Carlos era un amigo. Solidario y buena persona como pocos. Me encontraba con él a desayunar y a hablar de la "vida y del corazón". Un día me entero por el diario de que lo habían matado. No lo podía creer. "No, no puede ser posible". Hasta el punto que pensé, el primer día en que leí la noticia: "Mira qué casualidad, llamarse de la misma manera". Frente a la muerte inesperada ésta suele ser una reacción habitual: la incredulidad. Nadie puede imaginar que esto sea posible.