La psicoterapia es una experiencia dialógica de búsqueda de lo que no sé de mí, con la finalidad de sanar mis sufrimientos. Un proceso que exige un compromiso de querer curarse. Pero cuando este proceso es conducido por alguien que además de ser psicoterapeuta ha atravesado la experiencia de muerte inesperada en todas sus fases, el trabajo al que la persona se entrega puede ser mucho más fructífero.
Existen muchas experiencias al respecto y cuando alguien se encuentra en esta circunstancia debería contemplar que, si inicia un proceso terapéutico, un par en el dolor puede llegar a comprenderlo y a ayudarlo más.
Esta "psicoterapia de pares" tiene como objetivo aprender el significado de una pérdida, hacer un duelo y ayudar a la persona a regresar a la vida para que siga avanzando libre de pesos y ataduras.
Esta herramienta es muy importante y como a veces existe una imagen distorsionada de lo que es, vamos a detenernos un poco para explorar su naturaleza.
¿Qué es la psicoterapia?
La psicoterapia es un método curativo basado en la acción sanadora de la relación interpersonal. ¿En qué consiste esta relación?
Brevemente, en que su naturaleza es la de un encuentro entre dos personas, una de las cuales trae su sufrimiento como motivo de su pedido de ayuda y la otra está preparada para entender las "profundidades" no dichas de ese sufrimiento e interpretar su sentido y dirección.
Este procedimiento sanador apela a una serie de recursos. Los más importantes son, sin duda, ese proceso continuo de "darse cuenta" que opera en el paciente ampliando su registro consciente, y la relación interpersonal que se establece.
El terapeuta es un agente promotor de la libertad del paciente, de su mayor grado de conocimiento en torno a los motivos de su misión en esta vida y de su evolución hacia una mayor perfección y, por lo tanto, alguien entrenado para ayudar a descubrir el sentido y la resonancia de una muerte inesperada en la vida de una persona.
Confianza y responsabilidad
Para desarrollar este proyecto es necesario que paciente y terapeuta confíen mutuamente uno en el otro y se hagan responsables de lo que les toca en esta tarea a cada quien. Acompañar sin interferir, el terapeuta; hacerse cargo de indagar el sentido de su sufrimiento y aprender, el paciente.
Paciente y terapeuta son semejantes y la relación entre ellos jamás debe transformarse en un contrato impersonal, ni en la prestación de un servicio técnico, pero tampoco en una relación de amor.
La relación psicoterapéutica se constituye a partir de un estado de necesidad y sufrimiento, por una demanda de ayuda que se manifiesta como síntoma, de modo que el síntoma en psicoterapia posee un valor diferente del que ocupa en la clínica médica general.
Lo que interesa a la psicoterapia es un síntoma como parte de una totalidad que es la vida del paciente. Esto implica entender que la psicoterapia se funda en la categoría de la historicidad del hombre, que no consiste en la narración de lo que sucedió sino en revivir lo que se hizo con lo que sucedió. En suma: rememorar, que no es lo mismo que recordar.
La psicoterapia no se reduce al encuentro de dos personalidades sino que conlleva presencia corporal. En el diálogo psicoterapéutico el cuerpo también habla: es un territorio donde se expresan los afectos que se intentan descubrir y sanar.
El para qué de la psicoterapia
Una persona pide ayuda terapéutica, no para sentirse peor, sino para curarse o por lo menos aliviar sus padecimientos. Tiene una dificultad concreta o un sufrimiento determinado que anhela sanar. Pero muchos de sus anhelos no resultan sueños fáciles de cumplir y es frecuente que arrastre una historia de "frustraciones terapéuticas".
Su esperanza renovada es hallar aquí, en esta oportunidad, una ayuda concreta, la comprensión de sus malestares, la solidaridad con sus penas; en suma, un espacio donde compartir problemas y encontrar soluciones, o por lo menos caminos hacia ellas.
Pero en esta demanda de establecer un vínculo confiable, el dolor entraña la posibilidad de convertirse en un muro que impida profundizar hasta la raíces del mal. La preocupación, la angustia, el padecer impiden al paciente entregarse a una tarea significativa.
Atender lo inmediato no está mal, si no se pierde de vista la finalidad de la labor psicoterapéutica, que no consiste en aliviar el sufrimiento sino hacerlo entendible. De modo que la psicoterapia puede ser vista como una herramienta para reflexionar sobre el sentido del dolor en nuestras vidas.
Esto es válido en cualquier campo de trabajo terapéutico y conlleva una necesaria pregunta por la vida interior, que desplaza el eje del tener una enfermedad a ser enfermo, del porqué al quien.
Entonces el para qué de la psicoterapia transita este carril: el descubrimiento profundo de sí mismo. Proceso que no está centrado en el paciente sino en la historia vivida en común entre terapeuta y paciente. Descubrimiento que tiene un aspecto práctico: se traduce en una mayor felicidad, una mayor libertad y una mayor comprensión de la existencia singular de cada cual. Aunque no se agote en eso, la psicoterapia proporciona un mejor modo de vivir, relacionarse y avanzar por la vida.
Un intento de definición más precisa
Puestas las cosas en este tono, podemos decir que la psicoterapia es un proceso curativo, de aprendizaje y de ensanchamiento de la conciencia, que dirige su atención hacia lo singular de cada persona concreta, que intenta comprender el sentido de la enfermedad en el contexto de una historia y que recurre para ello a la herramienta del diálogo.
La psicoterapia se funda en dos hechos clave: la relación interpersonal y el darse cuenta.
Ambos hechos son interdependientes, están ligados entre sí.
Darse cuenta
El darse cuentatiene un poder curativo sorprendente. Para comprender su poder es necesario integrarlo en la biografía del paciente y la totalidad de la persona, ya que de alguna manera cada introvisión que se logra permite reconstruir una parte fragmentada de la biografía y de la persona. Es como un rompecabezas: cada parte engarza en otra hasta formar una figura. Los fragmentos sueltos no son nada pero juntos poseen un sentido. Cada vez que "nos damos cuenta" dónde va una pieza la fragmentación se reduce y la figura crece. Y para seguir con la metáfora, como en el rompecabezas, conviene empezar por los bordes, por lo más evidente y consciente y avanzar, decididamente, hacia el centro.
Introvisión
Tomando un concepto de Walter Brautingam hemos denominado "introvisión" a este proceso de "darse cuenta", que implica ampliar el conocimiento de sí mismo que no se reduce a un saber intelectual sino a una indagación existencial: cuál es mi tarea en esta vida, qué tengo que aprender, qué defectos tengo que corregir, qué proyecto tengo que cumplir.
Brautingam dice que tal introvisión, que culmina apropiándose de la existencia y el destino propio, no es un acto intelectual sino una experiencia emocional que se acompaña de una transformación interior y de la conducta. Una especie de conmoción existencial, que llamamos "crisis de conciencia" y que tiene tres notas características: apunta a la esencialidad de la persona, le da apertura hacia nuevos horizontes y produce transformaciones.
Merced a este proceso la persona comienza a advertir que nada de lo que le sucede, sucedió o sucederá carece de sentido, que todo le pertenece, que el destino es algo que formó, que la historia es algo que construyó, que pasado y futuro pueden actualizarse, que la enfermedad es una condición de existencia no una condena, que una muerte inesperada es una experiencia no un castigo, que de todo puede escapar menos de lo que tiene que aprender y que hasta que no aprenda, el dolor seguirá presente, la angustia continuará desgarrándolo.
Este proceso, en psicoterapia, ocurre en el "entre ambos" y esto hace que el "darse cuenta" sea un producto compartido. El "darse cuenta" ocurre dentro del marco del vínculo entre terapeuta y paciente, es hijo de una relación y los padres son el paciente y el terapeuta.
La relación psicoterapéutica
En psicoterapia la finalidad es ampliar horizontes, reducir lo que se desconoce de sí mismo. El punto de partida: aliviar el dolor, restablecer la salud perdida, aunque apunte hacia algo más abarcativo como la realización personal o el aprendizaje de lecciones de vida.
Esta pasión por el saber de toda psicoterapia implica una perspectiva del suceder psicoterapéutico como un progresivo develamiento de lo desconocido, de un descubrimiento paulatino de los misterios, y del terapeuta como la imagen de Tiresias, que pone en palabras lo que ya está a la vista, que interpreta los signos que no se alcanzan a comprender, las "pestes" que no se pueden explicar.
En toda psicoterapia el paciente espera ayuda y curación. Se entrega a una relación asimétrica donde él desnuda su privacía y el otro no, donde se da una coexistencia interpersonal de esperanza y tratamiento. Al terapeuta le corresponde el cuidado, la asistencia, el tratamiento; al paciente, la esperanza de ayuda, la exigencia de salud y de felicidad, y el pedido de saber más de sí mismo.
De algún modo los valores por los cuales transita una psicoterapia son, entre otros, los de confianza, seguridad, aceptación y respeto. En este marco ocurren cosas, se desatan procesos que hacen al acaecer propio de la psicoterapia.
La psicoterapia como experiencia
Toda psicoterapia es una experiencia. Una experiencia de muerte y resurrección, en donde, padecer la muerte propia y renacer no es tarea sencilla ni un transitar por un lecho de rosas. En síntesis, una experiencia transformadora, a veces doliente, pero siempre necesaria y que vale la pena ser vivida.
Al principio de la evolución, el hombre tenía un abanico de necesidades más cercano a lo inmediato. Sus problemas consistían, seguramente, en los mismos que tenemos hoy pero eran resueltos de un modo más directo. Su vinculación con la naturaleza era íntima, su diálogo con ella era frecuente, al punto que la vida natural estaba animada de los ritmos y los dramas humanos. La tierra era una morada que proporcionaba alimento, contacto, protección y peligro, pero nunca algo impersonal o indiferente.
A medida que la sociedad se fue complejizando, el hombre se fue distanciando de la naturaleza, perdió su sentido de unidad con el todo, su sentido de pertenencia y arraigo al mundo, y paralelamente, se fue descentrando de sí mismo. A medida que se alienaba del mundo, se enajenaba de sí.
La pérdida de su "centridad" trajo como consecuencia la búsqueda de sustitutos externos, el desarrollo de otros vínculos con la naturaleza y con los otros.
El mundo dejó de ser un "otro" para convertirse en un objeto, una cosa para ser dominada, controlada y explotada. Del mismo modo, las personas se convirtieron en posibles relaciones de competencia, que conllevaron a la codicia, el sometimiento y el dominio.
Tanta preocupación por lo externo implicó la pérdida de la intimidad y el desarrollo de una actitud de intolerancia hacia lo diferente.
Cuando una persona se siente "una con el todo", segura de sí misma, confiada en la vida, cada parte del todo es importante. Cuando uno está desgajado del todo, sólo uno es valioso. Hasta tal punto esto es así que vemos todos los días que las diferencias se reprimen, con más o menos violencia, pero se reprimen. No se integra lo distinto, se suprime. La intolerancia se ha constituido en un flagelo muy significativo que consume muchas vidas a diario.
Hay una idea de Buda que hay que retomar: la incongruencia es el camino hacia la congruencia, el dolor hacia la alegría, la imperfección a la perfección, la enfermedad hacia la salud.
Este camino hacia la integración, vista como congruencia, alegría, salud, sabiduría, amor, etc., se produce por un trabajo interior de contemplación, de hacer consciente lo inconsciente, de descubrir los mandatos del alma.
Pero si miramos a nuestro alrededor, lo que podemos observar es que se busca lograr la unidad (entendida como uniformidad) por el uso de la manipulación, la fuerza y el poder, ya sean armas o culpas. Esto es debido, justamente, a esta disociación del hombre y a su afán de codicia y de crueldad, que le impide conectarse con la experiencia esencial de la intimidad y el encuentro con el otro, que implica no interferir y no dejar que el otro interfiera.
Al negarse a la propia experiencia de la intimidad y la unidad, el hombre termina por transformarse en su peor enemigo. Y aunque parezca raro, es aquí en donde hay que buscar el origen de la psicoterapia: en la necesidad de volver a reconectarse con la experiencia interior. Por eso es que decimos, en parte, que la psicoterapia es una experiencia.
La psicoterapia es una experiencia de crecimiento
Hace muchos años leí un libro que me puso en la pista de todo esto. El libro se llamaba El descubrimiento de la intimidad,del escritor español López Ibor.
Estaba en una edad en la cual no podía asimilar todo esto muy bien, pero creo que me marcó lo suficiente como para que hoy aflore en el desarrollo de mis ideas su recuerdo. Muchas veces he buscado este libro pero nunca más lo pude volver a encontrar. Lo he buscado porque creo que plantea en esencia la misma preocupación sobre la cual estamos insistiendo: la experiencia interior. Experiencia que se vincula con el tomar contacto con la angustia existencial, esa fuerza transformadora de la vida, de la cual el hombre moderno trata de apartarse.
La negación a este contacto esencial es una negación al contacto con la intimidad. En la intimidad uno descubre la angustia. En la intimidad uno se enfrenta con la soledad, pero supera el aislamiento que provoca la disociación de uno mismo y del mundo.
"( ... la soledad no es vivir solo; la soledad es no ser capaz de hacer compañía a alguien o a algo que está en nosotros; la soledad no es un árbol en medio de una llanura donde sólo está él, es la distancia entre la savia profunda y la corteza, entre la hoja y la raíz"
José Saramago
Al perder el hombre su centro, al sentirse aislado, al no recordar los caminos que debía recorrer para alcanzar la experiencia interior, comienzan a surgir personajes, espejos que intentan devolverle al hombre, desde un lugar socialmente sancionado, el conocimiento de esta experiencia olvidada.
Así, aparecen los shamanes, los magos, los gurúes, los maestros, los confesores y los psicoterapeutas. Así, nacen los mitos del héroe como modelos ejemplares de este recorrido. Así, nace la psicoterapia como una institución cultural destinada a ayudar a quien sufre no sólo a dejar de sufrir, sino a aprender a caminar el camino del descubrimiento de la intimidad, de los repliegues del alma. Entonces, bien podríamos decir, que la psicoterapia es un experiencia de crecimiento.
Lo que implica este crecimiento
Este crecimiento implica varias cosas, entre ellas, que cuanto más soy yo, más solo me quedo.
El crecer lleva a diferenciarme, a dejar de lado muchas cosas externas, a separarme, a poner límites, a distanciarme de personas que tal vez quiero y amo pero que me impiden vivir mi vida de acuerdo con los mandatos de mi alma, a liberarme del exceso de equipaje.
Éste no es un proceso que pueda ser vivido con felicidad sino con mucha pena y dolor. Es difícil que otros acepten el crecimiento personal, la autonomía, la libertad, que levanta, sin dudas, fantasías de pérdida.
Imaginen una madre sobreprotectora diciendo a su hijo: 'Eres mío porque yo te amo", esquema que le sirve para evitar su propia soledad, a un hijo que quiere hacer un camino independiente.
Es que, nos guste o no, crecer lleva a la soledad y la soledad es un escándalo en nuestra cultura. Implica arriesgarse a vivir la propia vida, arrojarse a un futuro incierto, dejando atrás lo que fuimos.
La psicoterapia, entonces, es una experiencia compartida de encuentro con la intimidad, con la mismidad, con la soledad. Una experiencia desgarradora y revolucionaria; una experiencia fundante del sujeto.
Los terapeutas a veces nos subimos al tren de las mismas resistencias de los pacientes, porque cuando el paciente se encuentra, uno también se encuentra, cuando el paciente se enfrenta a la soledad, uno también lo hace, y los terapeutas estamos acostumbrados y entrenados a pensar que el problema es del otro y a no reconocer que nosotros también huimos de lo mismo que huye el paciente.
Ser psicoterapeuta da la posibilidad de encontrarnos con nuestra propia intimidad, con nuestra propia soledad, con nuestra propia existencia. Es por eso que es tan importante, en lo posible, ante la muerte inesperada, encontrar a alguien que ya haya trabajado dentro de sí los senderos que ahora nos toca recorrer a nosotros. Seguramente es una buena condición para ser nuestro guía en esta etapa.