cada uno de nosotros, que construimos a lo largo de la vida, y que nos hace ver este suceso, a cada quien, de diversas maneras.
Hoy, al volver sobre sus páginas, tengo una fuerte sensación de haber liberado algunos de los fantasmas que me atormentaban y de estar brindando una renovada esperanza de ayuda a quienes están pasando o han pasado por la experiencia del dolor, frente a una muerte inesperada de alguien querido o cercano.
Al escribirlo he tenido, necesariamente, que viajar por los repliegues de mi alma, buceando en mis recuerdos, mis miedos y mis anhelos, preparando imaginariamente mi partida, que ha de ocurrir cuando haya concluido lo que he venido a hacer. Dios es sabio y me espera en el momento más oportuno para mí.
La muerte es un tránsito y un descanso, un amanecer y un anochecer, una despedida y un encuentro, una realización y una promesa, una partida y una llegada. En suma, una polaridad como todo el resto del universo. Una oposición, no entre nacer y morir o entre morir y vivir, sino entre dos situaciones de una misma existencia, tan plenas, completas y necesarias ambas, que sólo cuando miramos una a la contraluz de la otra puede comprenderse totalmente la razón de sus presencias.
Nuestra vida no comienza cuando nacemos y no termina cuando morimos. Sólo es pasar un tiempo para madurar y crecer un poco. Avanzar un paso, tener la oportunidad de evolucionar un escalón más en el proceso hacia la realización plena como seres perfectos. Quien muere repentinamente es porque eligió este acontecimiento como la mejor manera de recorrer esta experiencia y, aunque resulte inentendible, tieneuna razón.
La muerte inesperada es la presencia de un sentido que, oscurecido por lo sorpresivo, revela lo que nosotros, los que quedamos, tenemos que aprender. Es un mensaje personal para los que seguimos vivos, un legado que nuestros seres queridos nos dejan, como enigmas, junto con su lejanía, para que descifremos.
Quiero agradecer a Ediciones Continente por su fe en mi escritura y, en particular, a Susana Rabbufeti, Mora Digiovanni y Jorge Gurbanov por su trabajo para hacer posible este libro.
Eduardo H. Grecco
Otoño de 1997