Hay dos circunstancias bien distintas en relación a una respuesta depresiva ante una muerte inesperada: si la persona posee una tendencia depresiva o si no. Veamos primero la naturaleza de una personalidad depresiva.
La depresión es el fruto del estar enamorado y al mismo tiempo decepcionado, con un amor que permanece aun cuando haya muerto.1
De este modo, las personas depresivas son adictas al amor pero, al mismo tiempo, incapaces de amar activamente, ya que necesitan de un modo permanente suministros afectivos que las nutran v eleven su autoestima, siempre en peligro.
Esto hace, por una parte, que sean personalidades dependientes, pasivas y sumisas y que, por otra, elijan sus objetos de amor a imagen y semejanza, como Narciso, de sí mismos.
Esta doble situación los convierte en demandantes, exigentes y desconsiderados del prójimo a quien le piden, sin embargo, que comprendan sus vivencias y puntos de vista.
Curiosamente, las personas depresivas se esfuerzan por lograr buena relación con todo el mundo, pero al ser incapaces de poner la parte de esfuerzo que a ellas les corresponde, tales tentativas están destinadas siempre al fracaso.
Con frecuencia cambian sus vínculos de amor, porque sienten que nadie es capaz de darles la satisfacción que ellos solicitan. Quieren todo de los otros y de un modo inevitable esto los lleva a la frustración y a la desventura, que es vivida, entonces, como una negativa de los otros a darles la felicidad que añoran.
Esta dinámica psíquica tiene su origen en un modo de relación y comunicación de estas personalidades que se estructuró en los primeros tiempos de sus vidas. Hay una etapa en la cual las sensaciones cutáneas y de calor son tan importantes como la de ser saciado. Todas estas vivencias se asocian poderosamente con el sentimiento de seguridad gracias al cual el niño es capaz de expresar sus afectos y desarrollar su capacidad de acción.
Las personalidades depresivas son esencialmente dependientes exageradas del amor y la aceptación de los otros. El resultado es que reclaman mucho más que el resto de las personas, y la pérdida de amor o de algo amado representa para ellos una herida muy profunda en su autoestima, su valer, su confianza y su seguridad. A esto se agrega la baja tolerancia a la frustración que poseen, que los vuelve muy vulnerables aun a pequeñas decepciones.
Esta predisposición es la que hace que frente a una pérdida la tristeza se transforme en depresión neurótica o algo más grave.
Las circunstancias que provocan una depresión siempre se equiparan, dentro del sujeto, a una pérdida de la autoestima (“lo perdí todo, del mundo no me interesa nada") o a una pérdida de una fuente necesaria de suministros que le daban seguridad ("lo he perdido todo porque no merezco nada'). En ambos casos el comienzo puede reducirse a "nadie me quiere" y más inconscientemente a "me odio a mí mismo".
Hay que imaginar toda esta descripción y la resonancia que puede alcanzar en estructuras de esta naturaleza una muerte inesperada. Pero aunque usted no tenga nada de esto es importante su comprensión para ayudarse o ayudar a otros.
Ahora bien, la muerte inesperada de alguien amado para una persona no depresiva puede tener un recorrido diferente en muchas cosas pero en otras no, ya que, si de depresión se trata, existe un terreno común en todos los casos.
En primer lugar, más se mantiene el amor a lo perdido, si esa muerte fue inesperada. De algún modo, parece que el golpe sorpresivo cuesta más asimilarlo. La adicción en que se convierte toda depresión se vive mucho más como condena necesaria de la cual pareciera que nunca llegará la libertad. La persona puede reaccionar con rebeldía, hasta odio a la vida o al mundo, pero estas conductas lo único que hacen es apuntalar la necesidad de autoafirmación.
Suele ocurrir, en esta variante, que la persona busque sustituir el amor perdido (cualquiera sea) por uno nuevo o por un "culto" a la persona que ha muerto y a su memoria. Pero aquí, también, el destino es la frustración. Tal vez, más tardía, pero no por eso menos implacable.
Para quien es depresivo, la muerte inesperada de alguien amado significa una catástrofe de proporciones. El mundo está en ruinas, nada existe por lo que valga la pena vivir. En cambio, en la persona que, sujeta a la misma situación de pérdida, pero que, sin embargo, no es depresiva, se mantienen ciertos niveles de permanencia del mundo, de su autoestima y de la creencia de que hay otros que la aman y a quienes amar.
1 “-Nuestro amor se ha desvanecido, Mitia –continuó Katia–, pero amo con dolor nuestro pasado”. F. Dostoievski, Los hermanos Karamazov.