Juan estaba reposando sobre una piedra. Pensaba en su vida y en su mundo. Pensaba en su muerte casi programada. Una muerte que se acercaba despacio pero con la cual podía dialogar casi cotidianamente.
Pensaba en los que no mueren así. En los que son asaltados por la muerte, como por una ladrona, de golpe y sin aviso. Y no les da tiempo para despedidas, ni para diálogos, ni balances. Muerte que sucede sin preparación. Juan detuvo su pensar. Acababa de recordar una frase:
"La vida no nos propone más que aquello para lo cual estamos preparados".
De modo que, pensó, en realidad nosotros no estábamos preparados; ellos, los que murieron de golpe, sí. Por eso murieron así. Hay que aprender a estar preparados. ¿Cómo? Amando la vida, no perdiendo el tiempo en lamentos y evasiones.