En este trabajo de ver qué hacer con las cuentas pendientes la persona se enfrenta, muchas veces, con sentimientos de culpa y remordimiento que le demandan una fuerte necesidad de perdón y reparación.
A veces la culpa nace de: "Si hubiera hecho esto", como si hubiera sido posible detener la muerte. Otras no pasa por el haber hecho sino por lo que hizo: "No debí decirle tal cosa". De algún modo la persona siente que dañó con su conducta a quien murió, ya sea por que no le dio lo que cree que debía haberle dado o porque dijo o hizo algo lastimante. La fantasía oculta es: si no hubiera hecho esto no lo hubiera perdido.
Toda culpa puede redimirse. Basta con arrepentirse, de verdad. No necesita que nos castiguemos por nada. Si nos perdonamos, podemos perdonar y ser perdonados. El circuito concluye cuando hacemos algo que de algún modo "repara", en el interior del alma de la persona, a quien se perdió.
Reparar consiste en un intento de restaurar de algún modo lo perdido, pero reconociendo que ya no está ni va a volver, aceptando el dolor que esta realidad genera, y desarrollando una acción adecuada para remediarla en la fantasía o la realidad. Pedir perdón es una de ellas.
María había perdido a su padre de un modo inesperado. Al volver a su casa lo habían asaltado, intentó defenderse y lo mataron de un disparo.
Su vínculo con él había sido siempre tenso. Ahora se sentía culpable por no haberle dedicado más tiempo. Luego de unos encuentros de trabajo terapéutico sobre este tema, le sugerí que escribiera una carta a su padre y que la enviara a una dirección cualquiera, dirigida a: Mi padre.
Luego de dar muchas vueltas, hizo la carta en donde pedía perdón por todas esas cosas que la hacían sentir mal y perdonaba a su padre, todo al mismo tiempo, y la envió. A los pocos días comenzó a sentir un gran alivio y consuelo, sus crisis de angustia desaparecieron: había logrado perdonarse, pero fue necesario ese gesto simbólico, casi ritual para lograrlo.
En cambio, el remordimiento implica un quedar atado, y rumiando, a una culpa, que no cesa. No hay allí espacio para el perdón, porque la persona no quiere ser perdonada, quiere seguir lastimándose y autocastigándose con el reproche. Es una emoción que se sostiene en la persistencia, en el permanecer.