No hay nada permanente. Sólo este continuo ir y venir, este recorrido de la vida parecido a las mareas. Un subir y bajar permanentes. No hay que luchar contra el vaivén, ni nadar contra la marea. Hay que aceptar los ritmos de las cosas. No con resignación, no con apatía, sino con la certeza de que ahí está la fuerza que puede ayudarnos a sanar nuestros dolores.
Luchar contra algo, fortalece lo opuesto. No hay que combatir el odio con más odio. Por el contrario, hay que desarrollar la virtud que cura el odio. Así, en todas las cosas, y así también cuando sentimos el dolor de lo que ya no puede ser completado.